Jerarquía y dominancia.
Enviado por Eric • 11 de Marzo de 2018 • 1.647 Palabras (7 Páginas) • 264 Visitas
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Ante esto, es necesaria una política de educación dirigida a fomentar el respeto, la tolerancia y la comprensión ante otros grupos de personas, un respeto hacia lo diferente, puesto que ninguna cultura es “mejor o peor” que otra, sino que cada cual tiene su singularidad y sus costumbres establecidas, que la hacen única y funcional.
Territorialidad
Para comenzar, definimos “territorio” como la porción o superficie terrestre perteneciente a una nación, región, provincia, etc. Y a “territorialidad” como el dominio de un territorio. En una primera aproximación, el territorio es un lugar donde se desarrollan procesos naturales y donde se despliegan procesos sociales, cuya combinación lo torna más complejo que cualquier visión analítica profunda de sus componentes. Es decir, yendo más allá de la primera definición, el territorio es una expresión compleja que conjuga al medio y a los componentes y procesos que contiene: grupos sociales, relaciones, conflictos (Bozzano, 2000).
La mayor parte de los naturalistas consideran que la territorialidad es, en gran parte, una conducta innata del animal. Todos los animales tenderían a mantener territorios fijos y espacios individuales, estableciendo límites y excluyendo o admitiendo en los territorios fijados a quien ellos quisieren. Se trataría entonces de una conducta con una gran carga instintiva. En humanos, esta conducta implica poseer, defender y organizar políticamente un área geográficamente delimitada (Ardrey, 1966). Además, se considera la distribución de recursos sobre el área en cuestión, delimitando tanto como sea posible la abundancia y el grado de predictibilidad del hallazgo de los recursos.
La conducta territorial en los humanos, a diferencia de los animales, conlleva un repertorio más rico, variable y complejo que las respuestas territoriales de los animales, además, la territorialidad humana se halla influida por factores personales (edad, género, personalidad), situacionales y culturales. No hay duda que el ser humano es territorial en el sentido de ocupar áreas de modo más o menos excluyente a través del rechazo mediante defensa abierta o de interacciones sociales. Sin embargo, otros autores (Dematteis y Governa, 2005) hablan de la territorialidad no como el resultado del comportamiento humano sobre el territorio, sino que es el proceso de construcción del comportamiento, el conjunto de prácticas y de los conocimientos de los hombres en relación a la realidad material, la suma de las relaciones mantenidas de un agente con el territorio y con los demás agentes.
Herencia filogenética y libertad
Para la mayoría de nosotros está clara la carga genéticamente heredada que poseemos. Sabemos que un conjunto de adaptaciones filogenéticas orienta estructuras básicas de nuestro comportamiento, pero esto no quiere decir que todas nuestras conductas ya hayan sido genéticamente programadas y no tengamos más opción que cumplirlas. Gracias a la corticalización del cerebro, el hombre es capaz de controlarse a sí mismo, siendo esta una de las características más importantes de la naturaleza humana, gracias a muchos procesos, entre ellos destaca una de las más importantes “guías” de la conducta: la motivación. Pero, ¿cómo es que ocurre la motivación en nuestro cerebro?
Etimológicamente la palabra motivación significa “motivo para la acción” y a nivel cerebral se refleja en la percepción de un estímulo que es interpretado por nuestro primer filtro, el sistema activador reticular ascendente (SARA), como algo de interés para nuestra supervivencia. Una vez que el SARA ha permitido el pase de la información, el estímulo recorre su camino a través de las llamadas vías dopaminérgicas que comienzan en el área tegmental ventral y el sistema amigdalino, donde es nuevamente evaluado por las llamadas fuerzas placer-dolor, donde si es identificado como posible fuente de dolor (peligroso para nuestra supervivencia) el estímulo es rechazado automáticamente y guardado en nuestro banco de memoria amigdalino para no repetir acciones que nos puedan enfrentar a estímulos similares, mientras que, en el caso de que nuestro sistema amigdalino lo interprete como una posible recompensa o fuente de placer, la información seguirá su camino hasta el principal núcleo cerebral liberador de dopamina, el núcleo acúmbeo.
Los circuitos nerviosos de la motivación, “la brújula que nos ayuda a movernos por la vida”, están ligados al lóbulo pre-frontal, el centro ejecutivo del cerebro que proporciona el contexto y la adecuación necesaria a los impulsos de la amígdala. La región prefrontal alberga una serie de neuronas inhibitorias que pueden vetar o adaptar los impulsos procedentes de la amígdala, agregando una dosis de cautela al circuito neurológico de la motivación. Así pues, mientras que la amígdala nos impulsa a actuar, el lóbulo prefrontal quiere saber antes de qué se trata (Goleman, 1999). Es de esta forma que la libertad de actuar queda en nosotros, sin dejar completamente de lado la carga genética como una base totalmente modificable de nuestra conducta.
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