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EL HUNDIMEINTO DE LA CASA USHER

Enviado por   •  22 de Junio de 2018  •  1.786 Palabras (8 Páginas)  •  489 Visitas

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Tras este fragmento, ocurrió alfo que pensé que sería producto de mi imaginación. Escuche un chirrido horrible, como si viniera de un punto lejano de la casa, demasiado parecido a como yo había imaginado el resoplido de un dragón.

Vi que Usher se había girado en su silla y tenía la cabeza agachada. No dormía, porque veía el temblor de sus labios y sus ojos entreabiertos. Dudé, pero seguí:

“…y el héroe, apartando el dragón, se acercó al descomunal escudo de bronce colgando de la pared, que se derrumbó a sus pies antes de alcanzarlo.”

En el mismo instante un gigantesco ruido de metal pesado retumbó por toda la casa de los Usher y yo salte de miedo con el libro en las manos.

Intentamos distraernos jugando un rato al ajedrez, pero, por su aguda sensibilidad, Roderick ya sabía qué pasaba. Murmuró unas palabras extrañas y en aquellos instantes se abrió la puerta de la habitación y apareció una figura inexpresiva y cadavérica de Lady Madeline.

Por un momento, se mantuvo vacilante en la entrada, hasta que avanzó torpemente y se desplomó encima de Roderick, que cayó tras ella muerto de terror.

Aterrado, hui de aquella mansión. A la carrera, montado e mi caballo, vi al volverme que, bajo la tormenta la casa de Usher se partía en dos por la grieta de la fachada, y se hundía en el lúgubre estanque.[pic 1]

EL CONVENIO DE SIR DOMINICK

Tuve que ir al sur de Irlanda por negocios. Como nunca estado allí, quise dedicar el primer día que tuve libre a conocer la región. En mi primer paseo, entre unos robles muy antiguos, me llamó la atención una vieja y enorme casa en completa ruina. Con curiosidad, crucé la valla mirando los alrededores de la mansión. Había dos establos y la casa principal estaba mucho más derruida de lo que parecía a lo lejos. Aun así, mantenía su belleza y personalidad y no pude evitar entrar a verla. Paseé entre habitaciones sin techo e imaginé aquella mansión llena de vida y habitada por dos gentes alegres. Cuando me sentaba en lo que debía ser la escalera principal, escuche un crujido de madera. Un viejo me miraba sonriente desde una ventana sin crista.

-Fue una gran casa señor ¿lo sabía?

-No-respondí intrigado.

-Sí, lo fue. Esta usted en la casa Dunoran. Mi abuelo fue el mayordomo aquí en tiempos de Sir Dominick, el último de los Sarsfield. Con él, en estos salones se daban grandes fiestas y todo el mundo era bienvenido.

-¿Y cómo llegó esta ruina?

“Vera usted. Mi abuelo, el mayordomo Connor Hanlon, tenía muy buena relación con su amo, Sir Dominick. Era un buen amo y le contaba todas sus cosas. Una noche que le vio llegar con una cara atormentada, hablaron en serio. Resulto que Sir Dominick estaba arruinado. La generosidad de sus fiestas y la mala suerte en las apuestas de caballos habían acabado con sus ahorros. Al término de la conversación, Sir Dominick se puso la capa para salir y le reveló un secreto especial:

-Connor – le dijo- voy a salir al bosque. Si mañana al alba no he vuelto, no me esperes más. Dicen que el diablo te da dinero por la noche y al otro día se convierte en guijarros, astillas y cáscaras de nuez. Voy a ver si tengo suerte y conmigo juega limpio.

Sin más, Sir Dominick salió en plena noche y se internó en el bosque de robles de Murroa Wood.

Caminó hasta un roble robusto y viejo. Al momento, apareció alguien montado a caballo, con su sombrero de copa. Lo saludó cordialmente y el extraño le dijo:

-Señor, si lo desea, comprobará que mi dinero no se convierte en guijarros –y le mostró una gran bolsa llena de monedas de oro-. Deseo proponerle un pacto: yo le serviré durante siete años enteros y después me servirá usted a mí. Hoy es el último día del mes de febrero. Cuando acaben los siete años, vendré a buscarle al primer minuto entre febrero y marzo. Tiene unos días para pensárselo y, mientras, puede llevarse esta bolsa.

Sir Dominick dijo que se lo pensaría. Al llegar a casa, mi abuelo recibió con una inmensa alegría y juntos contaron el dinero. Había más del quien había soñado. Pasaron los días y el plazo para aceptar el trato se acercaba a su fin. Entonces, Sir Dominick vio cómo la suerte, había mejorado, le volvía a dar la espalda. Dos hombres de Dublín contactaron con él para reclamarle nuevas deudas y una carta de Londres le informaba que debía repetir un pago que se había hecho mal. Incapaz de resolver aquel prieto, Sir Dominick decidió recurrir al misterioso caballo.

Mi abuelo Connor le guardó aquella noche, el crucifijo, porque Sir Dominick no

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