100 rebanadas.
Enviado por Antonio • 3 de Abril de 2018 • 7.589 Palabras (31 Páginas) • 420 Visitas
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Servitje nunca quiso estar en el organigrama empresarial el cargo de presidente, decía que nunca aceptaría tener tumbas ni lápidas en vida, pero ello ha resultado contraproducente porque en la empresa se respiraba su liderazgo.
Don Lorenzo sigue siendo un inconforme, siempre como un hombre sumamente critico. Aún se mantiene creativo y vital, conformando equipos y analizando cómo mejorar cada día dentro de la empresa y no solo en la organización si no como personas y llevando se de la mano a los que los que querían seguir
Algo tan inteligente que son Lorenzo hacia por su empresa era que se subía a los camiones de Barcel para estudiar las rutas y sentó las bases para lanzar nuevos productos con la consigna, de posicionar esta marca en el mercado
Don Lorenzo siempre ha sido un Líder moral gran ejemplo en el ámbito empresarial mexicano, a sus noventa y seis años sigue yendo a diario a la oficina y, sin dejar un solo pendiente, sigue resolviendo sus ocupaciones entre asuntos familiares los Servitie Montull
Suman más de cien miembros y ante la falta de tiempo porque es consiente de que su reloj puede detenerse en cualquier momento busca agilizar soluciones para su adorado México cuyos problemas medulares (inseguridad, desarrollo económico, educación, y polarización social) siguen siendo parte prioritaria en su agenda personal.
Juan Servitje, su padre de don Lorenzo, era hijo de campesinos. Apenas sabía leer, escribir, hacer cuentas. Pasó la infancia cultivando trigo, vid y olivos en una masía, una casa en la montaña en la provincia de Barcelona, donde sus abuelos Magín y Rosa eran los sirvientes. Como el trabajo del campo le disgustaba y sentía que su padre lo trataba con rudeza, su papá a sus nueve años, con sólo tres pesos en su bolso, se trepó en un tren y así llegó a Barcelona donde comenzó lavando platos en un restaurante y después despachando vinos en el mostrador de una taberna.
Ahorró dinero y en 1903, para evitar cumplir con el servicio militar obligatorio, se embarcó en tercera clase soñando con "hacer la América" y llegó al puerto de Veracruz.
Su intención aquí en Guadalajara era trabajar en una cantina pero, de paso por la Ciudad de México, los tíos Pepe y Celedonio Torrallardona, primos de su mamá, lo contrataron para trabajar en su pastelería La Flor de México. Le ofrecieron "casa, comida y cigarros", la cama era compartida con el resto de los empleados: el piso de la pastelería, y el sueldo: apenas cien pesos mensuales.
La relación con sus tíos no fue de todo muy agradable y en 1909 don Juan Servitje se marchó a Buenos Aires, donde trabajó en la confitería El Molino. Cuando regresó a la capital mexicana, tres años después, los tíos lo recontrataron con nuevas condiciones, a fin de capitalizar lo aprendido en esa moderna pastelería con influencia europea. Pero, sin miras de crecimiento y enfrentando continuos roces con los tíos, mi padre, recién casado con mi madre, buscó la manera de independizarse.
Su vida fue de ascensos y de vertiginosos descensos en términos económicos, pero era luchón y trabajador, no se desanimaba. Invirtió su capital en un negocio de guantes y lo perdió todo porque el barco que traía la mercancía de Europa fue bombardeado en la vorágine de la Primera Guerra Mundial. Luego, logró vender una partida de madera y con ese capital compró una máquina para hacer bolillos, recién patentada, que vendió por 30 000 pesos oro a la Unión de Panaderos, un gran negocio para mi padre, aunque no para los panaderos, porque los obreros se negaron a usarla y terminó abandonada como una pila de fierros oxidados.
Después abrió una oficina de representaciones de productos extranjeros que lo dejó nuevamente sin explicaciones de cómo había vuelto a caer una vez mas y sin un peso en la bolsa
se decía que los hijos de inmigrantes estaban condenados a una vida de trabajo excesivo y de austeridad y de ahorros casi por todos los años Nos distinguimos por poseer un espíritu de lucha y un mayor dominio de nosotros mismos.Nada nos es dado de antemano y desde nuestro nacimiento, inconformes, anhelamos destacar.
Desde niño recuerda haber titubeado: no sabía si yo era español o mexicano, dos identidades que me determinaban y me daban especificidad. Nació en México, pero hablo antes el catalán que el español. Cuando era muy pequeño, su madre regresó a España, sus hijos, y sólo al volver, cuando tenía yo cinco años, comenzó a descubrir que el mexicano con el hijo de la portera y las sirvientas. Ya llegaría el momento de apreciar la dimensión de mis raíces; el momento de decir, en plano de burla, que soy de materiales importados, pero bien armado en México.
Desde los siete años ya leía y le encantaba leer. sus padres le llevaban a El Libro de Oro, una librería ubicada en San Juan de Letrán, a cuadra y media de nuestra casa y, de vez en vez, me compraban algún libro. Con el afán de seguir leyendo, muy pronto descubrí las librerías de viejo, a donde iba a vender alguno de mis ejemplares para comprarme otro más barato. Debido a la utilidad que ganaban esos locales, mis libros necesariamente iban bajando de calidad, pero así pude leer El libro de las tierras vírgenes de Rudyard Kipling y Robinson Crusoe de Daniel Defoe.
Tiempo después, los de Julio Verne, Emilio Salgari y la Colección Araluce de clásicos en versiones para niños, lecturas que me entretuvieron, fincaron en mí el hábito de la lectura y me fueron formando. En la juventud leí a fondo a los clásicos españoles y algunas otras obras a las que se sumaron Ortodoxia, de G. K. Chesterton. Esta última fue medular: creía yo en la ortodoxia cristiana como posibilidad de libertad, innovación y adelanto.
El siempre leía demasiado y no era lo único bueno que él hacia si no también recalcaba que lo que él era y los valores siempre venían desde la casa des que tus padres te enseñaban cualquier detalle que te ayudaba para mejorar como persona y claro ser buena persona el sentido de educarnos con buenos principios: decir la verdad, no hablar con groserías, ser honesto y trabajar.
A él ya sus hermanos siempre los inscribían en escuelas mejores donde podían tener mejores oportunidades y mejores cosas que en cualquier otra escuela las mama los cambiaba constantemente de colegio el de las sillitas por no podían llevar sillas de madera y no tenían para llevar algunos de los recursos material que el colegio les pedía, luego al Gordon College para aprender inglés, y en quinto de primaria, aunque era un niño bien portado de esos que le tenían miedo al coco, lo inscribió en el Instituto España, de Tacubaya, un
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