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Somos de lo que nos rodeamos

Enviado por   •  17 de Mayo de 2018  •  3.089 Palabras (13 Páginas)  •  256 Visitas

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En nuestra sociedad occidental hemos entendido y afrontado los cambios de manera racional y analítica -usando el hemisferio izquierdo del cerebro al que se le atribuyen funciones como la capacidad de procesar la información, resolver un problema, el diálogo etc.-, esto ha sido el detonante de nuestras constantes preguntas ante la polaridad que separa a las personas en dos partes: cuerpo y mente. Curiosamente, esta dualidad la vemos en las bases de la filosofía china antigua en la que el principio de justicia universal son el yin y el yang, el cielo y la tierra, la vida y la muerte, el hombre y la mujer, el sol y la luna (y un sinfín más de polaridades).

Parece paradójico afirmar que la tierra no pertenece a los humanos, sino los humanos a la tierra y su desconexión con ésta amenaza con destruirnos a ambos. Como decía una de “mis mayores”: el planeta no lo hemos heredado de nuestros antepasados, lo hemos tomado prestado como lugar de paso cediéndolo así a nuestros descendientes.

Para comprender que el ser humano y la tierra están en el mismo lugar de la balanza, hablaremos brevemente de lo que nos pareció una primera contraposición establecida.

He aquí el primer “error” en el que el pensamiento occidental cae, pues las personas están formadas por tres aspectos: físico, mental y espiritual (todos ellos interrelacionados entre sí). Todos estos aspectos han de ser alimentados para el buen funcionamiento o la armonía del resto. Digamos que en un plano más elevado, todo forma parte de una unidad indivisible, de un todo y de un equilibrio. Y en occidente, no sólo mantenemos nuestra perspectiva en una fragmentación dual, sino que olvidamos uno de los aspectos del ser humano: el espíritu.

Creemos que es pertinente aclarar que el siguiente estudio se basa en los principios de la medicina tradicional china –siendo ésta analógica e intuitiva y en la que el enfermo se cura a sí mismo-. Con base a lo anterior diremos que todo el universo (macrocosmos) al igual que todo ser humano (microcosmos) -que se encuentra dentro del anterior-, está formado por dos energías opuestas pero a la vez complementarias y sin éstas nada cambia ni se transforma. La etimología de la palabra universo, de hecho, lleva en su significado lo explicado anteriormente (Universo proviene de uni que significa unidad y versus, movimiento). Al formar parte de él, entendemos que las tres partes que componen al hombre están en continuo movimiento.

Hemos olvidado cómo escuchar nuestro cuerpo, adaptándolo y abasteciéndolo de todo aquello que necesita. No se trata de radicalidades, todo lo contrario. Cada individuo ha nacido y crecido en un entorno diferente y la clave para la armonía del cuerpo físico, la mente y el plano espiritual es la constante adaptación y escucha. Se trata de no mantenernos ni muy tirantes ni muy flexibles y esto es algo que con la alimentación podemos “controlar”, o mejor dicho, mantener a la mente sana y las emociones “equilibradas” para poder vivir ser, pensar y actuar en armonía. No olvidemos que la naturaleza no tolera los excesos y ella sola, por su propio pié, pone solución a estos.

“No sé si es posible amar o no al planeta, pero si sé que es posible amar los lugares que podemos ver, tocar, oler y experimentar” (David Orr, Earth in Mind).

Somos lo que comemos. Equilibrio en los alimentos.

“Somos lo que comemos”-¿hemos encontrado alguna vez el sentido de este axioma?-.

Todos hemos sido capaces de detectar cómo nos ha sentado un alimento pesado en la cena, qué sustancia necesitábamos cuando estábamos enfermos o de qué manera nos activa el chocolate - siempre y cuando nos hayamos detenido a escuchar un poco nuestro cuerpo fuera del ruido-. Es por la separación mencionada anteriormente que hemos caído en manos de una industria distribuidora de alimentos refinados que en los últimos años se ha duplicado en comparación con el siglo pasado.

Existen varios tipos de alimentación y ésta debe ser saciada a la hora de alimentarnos. Normalmente, en nuestro paradigma, parece ganar la carrera de relevancia frente a los otros tipos de alimentación. Hablamos de la llamada alimentación sensorial, es aquella por la cual satisfacemos a nuestros sentidos: una tarta es de textura suave, un chocolate caliente te hace entrar en calor y la carne roja a la brasa huele muy bien.

La ciencia ya ha hablado de la “energía del alimento”, normalmente haciendo referencia a la cantidad de calor producida por un alimento cuando éste se quema o se destruye. A esto se le llaman calorías. Pero éste es sólo un aspecto de la energía. Si hablamos de la energía vital del alimento queremos decir algo completamente diferente, ya que cada uno posee unas únicas características y manera de reaccionar. Dependiendo del ambiente en el que se encuentre un alimento, de cómo nació y la manera en que creció, sus cualidades energéticas serán unas u otras.

Así pues, volviendo al yin y el yang, podríamos “distinguir” la energía vital en los alimentos vegetales y animales (de manera general): Las plantas extienden sus raíces hacia abajo y hacia afuera (por el suelo), los animales hacia adentro. Los animales están compuestos, mayoritariamente, por proteínas y el exceso de éstas se almacenan en forma de grasa. Las plantas, además, captan dióxido de carbono y desprenden oxígeno, por el contrario, los animales captan oxígeno y lo transforman en dióxido de carbono. Observamos pues que ambos poseen dos energías opuestas y, a su vez, dinámicas y complementarias. Entonces, si basamos nuestra dieta en productos animales, se da un efecto de contracción en el cuerpo. Los órganos internos tienden a contraerse y eso hace que nos sintamos menos flexibles y secos. Antagónicamente, una dieta vegetariana mantendría nuestro cuerpo más flexible, nuestra mente más clara, pacífica y tranquila. Actuaría su energía vital en cada una de nuestras células –ya que somos lo que comemos- y su energía se transformaría en una actitud pasiva, una concentración dispersa y nos interesaríamos más por temas espirituales que terrenales.

Pondremos un ejemplo claro a la hora de aclarar esta polaridad –teniendo en cuenta el efecto expansivo y de enfriamiento (yin) y contractivo o de calentamiento (yang)- : si me duele la cabeza por haber bebido vino (expansivo), para equilibrarlo, debería tomar un queso salado (contractivo). Es por ello que comúnmente se hace uso de estos dos alimentos al mismo tiempo.

El efecto expansivo o contractivo de un alimento dependerá de la energía vital de éste y, observando, podríamos identificar casi a simple vista las

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