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EL MUNDO DE LOS AFECTOS Y LA CREACIÓN DE ESPACIOS LÚDICOS COTIDIANOS EN LA PATERNIDAD

Enviado por   •  5 de Febrero de 2018  •  5.746 Palabras (23 Páginas)  •  408 Visitas

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Para dar respuesta a la segunda pregunta se busca generar categorías de análisis en torno a la figura paterna. En este sentido se delimitarán primeramente tipos de padres, entre los cuales se encuentran:

- El modelo; cuando además de la proveeduría económica, material y de control, se observa al padre como un modelo de referencia.

- El proveedor; como aquel que no solamente “lleva el pan a la mesa”, sino que a la par dota de techo, cobijo, abrigo, seguridad y estabilidad al lecho familiar.

- El autoritario; además de ser proveedor económico, al padre le corresponde ser juez y autoridad.

- El violento; Cuando en la violencia intrafamiliar quien violenta es el padre, el sentimiento que genera en los hijos es de humillación y de disminución de su autoestima; es un proceso de desadaptación social y emocional

- El ausente; como aquel padre que cubre las ausencias emocionales y físicas con proveeduría económica y que además, no es partícipe en los procesos de interacción familiares

- El acompañante; en donde la figura autoritaria no es el eje de la relación, tampoco la proveeduría, sino las relaciones filiales que se pueden generar a partir del acercamiento y del expresar sentimientos y afecciones

- El amoroso; como aquel padre que cultiva y promueve el amor y el respeto con sus hijos, que no impone sino que disfruta y vive por convicción su paternidad.

- El que se divierte; aquel padre que lora generar dinámicas lúdicas inadvertidas en las relaciones cotidianas. Esta característica alude a la diversión, la cual es posible si se es capaz de conectarse con los tiempos, lenguaje y lógica de sus hijos.

- El nostálgico; como aquel padre que anhela un ejercicio de la paternidad más activo, pero que por circunstancias diversas ajenas a él vive alejado de las interacciones familiares.

Para esta investigación se plantea que la paternidad tiene los atributos sociales que le corresponden a la identidad masculina. En este sentido, el hombre padre de familia, es un agente social con el papel de proveer los recursos económicos a la familia para su funcionamiento, reproducción cotidiana y generacional; sumado a esto, debe ser autoridad para formar, guiar y proteger a los hijos, siendo el responsable del núcleo doméstico, lo que implica también un uso del poder y la responsabilidad de generar práctica que creen significado en la relaciones afectivas dentro del núcleo familiar.

Al ser la paternidad un concepto complejo y muy amplio, se plantea que para efectos de esta investigación, y en consonancia con las preguntas e hipótesis delineadas, se observe a la paternidad desde dos perspectivas. La primera es el de la significación de la paternidad hecha por lo varones. Este refiere a las creencias, significados, y valores que los varones asignan a la figura de padre, y a su propio papel como padres. Una segunda es la relacionada con las prácticas que los varones realizan como parte de su actividad como padres.

- Hipótesis.

En la construcción social de la paternidad, como práctica de la masculinidad, la demostración de afectos no es parte de las características que se atribuyen a los varones. Ante esto se plantea como hipótesis que en la práctica de la paternidad se generan contextos cotidianos en donde los varones pueden mostrar amor, afecto y cuidados hacia los hijos, generando procesos de significado afectivo por medio de espacios lúdicos. Estas prácticas lúdicas al ser inadvertidas por estar inscritas en el ejercicio de la paternidad y formar parte de la cotidianidad de los varones, pareciera que carecen de significado para los ellos, pero pasan a formar parte de un proceso de apropiación y significación del mundo de los afectos.

ESTADO DEL ARTE.

“Una buena parte de los integrantes de diversas generaciones en América Latina creció con una imagen de padre ausente y distante aunque estuviera físicamente presente y cercano. Un padre que evitaba ser expresivo en sus afectos con relación a sus hijos, hijas y pareja, pensando que de esta manera transmitía la seguridad y autoridad que su familia necesitaba. Cuando niños, el ser varones nos daba, en algunas ocasiones, el privilegio de su permisiva compañía en actividades lúdicas consideradas netamente masculinas -como es el caso de ir al estadio, jugar a la pelota, o emprender un paseo de aventuras- y de esa manera intuimos los códigos del afecto de nuestro padre, a la vez que aprendimos que la expresión de los afectos mediante la ternura y las caricias era netamente femenina. Esto mismo, con seguridad, no funcionaba cuando se trataba de nuestras hermanas, quienes educadas para las expresiones afectuosas, sintieron, junto a nuestras madres, un doloroso vacío” (Ramos Padilla, 2001)

La represión de las emociones, característica importante en la construcción social de la masculinidad, atraviesa todas las etapas de la vida de los varones. Durante la niñez se aprende a soportar el dolor y a reprimir los afectos para diferenciarse de las niñas; mientras la adolescencia, la única forma permitida de establecer contacto con otro varón es por medio de los golpes y la violencia; se llega a la edad adulta y consecuentemente a la paternidad tratando de mantener el control ante lo diversos problemas tanto emocionales como de autoridad. La gama de emociones de los varones no se desvanece con el paso de los años, sino que se va frenando y apagado a lo largo de los procesos de vida.

Según Michael Kaufman (1997), el intento por suprimir las emociones es lo que conduce a los varones a una mayor dependencia pues, al perder el hilo de una amplia gama de necesidades y capacidades humanas, los hombres pierden el sentido común emotivo y la capacidad de auto-cuidado. La falta de vías seguras de expresión y descarga emocional se transforma en ira y hostilidad. Parte de esta ira se dirige contra ellos mismos en forma de sentimiento de culpabilidad, odio a sí mismo y diversos síntomas fisiológicos y psicológicos; parte se dirige a otros hombres y parte hacia las mujeres (M. Kaufman, 1989).

Marcela Lagarde (1999) señaló que los mayores vínculos emocionales de la madre con los hijos, echando mano de representaciones biologicistas de la maternidad y son reproducidos por medio de alguno de los cautiverios que ella categoriza. Señaló que el embarazo y la lactancia eran etapas en las que lo biológico imponía una distancia clara en la relación padre-hijo, y esto incidiría en que la relación con la madre fuera más intensa. Sin embargo Thomas Laqueur (1992), señala que las leyes, costumbres y preceptos, los sentimientos,

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