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La sombra de Karla

Enviado por   •  28 de Enero de 2018  •  15.501 Palabras (63 Páginas)  •  401 Visitas

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-Cobíjala, hace frío, cúbrele bien sus piecitos. - Decía la madre de Karla a Romina, la hermana mayor, puesto que empacaban arduamente sus cosas para mudarse de casa.

-¿No se olvidan de algo?- Preguntaba el padre de Karla a sus hermanas.

-Ya vámonos, listo.-Decía Sol, su otra hermana., con un tono cortante.

En realidad la casa no estaba retirada de donde nos encontrábamos pero nada como disfrutar esas fibras tan suaves de esa tela que nos cubrían las brisas frescas del día, formando un calorcito cómodo y acogedor en todo nuestro cuerpo.

Cuando llegamos por primera vez a ese lugar que esperaba con ansias, su casa, lo primero que Karla tuvo que afrontar fue extraño, puesto que se llenó de eso desagradable por todo su pequeño cuerpo, su madre se veía desgastada y un poco fatigada, y sin embargo, nadie le ayudo más que su madre. ¿Por qué sus hermanas no le ayudaron? , estaban pequeñas, tal vez por eso no lo hicieron pero ¿Y su papá?, no sé, tal vez, no lo sé, pero quizá su razón fue grande para no hacerlo.

Pero esto fue sólo uno de los miles de momentos similares por lo que la familia pasó, yo sólo observaba que Karla crecía y yo, junto con ella, pasaba por momentos muy lindos pues desde el interior de algo sumamente calientito, podía tener la perspectiva de que allá afuera existía un no sé qué, que hacia cambiar de opinión a todos los que llegaban a tenerlo en ellos mismos.

De las cosas que más recuerdo son esas travesuras a las que estaba a punto de enfrentar y que siempre le decía a Karla pero por alguna razón nunca le ha gustado escucharme y le sucedía. Como ese momento en el que su hermanas y primos, al ser ella una de las más pequeñas en la familia de aproximadamente veinte nietos, los apapachos y los cariños jamás le faltaron, esa cosa que no sé qué estaba presente día tras día y no miento pero siempre quise conocer qué era aquello que tanto Karla y los demás les hacía cambiar su rostro y la luz que existe en la misma. Karla se encontraba de visita con sus abuelos en ese rancho al que asistió muchas veces

-Ahí viene mi tía, sólo tómenle una foto y nos vamos.- Exclamaron sus primos, colocándole a Karla que estaba en una silla, flores en todo su cuerpo.

-¿Qué es lo que le están haciendo?- Se mostraba su madre con una pequeña sonrisa en su rostro, como cuando quieres estallar de una carcajada.

Y en pocos segundos, no tardó en lanzar ese volumen aturdidor a través de una risa profunda y prolongada. ¿Por qué Karla causaba esa alegría desde que estaba pequeña?, es una de las preguntas que hago hoy en día, pero en fin, como dice Karla, todo llega a tener respuesta sin buscar arduamente si son necesarias.

Todas las noches cuando los ojitos de Karla ligeramente se escondían tras unas pestañas risadas y largas que se desvanecían poco a poco con una ayuda adicional de su padre puesta a través de un dulce canto, un murmullo entre los labios y un movimiento despacio entre las piernas que daban origen a una canción de cuna transformándose en algo esencial para ella, para dormirla tranquilamente y no les miento, pero el nido que hacia entre sus piernas al cruzarlas era totalmente cómodo y muy calientito.

-¿Podrías cuidarme a la niña?, voy a la tienda no tardo.- Decía la madre de Karla a Romina un poco alterada.

-Si mami, está bien yo la cuido.-Decía Romina con voz segura.

Los piecitos de Karla iban con gran fuerza y velocidad de arriba hacia abajo en la esquina de la cama donde estaba mientras Romina realizaba otras cosas, dejándonos a Karla y a mí solas en la habitación de su madre. Tras unos minutos después, un llanto fuerte y desesperante de Karla llegó a donde Romina estaba. Asustada sube las escaleras hacia la habitación y nos encuentra en el suelo, me dolía un poco y Karla tenía lágrimas en su rostro.

-¡Hay no! Vente mi niña, ya, ya… - Susurraba Romina con tono dulce y alarmado a la vez.

Su mamá había dicho que no se tardaba mucho y así fue, pues los pasos en la banqueta al exterior se escuchaban uno tras otro. Alarmada Romina, trata de remediar el llanto de una y otra manera, pero su madre ya estaba más cerca de lo que pensaba, sólo colocó un peine a lado

-¿Por qué llora la niña?- Es que traía el peine en su mano y se pegó en la cabeza con él.

Su madre no la cuestionó más y en cuanto la puso en sus brazos, Karla se calmó. Creí en ese momento que habría problemas pero en realidad todo pasó con tranquilidad.

Era tan perfecto escuchar el sonido del agua caer de esa presa, nos encantaba estar ahí, y más cuando estaba llena, casi a punto de reventar, no quiero exagerar pero hasta el calor era más elevado en ese lugar, en donde por lo general, los fines de semana no la pasábamos pescando y no sólo yo, si no toda la familia de Karla y desde que éramos pequeñas, los viajes siempre estaban en los planes de la familia.

Me pongo a desayunar junto con Karla, una torta que su madre en la mañana preparó antes de irnos, hemos parado a un lado de la carretera, algunos de sus primos, tíos y su padre, han ido en busca de presas frescas. Llegamos ya y mis pies ya están llenos de tierra además de que el olor emitido me dice que estamos cerca de la presa. Ha puesto el sedal su padre y eh notado que no es la típica red de pesca o caña que promocionan en los comerciales mientras vemos nuestro programa favorito en la televisión, ¡oh! éste es algo peculiar, es una lata, si, una lata y creo que es de un jugo de manzana, ¿saben? funciona mejor que esas cañas que llevan los de la lancha de allá, puesto que los peces se atraen más rápido con las suculentas lombrices insertadas.

-¡Tengo uno! ¡Hay! Ya tengo uno.- Decían exaltadas aquellos que lograban pescar uno de esos tantos peces larguitos, a los que por cierto les encantaba dorar en aquél disco, rodeado de papas fritas y cebollas guisadas, en realidad sabía muy bien, hasta los dedos eran limpiados por la lengua de cada quien.

- A ver, ¡háganse a un lado! es pesado, no puedo con él.- Decía la mamá de Karla algo emocionada y a la vez asustada.

En mi interior creí que lo que saldría era un animal tan ágil, grande y sobre todo tan voraz como un tiburón. Iba al son de Karla, pues mis piernas junto con las de ella temblaban una por una y a su vez lo único que queríamos era escondernos de aquella bestia.

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