El cobertizo

...

Las inocentes niñas no se alarmaron, pues era normal para ellas oír esto casi a diario, sin embargo, algo rompió su tranquilidad pues, en las paredes de madera que las rodeaban sonaron arañazos y esto estremeció sus pequeños cuerpos.

Ya aventuradas se armaron de valor y abrieron poco a poco las puertas que las separaban de lo que se encontraba en el exterior. Se sorprendieron con lo que su mirar les mostró; ahí estaba Gerardo, parado y casi petrificado con su mirada perdida en el abismo. Pero duró poco, pues esta imagen las calmó y siguieron tan osadas como antes, y así pues continuaron jugando por un rato.

Adriana, la mayor de las nietas de Don José tomó a su amigo Gerardo y le pidió que la acompañara ahora a ella al baño, ya que la noche había llegado y temía de que algo sucediera, al tomarlo lo sintió frio casi como la nieve del invierno, y tieso como si estuviese muerto. Pero no lo notó en mal estado o extraño, ya que ella pensó que era por el tiempo de la noche. Al llegar al baño lo soltó y pidió que la esperara, intentó abrir la puerta, cuando escuchó la voz de Gerardo, que desde adentro le contestó que estaba en el baño. Fue tremendo el susto que se llevó, este mismo la incitó a voltear a sus espaldas rápidamente y ver que su amigo no estaba donde se suponía le había pedido que la esperara.

Inmediatamente, su corazón de aceleró y por instinto corrió gritando hasta le granero donde Fatima y Annette los esperaban. Al llegar con ellas les contó lo sucedido:

-Chicas, no imaginaran lo que me pasó hace unos instantes, iba yo con Gerardo hacia el baño, cuando llegamos le pedí que me esperara afuera, que no tardaba, pero al momento de yo intentar abrir la puerta, escuché la voz de Gerardo desde dentro del baño, lo cual me dio muchísimo miedo, pegue un grito y salí corriendo hacia acá. Tengo mucho miedo.

Mientras tanto, después del grito de Adriana, Gerardo se apresuró a salir y para su sorpresa ahí la vio, ahí estaba, su amiga Adriana esperándolo con la mano extendida para acompañarla, la notó extraña y preguntó por su grito, pero ella no le contestó, solo le sonrió. No esperaron más tiempo y se dirigieron al invernadero y justo antes de entrar, ella se detiene en seco y solo entra Gerardo. La tres niñas, al verlo entrar gritaron atemorizadas por lo que ya habían vivido y al mismo tiempo gritó Gerardo, pues no se explica el que Adriana estuviese con ellas, si ella venía tras de él.

Tan amarga fue la experiencia que pasaron, que no se atrevieron a salir más, atascaron las puertas y se acurrucaron entre el heno, llorando del susto. Hasta que el sol empezó a salir, fue entonces que Katherine y el viejo José, rompieron a fuerza bruta las puertas y encontraron ahí sus pequeñas víctimas que sufrieron de una muy mala experiencia, nunca dijeron que había sucedido, ya que nadie les creería, pero desde ese día no volvieron a ser los mismos niños alegres y juguetones que eran antes.