Soledad en cien años de soledad

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El coronel Aureliano Buendía rasguñó durante muchas horas, tratando de romperla, la dura cáscara de su soledad. Sus únicos instantes felices, desde la tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo, habían transcurrido en el taller de platería, donde se le iba el tiempo armando pescaditos de oro.

Amaranta se encerró en el dormitorio a llorar su soledad hasta la muerte, después de darle la respuesta definitiva a su pretendiente tenaz:

-Olvidémonos para siempre -le dijo-, ya somos demasiado viejos para estas cosas.

Al igual que el coronel Aureliano Buendía, Amaranta y Rebecca deciden aislarse por las decepciones amorosas que la agobiaban hasta tal punto de pasar toda su vida lamentado y llorando sus males, viejas y solas viendo pasar su vida desde sus habitaciones en eterna soledad como se muestra en el siguiente micro texto:

Una tarde de agosto, agobiada por el peso insoportable de su propia obstinación, Amaranta se encerró en el dormitorio a llorar su soledad hasta la muerte.

Rebeca murió a fines de ese año. Argénida, su criada de toda la vida, pidió ayuda a las autoridades para derribar la puerta del dormitorio donde su patrona estaba encerrada desde hacía tres días, y la encontraron en la cama solitaria, enroscada como un camarón, con la cabeza pelada por la tiña y el pulgar metido en la boca.

El pueblo Macondo tampoco se liberó de soledad ya que este lugar se encontraba lejos de la civilización y su única entrada al mundo moderno eran los gitanos que vendían sus productos en todo el pueblo.

En conclusión, la soledad en esta obra es un detonante para que sus personajes decidan ejecutar acciones que no les favorecerán y que tendrían grandes consecuencias en sus vidas, lamentándose y sufriendo viejos, muertos y solos sin nadie que los apoye o sea compañero de su dolor.