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María en el Antiguo Testamento:

Enviado por   •  30 de Julio de 2018  •  20.118 Palabras (81 Páginas)  •  392 Visitas

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de su patria, de la casa paterna (Gen 12, 1), "del profundo de su propia identidad": La vocación a ser padre de la fe de una numerosa descendencia como las estrellas del cielo y las arenas del mar y a recibir en herencia la tierra prometida (cf. Gn 15, 5-7) exige de Abraham la ruptura con su ambiente natural. Para un oriental semejante ruptura era dolorosa como la muerte.

Yahvé se lo exige todo, y ese todo está escrito en términos totalizantes en el cuadro de una cultura de esa época: el todo es la tribu, el clan, los dioses patrios y familiares, la tierra. Abraham debe partir de todo lo que ha sido su vida. Y se trata de un punto "cerrado", sin esperanza humana de ningún tipo: "Saraí era estéril y no tenía hijos" (Gen 11 , 30); y es llamado a un término donde no hay a la vista ninguna certeza humana: "a la tierra que yo te mostraré" (Gen 12,1).

El término de la llamada

No es pues ni siquiera una tierra concreta, sino Yahvé mismo y su Palabra, sus proyectos, sus decisiones sobre la historia y sobre la vida del Patriarca. Por eso desde el momento en que éste responde en la fe, aquel Señor que lo ha llamado se convierte en "el Dios de Abraham". Su absolutez será toda la posesión y la esperanza de Abraham. Y ese término se le señala al Patriarca no como posesión individual suya, sino "por muchos, es decir para que por mediación de ese hombre de fe, pueda Yahvé formar su Pueblo (Gen 12, 3), para bendecir por él a todas las naciones de la tierra.

Este llamado es figura del que en la madurez de los tiempos, el mismo Señor dirigió a María: "Este singular diálogo divino está dirigido exclusivamente a Abraham. Y, sin embargo, Abraham es llamado ’para muchos’, a saber, para un pueblo, para todo el mundo. Ya desde el principio este suceso vocacional señala la relación que se da siempre en toda vocación, entre singularidad y universalidad.

La respuesta de Abraham

Es ponerse en camino. Pero ese camino es no sólo geográfico (también desconocido) sino todo su futuro humanamente incierto. Esa es su fe. Una fe que no es solamente una aceptación de ciertas "verdades" reveladas, sino ante todo de Dios mismo y de su promesa como la única verdad apropiada, la única seguridad de vida, el único futuro de la propia existencia. Una fe tal se expresa por tanto en la completa obediencia: "Entonces Abraham partió, como el Señor le había dicho" (Gen 12,4).

La cima de su respuesta

Es el sacrificio de su hijo. Cuando Yahvé le pidió: "Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moría y ofrécelo allí en uno de los montes, el que yo te diga" (Gen 22, 2), por una parte Abraham confiaba plenamente en la promesa de Yahvé: por medio de Isaac tendría una gran descendencia y se formaría un pueblo. Por otra sintió en su conciencia que debía inmolarlo a Yahvé, que le pedía se lo ofreciera. Así "esperó contra toda esperanza" (Rom 4, 18), y al pie del monte, al dejar a sus criados, les dijo: "Quedaos aquí con el asno, yo y el muchacho iremos hasta ahí, haremos adoración y volveremos donde vosotros" (Gen 22, 5). ¿Cómo "volveremos" si lo iba a sacrificar? Es que, "contra toda esperanza" estaba cierto de la promesa (Gen 15, 4-6; 21, 12).

Si duro fue para Abraham dejar todo lo que poseía para ir a buscar la tierra "que yo te mostraré", mucho más lo fue, una vez nacido el hijo de la promesa, deber sacrificarlo y sin embargo continuar manteniendo firme la esperanza.

En continuidad con el modo de ser de Dios, que se manifiesta constante en su proyecto salvador, María como Abraham ofreció a su Hijo en el templo, con un ofrecimiento que llegaría a su cima en el Calvario : "Jesús es ’el primogénito’ ofrecido como Isaac pero no perdonado; además, todo primogénito hebreo era el signo de la ’liberación’ de la grande esclavitud: Jesús, primogénito del Padre y por tanto primogénito por excelencia, no fue perdonado, y a precio de su sangre nos ha ganado la nueva y definitiva liberación. ¿Y María? Se nos presenta aquí no sólo como aquella que se somete a las leyes que mandan la oblación del primogénito y la purificación de la madre, sino también y sobre todo como tipo y modelo de la aceptación y de la oblación: acoge al Hijo del Padre para ofrecerlo por nosotros".

Así Jesús es en su humanidad "la descendencia de Abraham", no solamente según la carne y sangre, sino también según la fe: una fe israelita en la cual, desde su infancia, fue educado por María su madre.

3. Vocaciones de mujeres en Israel

No pretendemos que en la intención de los escritores sagrados las mujeres que describen en los libros del Antiguo Testamento sean una consciente preparación de la vocación de María. Ni siquiera pretendemos aquí aplicarle los textos bíblicos por "acomodación", como frecuentemente lo hace la liturgia en las fiestas mañanas. Queremos más modestamente, a través de varios ejemplos de lo que Yahvé realizó en distintas mujeres israelitas o en su Pueblo por mediación de ellas, aprender cómo actúa el Señor salvíficamente según su proyecto en favor nuestro, para entender luego un poco mejor la elección de María, y la obra que en ella y por ella tuvo como protagonista al Altísimo. En este número contemplamos panorámicamente cómo ha actuado el Señor en casos diversos, y en el siguiente nos sumergimos un poco más en el estudio de tres libros: el de Ruth, el de Judit y el de Ester, como ejemplos típicos:

Mujeres estériles que conciben por la obra de Yahvé

En la intención de Lucas, la concepción de Jesús en el seno de María por obra exclusiva del Espíritu Santo presenta a la vez una línea de continuidad y una discontinuidad con el Antiguo Testamento: al narrarnos la concepción de Juan en el seno de Isabel, vieja y estéril y al ofrecer el ángel este hecho como signo para María de la intervención del Altísimo (Lc 1, 36), y al responderle con las mismas palabras dirigidas a Sara la estéril al concebir a Isaac: "porque ninguna palabra es imposible para Dios" (Le 1, 37), el evangelista pone la maternidad de María en secuencia con las intervenciones de Yahvé en el origen de la existencia de sus elegidos:

Sara, mujer de Abraham, era vieja y estéril. Si bien la promesa de engendrar un gran pueblo está dirigida propiamente a su marido (dada la cultura hebrea, pues toda la descendencia y heredad se realiza por la línea masculina), ella ha de ser

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