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La coleccionista

Enviado por   •  24 de Abril de 2018  •  1.959 Palabras (8 Páginas)  •  286 Visitas

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No pude encontrar a nadie a quién fotografiar camino a la cineteca así que cambié de dirección rumbo a la puerta norte que daba a la línea 11 del metro. Sabía dónde podría encontrar gente que no se escondiera de la lluvia.

Trece Lunas siempre había sido mi lugar favorito en toda la ciudad. El barrio antiguo lo colmaba de la atmósfera magnífica en la que estaba envuelto, con su empedrado y las casas multicolores convertían un simple día lluvioso en un viaje en el tiempo para llevarte a un universo totalmente azaroso. Además de eso, una de las paredes de la entrada estaba cubierta en su mayoría por máscaras de madera africanas, así que supuse que eso me serviría de inspiración para hallar el lugar de donde proceden las máscaras, pues una duda había surgido como el aliento agitado después de contener la respiración bajo el agua por algún tiempo, ¿de dónde vienen las máscaras que usamos constantemente? ¿Las creamos nosotros o proceden de un lugar para regresar cuando ya no son requeridas? ¿Habrá alguna tienda que se dedique a vender máscaras metafóricas? Recuerdo haber pensado que sería el negocio más redituable del mundo, al parecer, todo el mundo las necesitábamos de vez en cuando.

A partir de ese momento, los rostros de las personas se convirtieron en mi nueva obsesión. Comencé a observar detalladamente todos y cada uno de sus gestos: inmutabilidad para una máscara blanca y con gesto sereno, con las cejas perfectamente proporcionadas y los labios tensos; condescendencia, una máscara azul claro que reflejara frialdad y distancia, cejo levemente fruncido y ojos compasivos; interés, labios despegados y párpados hacia arriba. .. Ahora empezaba a darme cuenta del poder que podían darnos las máscaras una vez que las dominábamos. Era sencillo proveerte de una apariencia que en absoluto era la tuya.

Los días siguientes los pasé en un estado de ensoñación del que solo ahora me doy cuenta. Caminé hasta el cansancio dejándome llevar por las máscaras que encontraba a cada vistazo. Estaban en todas partes. La obsesión continuó su lento proceso de anidación y, lo que antes era una idea tentadora y muy eficaz para mi proyecto, se convirtió en un estímulo de búsqueda infranqueable. Una obsesión siempre es un monstruo, pero como todos los demás monstruos, se esconde tras un antifaz.

Mi manía se convirtió en mi nueva mejor amiga, la llevaba a todas partes y reflejábamos una idea de la que nos habíamos enamorado. Toda la atmósfera me olía a máscaras, si es que éstas tienen algún olor, debía ser algo embriagante y seco como un vino añejado. Volvía sobre mis pasos al acercarse la fecha de la exposición, aún no conseguía encontrar la forma de coleccionar las máscaras figuradas. Había pasado casi todo un mes observando cada movimiento, cada gesto en diferentes personas y todos guardaban una similitud asombrosa variando solo en algunos rasgos distintivos, como las arrugas de la frente o la duración de cierta mueca. Vigilé de cerca cada ademán que acompañaba el movimiento facial, incluso las palabras que se repetían en cada caso. Clasifiqué las máscaras de acuerdo a su uso y a la frecuencia con que las veía en el día y llevaba un diario con las anotaciones para mi investigación. Pero el problema seguía ahí ¿cómo recopilarlas? Definitivamente una fotografía era la opción más obvia, pero cada vez que intentaba captar la expresión en el momento en que aparecía, un segundo se interponía entre la esencia de la imagen que el rostro proyectaba y una imagen deteriorada de la mueca, como si la máscara cobrara vida propia y se negara a entregarse en algo tan insulso y común. Cada vez que intentaba captarlas, mi frustración crecía, al punto de la desesperación y la ira desenfrenada. Gritaba y profería insultos y lo único que veía era un espasmo de sonrisa, un reto por parte de las máscaras, una advertencia de que jamás serían capturadas por el lente.

Faltaba una semana para la entrega y publicación de mi proyecto en el museo, mis jefes estaban al tanto del tema de investigación y me dieron permiso para ausentarme durante los últimos días, pues atribuían mi obsesión a la entrega con mi trabajo y al estrés de tener una exposición fotográfica de tal magnitud. No sabían que no había logrado captar una sola imagen que valiera la pena.

La desesperación comenzó a apretar el nudo con el que me sostenía, tenía siete días para capturar la esencia de una máscara sobre un rostro humano, pero el semblante de las personas cambiaba a cada segundo y definitivamente no podía controlar el tiempo para congelar un instante de gélida y dura perfección.

Serían las once de la noche del sábado y los rayos de la luna parecían buscar el verdadero fondo del abismo. Con todo, no podía distinguir nada netamente a causa de la bruma mental en la que estaba envuelta. Este recuerdo surgió de entre los pliegues de mi memoria como algo olvidado hace ya muchos años, algo a lo que no habíamos prestado atención pero que en este momento expulsa toda su fuerza dentro de nosotros y habla con voz nítida y afilada como esta pluma sobre el papel, rasgando las demás alternativas, dejando una singular e insuperable respuesta a mi problema de apresamiento.

Marzo 26 de 2007

Fotógrafa es detenida por las autoridades y confinada al psiquiátrico de la ciudad al encontrar evidencia de asesinato en su departamento: cabezas desprendidas de sus cuerpos en variados rictus que van desde lo terrorífico hasta lo cómico y que han sido identificados como los desaparecidos de esta última semana. La culpable fue arrestada después de exhibir fotografías de los rostros en una presentación frente a docenas de espectadores. Su sentencia será cumplida en el pabellón antes mencionado por tratarse de un caso severo de esquizofrenia.

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