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LA REBELION DE LOS COLGADOS RESEÑA

Enviado por   •  22 de Noviembre de 2018  •  3.009 Palabras (13 Páginas)  •  1.915 Visitas

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indios alcanzaron el campamento agarraron apresuradamente toda la carne seca, tortillas y el polvo de frijol que tenían en su jacal, atravesaron rápidamente la explanada y se perdieron en la espesura. Con suerte no se darían cuenta que los indios habían escapado sino hasta el día siguiente.

Al día siguiente cuando a media mañana atravesaban el arroyo, oyeron que los llamaban por sus nombres. Era dos capataces, lanzados a caballo en su persecución. Don Acacio muere, fue hallado con un balazo en la cabeza.

Un lazo alcanzo a Urbano a mitad del arroyo. Pascasio, más rápido, pudo ganar la orilla opuesta y escapar. Corrió a refugiarse en la espesura que rodeaba un macizo de rocas poco elevadas. Pero él sabía lo que le esperaba al regresar al campo.

CAPITULO 8

Don Severo y don Félix llegaron para asistir al entierro de su hermano Acacio. Lo sepultaron en el cementerio destinado a los muchachos que morían en el campo.

Todas las tumbas eran iguales, pero tratándose de don Acacio había sido necesario levantar una cruz más grande. Empezó a correr el rumor de que n Acacio había tenido un fuerte altercado con su mujer, que esta había cogido la pistola y que cuando el trataba de quitársela el arma se había disparado.

Todos los capataces, o por lo menos todos los capataces en jefe, los mayordomos, habían sido llamados al campo para ser enterados de la forma en que se haría la nueva repartición de distritos, necesaria debido a la muerte de don Acacio, para conocer las zonas que les correspondían

CAPITULO 9

Durante toda una semana, Celso había sacrificado dos horas diarias para ayudar a Cándido a producir sus cuatro toneladas al igual que los otros.

Aquella noche después de la cena, Celso enrolla algunos cigarrillos y se dirige hacia el río. Celso no era el único que se refrescaba de esa forma, en ambas orillas del rio se miraban muchachos reposando. Un hombre vino a colocarse cerca de Celso, era Martin Trinidad.

Martin Trinidad le revela su secreto a Celso, le cuenta todo sobre el de donde viene, él es de Pachuca. Él fue maestro de escuela y ahora era un leñador de montería.

CAPITULO 10

Don Félix se presentó en el cobertizo que servía de comedor los trabajadores. Seis troncos sostenían un techo de paja y eso era todo.

Cándido mando a sus dos hijos en busca de los chinitos, que vivían libremente en el campamento alimentándose con lo que podían encontrar. Modesta ayuda a su hermano Cándido a hacer sus paquetes. Don Félix se dirige hacia el jacal donde se hallan Cándido y Modesta y ofrece a Modesta trabajar para don Félix pero ella se rehúsa.

Cándido pierde a Ángel a uno de sus dos hijos en el río. Cándido llevaba su rutina: trabajaba, comía, se acostaba, se levantaba, apenas hablaba, iba viviendo como un automata. Todas las mañanas y tardes se aproximaba a la orilla del río y miraba correr las aguas agitadas que le habían arrebatado a su Angelito.

CAPITULO 11

Don Feliz había ordenado que le llevaran al indio, a Modesta, al niño y a todo cuanto Cándido poseyera, porque deseaba aplicar un castigo ejemplar, a fin de poner a manifiesto la forma en que el trataba a aquellos que se atrevían a romper su contrato. Cándido estaba muy triste, necesitaba regresar a su pueblo, no podía seguir ahí después de que su hijo se había ahogado y el con la esperanza de encontrarlo aunque no fue así. Le dice a don Félix, Perdónenos, jefecito. Pedrito con su brazo en cabestrillo, atado con un pedacito de las enaguas de Modesta, se soltó llorando al escuchar las suplicas de su padre.

Don Félix le ordena a Gusano cortarle las orejas a Cándido. El gusano salta sobre Cándido y le corta las orejas. Cándido, de rodillas, ni siquiera intenta defenderse.

CAPITULO 12

Cuando los muchachos llegaron al arroyo encontraron que Juan Méndez había prevenido ya a los boyeros; los ayudantes de estos parecían muy atemorizados y se afanaban en rededor de las bestias tratando de dar la impresión.

Cada cuarto de hora llegaba una nueva cuadrilla al arroyo, con su jefe, a quien se participaba inmediatamente lo que ocurría.

Los leñadores llevaban sus hachas, otros tenían además sus machetes y todos procuraron hacerse de cuanto gancho, cadena o útil de fierro podrían para emplearlos como armas.

CAPITULO 13

Todos los muchachos sintieron las piernas pesadas en cuanto tuvieron conciencia de que el momento del asalto había llegado, pero todos estaban conscientes de que ya no era posible retroceder.

Cuando los muchachos asaltaron la oficina, don Félix había sido el único que había sacado el revólver. Los capataces habían optado por la prudencia.

Don Severo avanzó algunos pasos y gritó a los muchachos: Qué les pasa?¿Por qué vienen todos juntos? Podrían haber trabajado una hora mas. Todavía hay suficiente luz. Las injurias comenzaron a llover, todos gritaban.

CAPITULO 14

Entre modesta y el rincón en el que don Félix estaba incrustado, no se veía más que al joven leñador presto a matarlo. Uno se disponía a castiga a don Félix. Modesta lo impedía, no dejaba que nadie matara a don Félix, ella lo quería vivo, solo ella asi podría seguir viviendo.

Modesta alzo la voz y le grito a don Félix "Que tú me hayas querido violar, tomarme por la fuerza contra mi voluntad; que me hayas obligado a huir desnuda bajo la mirada de los hombres, te lo perdono.

Modesta recorrió el circulo que formaban los muchachos a su alrededor, gritándoles sus últimas palabras, como si pretendiera incitarlos a la acción.

CAPITULO 15

La actitud de los muchachos no sorprendió a don Félix, al contrario, había contado con ella. Celso tenía a su adversario por el cuello de la camisa y con el férreo puño le golpeaba la cara, que parecía a punto de reventarle.

Don Félix logro soltarse y pegarse al muro nuevamente. Mientras que Celso y algunos de los jóvenes leñadores que dirigían hacia las casas de los obreros y de los cayuqueros, los otros hicieron caminar a don Félix a empellones hasta un árbol de fuertes ramas.

CAPITULO 16

Era todavía muy temprano; el sol se veía ya en el horizonte, pero sus rayos no llegaban aun a aquel lugar.

Se decidió que Juan Méndez y Lucio Ortiz partieran con veinte muchachos a caballo y armados a fin de recorrer todas

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