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Freud No matarás

Enviado por   •  8 de Abril de 2020  •  Apuntes  •  2.316 Palabras (10 Páginas)  •  331 Visitas

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Universidad de Buenos Aires - Facultad de Psicología

-Escuela de Formación ayudantes 2012-

Psicoanálisis Freud I. Prof. Titular Osvaldo Delgado

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“No matarás”

Autor: Santiago Hormanstorfer

Responsables de la escuela: Susi Epsztein y María de los Ángeles Córdoba

Colaboran: Agustina Muchenik, Natalia Rodríguez Pazos, Sandra Rese, Santiago Uviernes, Leticia Puerto


Con este breve trabajo intentaré  abordar desde el pensamiento freudiano la relación del hombre con la muerte y los conceptos que de esta relación se desprendan.

Para situarnos en este abordaje es importante destacar que a esta altura de su obra, Freud ya contaba con la conceptualización de que además de haber pulsiones que bregaban por conservar viva a la sustancia y de reunirlas en unidades cada vez mayores, era necesario tener en cuenta otra clase de pulsiones opuestas a éstas que pugnaban por disolver éstas unidades y reconducirlas al estado inorgánico inicial (FREUD 1924). Es decir ya contaba con  su tercer dualismo pulsional. Pulsiones de vida vs. Pulsiones de muerte.

También hay que tener en cuenta que nos situamos a la altura de su segunda tópica, el aparato esta conformado por las instancias del Yo, Ello y Superyo.

Hechas estas aclaraciones preliminares, comencemos por indagar cuál es la posición que adopta el sujeto ante la muerte.

En la conferencia que lleva por titulo “Nosotros y la muerte” Freud nos dice que hombre reacciona ante la muerte de forma contraria a lo que indicaría la razón. No la reconoce como un hecho natural y necesario, sino más bien, cuando ésta se ocasiona, le intenta dar carácter casual o accidental. Pasible de ser explicada. “Nos comportamos como si quisiéramos eliminar la muerte de la vida, en cierto modo queremos ignorarla como si no existiese” (FREUD 1914,1)

Freud avanza en este sentido y sostiene que no es posible hacernos una representación de nuestra propia muerte, ya que en este ejercicio, nos ubicamos automáticamente formando parte de la escena. Pensar en la propia muerte pareciera ser (entre otras) una tarea imposible.

Solo podemos tener noticias de la muerte a través de un otro, de la muerte de un otro. Sigamos a Freud y hagamos uso del hombre primitivo para intentar esclarecer esta cuestión.

Su posición, la del hombre primordial, ante la propia muerte no dista mucho de la del hombre actual, para él también era un hecho imposible de pensar, tan irrepresentable como lo sigue siendo para nosotros. La diferencia radica en el momento de enfrentarse a la muerte del otro. En este punto podemos distinguir dos vertientes, una relacionada con el otro como rival o como objeto de amor.

Por un lado el hombre primitivo tomó la muerte del otro -rival- en serio. Es decir como la aniquilación de la vida. Y de hecho la deseaba ardientemente y hacia uso de ella de forma frecuente. El otro era un objeto que despertaba la tentación de satisfacer sus pulsiones destructivas, frutos del desvío hacia fuera de una parte de la pulsión de muerte, que de otra manera querría llevar al organismo a la condición de estabilidad orgánica. En la medida en que se aniquilaba a un otro, no se aniquilaba a si mismo. Distinta fue su reacción cuando el hombre primitivo se encontró con la muerte del otro  como objeto de amor. En este encuentro experimentó que el mismo podía morir, ya que estas personas amadas, investidas libidinalmente, al igual que en el caso del hombre actual, formaban parte de su Yo (el proceso del duelo da cuenta de esto).  Así el hombre primitivo no pudo continuar negando la muerte tajantemente, ya que en parte la había experimentado. Pero tampoco la admitió, como en el caso de sus enemigos como la aniquilación de la vida. Del encuentro con la muerte de los seres amado nacieron los ritos funerarios,  las formas de existencia que comenzaban tras la muerte y todas las teorías del alma y los espíritus. De esta forma hombre primitivo aceptó y negó a un tiempo la muerte del ser amado y por ende su propia muerte.

En una primera impresión se podría pensar que el progreso cultural que distancia al hombre primitivo del actual ha logrado sofocar por completo estas pulsiones de destrucción y dominación que el hombre primitivo satisfacía libremente sobre sus rivales, mientras que por otra parte la posición adoptada frente a la perdida de nuestros seres amados se ha mantenido a lo largo del tiempo con mínimas modificaciones.

Sin embargo esto no es así, aquel hombre despiadado, capaz de matar sin reparos incluso a un miembro de su misma especie, se mantiene inalterado en nuestro inconciente. Sino cual otra sería la explicación de que el más antiguo mandamiento ético, y el más importante en nuestros días sea “No matarás”. No habría razón de prohibirle al hombre una actividad por la cual este sintiese un rechazo natural como el que algunos quieren pensar que siente el hombre por la muerte. En este punto Freud no deja lugar a dudas. “En nuestro inconciente todos seguimos siendo aún hoy en día una banda de asesinos” (FREUD 1914, 8).

En esta conferencia Freud agrega que lo que nos diferencia del hombre primitivo, es que ya no ocasionamos la muerte de nuestros enemigos, sino que pensamos en ella, y hasta incluso la deseamos, y no solo la de nuestros rivales, sino tambien la de nuestros objetos amorosos. “En nuestros pensamientos silenciosos eliminamos a todos los que se interponen en nuestro camino (…) Nuestro inconciente mata incluso por bagatelas” (FREUD 1914, 8)

Ahora bien. ¿Qué se interpuso entre el hombre primordial, que caía a gusto en la tentación de satisfacer sus más destructivas pulsiones en esos objetos que representaban para él los otros, y el hombre actual que resignó su posición y se conformó con satisfacer éstas mociones en sus pensamientos inconcientes?

La respuesta a este interrogante nos la da Freud en “El malestar en la cultura”, y nos dice que el fenómeno que da cuenta de éste pasaje no es el otro que el de la cultura “Proceso al servicio del Eros, que quiere reunir a los individuos aislados, luego a las familias, después a etnias, pueblos, naciones, en una gran unidad: La humanidad” (FREUD 1930, 117). La cultura encuentra en estas pulsiones destructivas su más difícil obstáculo, es por esto que debe hacer uso de todos sus recursos para intentar ponerles límite. Freud da cuenta de varios de estos recursos. Entre éstos encontramos los esfuerzos destinados a impulsarlos hacia identificaciones y vínculos amorosos de meta inhibida, la limitación que ejerce sobre la vida sexual de los hombres y también la formulación de mandamientos ideales que contrarían a la naturaleza humana originaria como el ya mencionado “No matarás”. Otro de los procesos que pone en marcha la cultura con el fin de domeñar las pulsiones agresivas es el llamado “Narcisismo de las pequeñas diferencias” (FREUD 1930)  Mediante el cual se facilita la cohesión de los miembros de una comunidad mediante la satisfacción de las pulsiones hostiles pero teniendo como objeto a las comunidades vecinas, es decir canalizándolas hacia los que no forman parte del grupo.

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