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La dolorosa interrogación

Enviado por   •  14 de Enero de 2019  •  1.351 Palabras (6 Páginas)  •  469 Visitas

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Desde el principio del siglo XIX –Cortes de Cádiz, época de constitucionalismo– aparecen algunas notas vigorosas de puertorriqueñidad: rasgos individuales y colectivos que confirman otros registrados al final de la centuria precedente. La obra pictórica de José Campeche, las instrucciones que varios ayuntamientos dieron a Ramón Power, nuestro primer diputado a las cortes españolas de 1812, la significativa labor que éste llevó a cabo, constituyen atisbos valiosos. Con el transcurso del siglo maduran dos movimientos de señalada importancia para el proceso de formación de nuestro pueblo: el movimiento antiesclavista que, bajos sus postulados de liberación humana, agrupa a los hombres mejor dotados de la colonia, logrando sacudir su sensibilidad con un problema vital de las masas trabajadoras del país, y la organización de los primeros partidos políticos, que trajo consigo la alineación de los puertorriqueños en un bando, frente a la de los españoles, en el otro. En aquellos primeros programas del reformismo colonial y en los siguientes del asimilismo y la autonomía, se agitaban ya los fermentos que en la temprana fecha podrían cuajar en la definición precisa de nuestra personalidad colectiva. Ya se iba moldeando un ideario político que acaso serviría más tarde para dotar nuestra realidad social de más concretas aspiraciones. Del fecundo hervor de la ideas, de aquella dura brega de los puertorriqueños e incondicionales españoles, era posible que emergiera un estímulo aprovechable para la cabal interrogación de nuestro pueblo. El cambio de soberanía detuvo aquel proceso magnífico en el momento culminante en que la Carta Autonómica abría brecha prometedora a la capacidad nativa y perspectiva cierta para afrontar los problemas de nuestras muchedumbres. Logramos, sin embargo, durante la etapa final de la dominación española una cosa de capital transcendencia: la formación de una clase dirigente, seria, culta, honesta, conciente de sus responsabilidades y ávida de servir a los mejores intereses del país. En su pública actuación dio evidentes señales de sabiduría, de rectitud y de patriotismo. Acaso afirmen los descontentos que no tuvo visión histórica, que dejó pasar inadvertidos preciosos para la consecución de nuestra soberanía popular, ¿Por qué no escuchó Puerto Rico a Betances y Ruiz Belvis cuando con heroico fervor proclamaban ideales separatistas? ¿Por qué malogró el grito insureccional de Lares? ¿Por qué no se aprovechó la esplendida coyuntura de la guerra del 98 para recibir a los norteamericanos con las armas en las manos y un programa de independencia patria desplegado a los cuatro vientos? La respuesta es dolorosa. Porque no teníamos un pueblo; porque no había conciencia colectiva, porque no estaba formado el espíritu público; porque sólo contábamos con un liderato absurdamente minoritario, sin vinculaciones en la masa proletaria; porque en lugar de un pueblo alerta a sus derechos, sólo teníamos muchedumbres sumidas en la ignorancia, campesinado curvado sobre el verdor de los sembrados, sin afanes de mejoramiento, sin esperanzas de redención; porque para el logro de la libertad, para la demanda eficiente de sus derechos colectivos, para las gestas populares de duradero alcance, es menester que haya un pueblo solidarizado en generosos ideales de vida y plenamente consciente de su fuerza, no bastan las muchedumbres desorganizadas para tan altos empeños.

El despertar de un pueblo, 1942

Géigel Polanco, Vicente. “La dolorosa interrogación”. Quintana, Hilda y Rodríguez, María Cristina, editoras. Personalidad y literatura puertorriqueñas. San Juan, PR: Editorial Plaza Mayor, 1996, pags. 48-50.

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