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Del Antiguo Testamento, leemos el libro de Job y del Nuevo, la Primera Carta de Pedro, sin desconocer los aportes de los otros libros sagrados.

Enviado por   •  16 de Junio de 2018  •  1.303 Palabras (6 Páginas)  •  641 Visitas

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Nosotros, “cual piedras vivas”, participamos del edificio de la Iglesia. Por la dimensión corporativa de Cristo (piedra viva) y de los cristianos (piedras vivientes), el desprecio de Cristo implica el desprecio de los cristianos y viceversa. De modo que, en la medida en que la comunidad asume la identidad mesiánica de Cristo en su pasión, muerte y resurrección, se hace posible experimentar el nacimiento de una vida cristiana nueva. Así, nuestro único modelo es Cristo. Él “sufrió por nosotros dejándonos ejemplo” para que sigamos sus huellas (2,21). El no cometió pecado y en su boca no se halló engaño; Él, al ser insultado, no respondió con insultos; padeciendo injustamente, no amenazaba… Por sus heridas fuimos curados (cf. 2,23-24). Por eso, “bella cosa es tolerar penas, por consideración a Dios, cuando se sufre injustamente” (2,20). Este ejemplo de Jesús crea la nueva identidad del cristiano: devolvemos bien por mal y, cumpliendo la voluntad de Dios, experimentamos la verdadera gracia. El ejemplo de Cristo y nuestra participación en su sufrimiento es la razón de nuestra conducta paradójica (ser felices) y nos hace disponibles al servicio de los demás. Somos “dichosos” (3,14) cuando padecemos a causa de la justicia. No tenemos nada por qué temer y estamos “dispuestos a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza” (3,15). La pasión de Jesús y su consiguiente glorificación es el origen de esta mentalidad cristiana nueva del amor a toda prueba. “Ya que Cristo padeció en la carne,” – nos dice la carta - “armaos también vosotros de este mismo pensamiento” (4,1-2) y nos volvemos gente de oración, de mutua acogida, de servicio en la fraternidad y, sobre todo, de amor intenso (4,7-11). Nuestra alegría aparece y perdura en la “medida en que participamos en los sufrimiento de Cristo” y será completa “en la revelación de su gloria” (4,13). Es una vergüenza tener que sufrir por ser criminales, ladrones, malhechores o entremetidos, pero es motivo de gloria para Dios si padecemos “por ser cristianos” (4,14-16). El apóstol se vuelve “testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de su gloria” (5,1). Lo que se pedía a Job, se nos pide a nosotros cristianos: “Humillaos bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, os alcance; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros. Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos, que están en el mundo, soportan los mismos sufrimientos” (5,6-9). En la doxología final todavía leemos: “El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará. A Él el poder por los siglos de los siglos (5,10-11).

Conclusión

El sufrimiento es una realidad manifiesta en la vida humana. El libro de Job nos exhortó tímidamente a confiar en Dios en tiempo de prueba, como una cuestión de amor y de fidelidad en los compromisos. La Carta de Pedro declara abiertamente que el sufrimiento cristiano es cuestión de amor. Somos felices cuando compartimos los padecimientos que Cristo sufrió por nosotros. En el creemos y le amamos (1,8).

Se constata en todos los ámbitos y en todas las etapas de la vida humana que el sufrimiento tiene que ver con el amor. El llorar del recién nacido se equilibra con el cariño de la madre. Los grandes emprendimientos del ser humano se conciben en el amor y se plasman en el sacrificio responsable. La soledad del anciano se sosiega en el amor de sus hijos. El amor del cristiano tiene su fuente en el amor de Cristo que padeció por él, por lo que también él está dispuesto a morir por Cristo, a quien ama. El padecer del cristiano es su contribución a los sufrimientos de Cristo para edificación de su Iglesia (Col 1,24). No se trata de un “parar de sufrir”, sino de un sufrir por amor. Bendiciones cuaresmales.

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