“ESCRIBIENDO UNA PUERTA”
Enviado por monto2435 • 13 de Diciembre de 2017 • 1.978 Palabras (8 Páginas) • 459 Visitas
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-Qué raro es eso, ¿Por qué alguien pintaría lo mismo una y otra vez?
-¡Ah! Excelente pregunta pequeña Melanie. Es que lo que tú no sabes, es que todo es diferente, ¡Nada pasa de la misma forma dos veces! El agua a veces se tornaba tranquila, otras un poco más revuelta, otras más clara, otras veces más densa. El cielo que, aunque sabemos que esta siempre arriba de nosotros, es peor que un camaleón (en cuanto a cambiante), a veces es más brillante, los rojizos del atardecer se mezclaban diferente, las nubes dibujaban el cielo de manera distinta y esos detalles era lo que Martha captaba.
¡Aaaa! ¡Era la abuela! Sonreí con mi sonrisa pizpireta de “te atrapé abuelo”
-La verdad es que tenía talento para eso de trazar líneas en un papel. Un día, tu abuela me atrapó dibujándola, recuerdo que trate de negar que fuera ella, pero mis intentos sólo se desperdiciaban. El parecido era evidente.
Mi abuelo pasó de pálido de las mejillas, a tenerlas color salsa cátsup.
-¡Ah sí! Casi lo olvido, también era un as del estilo libre en natación. Lleve al equipo de “las mantarrayas” a ganar las nacionales en el 78. Sí, nadar me hacía sentir libre, como si volara, solo que yo volaba en el agua. ¡Ya quisiera ver que las aves lo hicieran!
-¡Uyyy! También era un buen cocinero, trabajé en varios restaurantes durante mi juventud. Todavía recuerdo mi especialidad: trucha ahumada.
Hice una mueca que no pude contener.
-A los clientes les encantaba. Recuerdo que podía picar una zanahoria más rápido que decir “estrepitosantoariamentusisamania”. Ahhhhhhh- su alma dejó salir su aliento.
Miré por la ventana. Ya estaba amaneciendo, podía ver el sol asomando sus ojos en el horizonte y colocando sus enormes dedos en lo más alto de la montaña.
-Abuelo, creo que es hora de dormir- bostecé.
El abuelo me acompañó hasta mi habitación y fingí dormirme. Lo cierto es que tenía un plan estupendo escrito en la hoja de papel. Haría al abuelo sentirse contento otra vez…
Corrí a la tienda y compré aquellos chocolates envinados que le encantan, busqué en mi cuarto una pelota de plástico que me regalaron en navidad. Me dirigí a la puerta secreta en busca de de colores, pinceles y pinturas; las encontré casi secas, pero nada que un poco de agua no arregle. Tomé tres bocetos de la pared y los llevé conmigo. Tomé un viejo collar y le fabriqué una medalla del primer lugar al abuelo. Ya casi tenía todo, pero otra vez, el abuelo me atrapó con las manos el chocolate; y esta vez es literal. Se me había antojado uno de los que iba a regalarle.
-Toma abuelito. Son tuyos, de mí, para ti.
Mi abuelo los tomó. Aun seguía adormilado. Abrió la caja y saboreó uno.
-Como acabas de arruinar tu sorpresa, te lo diré, haremos todo aquello que me contaste ayer. Ahora, ponte los tenis que jugaremos fut bol.
Cinco minutos después mi abuelo y yo nos encontrábamos en el jardín. Improvisé una portería con la escoba y un cesto de basura.
-¡Vamos abuelo! ¡Tira un gol!
Mi abuelo corrió, tomo vuelo y golpeó la pelota.
-¡Gol!- gritó el abuelo.
No me esperaba que la pelota anotara... ¿o tal vez si?
Gané 5 goles a 3, la verdad, creo que el abuelo me dejó ganar. Le di la medalla de campeonato que le hice al abuelo y se la puse en el cuello. El abuelo se veía cansado pero muy, muy contento. Esta vez su sonrisa se animó a salir, y la verdad espero que ya no se esconda.
-¡Ahora, a terminar tus dibujos!- le mostré las pinturas que había arreglado.
El abuelo me miró y noté que sus ojos se iluminaba, como una luciérnaga que llama a sus amigas y se vuelven las estrellas del cielo. De pronto el abuelo cayó al suelo, yo grité pero él no me escuchaba. Su respiración se volvió lenta. Llamé a la señora Sherman de al lado.
-¡Oh mi niña! ¿Qué sucede?
Yo estaba casi sin aliento.
-¡El abuelo! ¡El abuelo!
La señora Sherman se asomó por la ventana y vio a mi abuelo en el suelo. Corrió hacia el teléfono y llamó a una ambulancia.
Las sirenas comenzaron a escucharse. El abuelo seguía respirando. Su cara emanaba paz, y noté algo en sus labios, aun formaban un arco ¡Aun sonreía!
-¡Despejen el área!- gritó uno de los paramédicos.
Subieron al abuelo con sumo cuidado a una camilla y lo metieron al vehículo. Yo estaba enganchada al vestido de la señora Sherman. No estaba asustada ni triste, sólo preocupada; preocupada por el abuelo. Él odia los hospitales, su olor, el ambiente lúgubre y la ansiedad de esos lugares. Ahora, él se dirigía a ese lugar.
Miré el suelo. Mi zapato estaba encima de uno de los dibujos del abuelo. Lo tomé entre mis dedos y noté que este dibujo ¡Tenía color!, pero aun mas importante, ¡Era una puesta de sol! De seguro uno de los dibujos de la abuela, o eso creía yo. Cuando bajé la mirada noté las iniciales “HR”. Abrasé el papel, como si ese papel en realidad fuera mi abuelo. Cerré mis ojos.
-Melanie.
Escuché un susurro.
-Melanie, pequeña. Debo llevarte a la cama.
Abrí, con mucha fuerza de voluntad, mis ojos. Dos grandes platos de noche me veían, su piel tenía una marquita por cada momento vivido. ¡Era el abuelo!
Sentí el calor del fuego jugando con los vellitos de mi piel. Entre mis dedos estaba una taza de chocolate con un pequeño sorbo de chocolate frío.
El abuelo me cargó hasta mi cama y me arropó. Me dio un beso en la mejilla, apagó la luz y cerró la puerta. Me acomodé en mi cama y escuché un ruido en el suelo. Asomé la mirada en esa dirección, y ahí estaba… el pequeño metal que abre puertas.
Por:
Isabelana Noguez Pérez 6ºB preparatoria.
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