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El imperio de Maximiliano y Carlota.

Enviado por   •  30 de Enero de 2018  •  4.285 Palabras (18 Páginas)  •  253 Visitas

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frecuentes cambios políticos, que les proporcionaban la ocasión de hacer rápidas fortunas. Fácilmente se comprende lo insuficiente de esa explicación, pues ni los comerciantes extranjeros eran harto poderosas e influyentes en Veracruz para que lograsen sofocar, en caso de que hubiese existido, el entusiasmo espontáneo de la población, ni el estado de los negocios públicos en México podía inspirar el temor de que cesara un desorden, que nadie sentía mejor que el comercio. La verdad es que en el primero de nuestros puertos la población era en su casi totalidad enemiga del régimen monárquico, de tal suerte que los pocos intervencionistas que allí había no pudieron hacer una demostración que aparentase cierto carácter de popularidad.

Al desembarcar, expidió Maximiliano una proclama que comenzaba con estas palabras “¡Mexicanos! ¡Vos otros me habéis deseado; vuestra noble nación, por una mayoría espontanea, me ha designado para velar de hoy en adelante sobre vuestros destinos!”. Maximiliano procuraba darse ciertos populares esperando atraerse el afecto de la multitud : en córdoba sentó a su mesa a los alcaldeles indígenas de Amatlan y Calacahualco; en Orizaba, donde permaneció hasta el 3 de junio, visitó las escuelas, la cárcel y otros edificios públicos; recibió una comisión de indias en Naranjal, conducidas por el cura, que pronunciaron una arenga en idioma mexicano, la cual fue luego vertida al castellano por don Faustino Chimalpopoca. En Acultzingo los príncipes mole de guajolote, tortillas con chile y pulque. El 5 entraron a Puebla, deteniéndose allí hasta el día 8.

Maximiliano, pintan el país de casi todo adherido a la intervención a mediados de 1864 “Cuando Maximiliano desembarco en Veracruz”, dice Masseras, todas la ciudades, con excepción de dos o tres, se habían adherido a su causa y eran regidas en su nombre por municipalidades puramente mexicanas. Juárez y su gobierno no figuraban ya en la situación si no como un recuerdo. Las poblaciones, sorprendidas y encantadas de la seguridad que procuraba la intervención donde quiera que había pasado, se adherían rápidamente a un estado de cosas que les prometía un bienestar hasta entonces desconocido. Nuestras tropas se veían secundadas por contingentes mexicanos que iban creciendo día a día, y por milicias que les llevaban, con un concurso material, mediocremente eficaz tal vez, el efecto moral mucho más importante en su adhesión. Una porción importante del mismo partido liberal, desconcertado en su hostilidad, se preguntaba si el verdadero patriotismo no consistiría en inclinarse ante el hecho consumado para convertirle en provecho de la independencia y de los intereses, de la nación, en lugar de prolongar una lucha sin esperanza. Citase en apoyo de esta pintura de pura fantasía, una carta dirigida del Saltillo el 16 de Junio por don Manuel Sarcoma a Don Benito Juárez. Esta carta, en efecto, revela el terror pánico que se había apoderado de la imaginación de su autor, alarmado ante la ola creciente de la intervención, ante la falta de acción del gobierno legítimo, incapaz de organizar la defensa nacional, que tomaba un carácter anárquico y destructor, fecundo solo en ruinas y mala fama. No intentaremos la defensa de la política de Juárez, justo es, sin embargo, observar que en las circunstancias en que se hallaba no era posible hacer más de lo que hizo. Cortadas las comunicaciones; sin contar con la seguridad de permanecer en alguno de los puntos lejanos a que se veía obligado a retirarse ante los avances del enemigo; careciendo de los recursos indispensables para la organización y equipo de grandes ejércitos, el gobierno nacional no podía sentir su autoridad de un modo eficaz sobre la multitud de fuerzas diseminadas a grandes distancias, que obran por su propia cuenta, ni imprimir un movimiento uniforme a operaciones determinadas por accidentes imprevistos, que escapaban por consiguiente a todo cálculo estratégico. La guerra tenía que tomar carácter de una insurrección general, en que cada jefe seguiría las inspiraciones individuales de su valor y su genio: cierto que esa guerra seria desastrosa para el país, pero su éxito era seguro: así se había conquistado la independencia; así se había consumado la revolución de reforma, y se alcanzaría de nuevo el triunfo de la republica sobre la obra de intervención extranjera.

El emperador Maximiliano parece haberse imbuido profundamente, durante su permanencia en Lombardía, en el proverbio Italiano de que el mejor media para ir lejos es ir lento. La sexta semana de su reinado le encuentra todavía en la misma actitud de reserva absoluta que el primer día sobre todas las cuestiones respecto de las cuales se pensaba que su sola llegada seria la señal de una solución casi inmediata. Ni un solo decreto se ha expedido, ni una sola medida se ha tomado, aun cuando fuese a título de preliminar. Salvo el nombramiento de ministro de negocios exteriores, el gabinete de la Regencia subsiste con su organización provisional.

El imperio no conoció ni sistema de presupuesto, ni modo determinado por las órdenes de pago y las aberturas de crédito, ni evaluación de los ingresos, ni fijación de los gastos. El tesoro metía en caja lo que podía y desembolsaba al azar de las ordenes que presentaban, sometidas a la eventualidad de un imprevisto. No hay que admirarse ante tales antecedentes, de la falta de tino con que se despilfarraban las escasas rentas que llegaban al erario. Desde el 10 de abril, día de la aceptación de la corona en Miramar, se asignó a Maximiliano la cantidad de 125,000 pesos al mes y la de 16,666,66 a su esposa, lo que constituía al año una suma de 1,700,000 pesos. No todo en su reinado fue turbio, también realizo actos que hasta nuestros días perduran, construyó el Castillo de Chapultepec para utilizarlo como residencia, así como el Paseo de la Emperatriz (actualmente Paseo de la Reforma) para conectarse con la ciudad. También trató de conservar la cultura mexicana, lo que queda como una de sus grandes contribuciones como emperador.

En su efímero gobierno promulgó el Estatuto Provisional del Imperio Mexicano, probablemente elaborado por el mismo, y antecedente de la Constitución que regiría la monarquía constitucional en que se hubiera transformado el Imperio mexicano de haber sobrevivido. El Estatuto no llegó a entrar en vigor, aunque tuvo validez jurídica porque dio pie a una amplia e importante legislación de carácter liberal y social que garantizaba los derechos del hombre y del trabajador.

Conforme al compromiso que el archiduque había adquirido de colocar a la monarquía bajo leyes constitucionales, Maximiliano expidió el 10 de abril de 1865 dicho Estatuto que para algunos autores es el reflejo del proyecto de Constitución que en el palacio de Miramar había

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