Obra de teatro Antigona
Enviado por Albert • 5 de Marzo de 2018 • 2.700 Palabras (11 Páginas) • 311 Visitas
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(Salen los dos guardias obedeciendo)
Coro: Grandes son las maravillas del mundo, pero de todas, la más sorprendente es el hombre. El labra año tras año la imperecedera, la inagotable tierra. Él captura a las aves, la raza temible de las fieras y los peces del mal. Él se adiestró en el arte de la palabra y en el pensamiento sutil como el aire, y así nacieron las costumbres que rigen las ciudades. Él se labra un camino, unas veces hacia el bien, otras hacia el mal, confundiendo las leyes de la justicia que se comprometió observar ante los dioses.
(Música)
(Entra el Guardián trayendo a Antígona. Por otra parte, Creonte)
Narrador: el guardián trae a Antígona, a quien encontró contradiciendo la palabra del rey.
Creonte: ¿Por qué traes así a mi sobrina?
Guardián: La hemos sorprendido enterrando el cadáver.
Creonte: ¿Tú la viste?
Guardián: En cuanto regrese desenterramos el cuerpo, y nos sentamos a vigilarlo. Poco después oímos a esta joven, que se lamentaba como el ave que al regresar al nido lo encuentra vacío. En seguida arrojó tierra sobre el muerto y realizó las libaciones fúnebres. La prendimos sin que se resistiera ni diera la menor muestra de miedo.
Creonte: ¿Conocías la prohibición que yo había promulgado?
Antígona: ¿Podía ignorarla? Te habías encargado de que llegase a mis oídos.
Creonte: ¿Y te has atrevido a desobedecer mis órdenes?
Antígona: Como no era Zeus el que la había establecido, ni los dioses subterráneos, no creí que los decretos de un mortal pudieran tener primacía sobre las inmutables leyes de los dioses. No son de hoy ni de ayer, porque existen desde siempre. Sabía que tenía que morir- ¿cómo podía ignorarlo? Pero no podía tolerar que el hijo de mi madre quedase sin sepultura.
Creonte: El hijo de tu madre era nuestro enemigo. Nunca será amigo mío ni después de muerto.
Antígona: No he nacido para compartir odio, sino amor.
Creonte: Ya que así lo quieres, irás bajo la tierra, para amar a los que están allá. Mientras yo viva, ninguna mujer me mandará. (Entra Ismena) Aquí está la otra víbora que creció en mi palacio. Confiesa: ¿eres cómplice de este delito?
(Entra Ismena que ha escuchado)
Ismena: Confieso mi parte en su crimen.
Antígona: No lo permitirá la justicia. No quisiste acompañarme, y no debes ir a la muerte conmigo.
Ismena: Pero en la desgracia en que te hayas no me avergüenzo de hacerme coparticipe de tu sufrimiento.
Antígona: de quien sea el hecho, hades y los dioses subterráneos lo saben. Yo, a la que amo de palabra, no la estimo como amiga.
Ismena: o hermana no me consideres indigna de morir contigo ni de haber ofrecido el sacrificio al difunto.
Antígona: no quiero que atribuyas a aquello a que no has puesto manos.
Ismena: ¿Y qué será de mí, sola y sin ella?
Creonte: No cuentes con ella, porque ya es como si estuviera muerta.
Ismena: ¿Y matarás a la novia de tu propio hijo? (sale de escena)
Creonte: No quiero una mujer como ésta para mi hijo. Átala y sujétala bien, que hasta el más valiente ante la muerte pierde su coraje.
Coro: Aquí viene Hemón, el más joven de tus hijos. Me pregunto si viene a reprocharte el destino de su prometida.
(Entra Hemón, Antigona está atada por detrás sujetada por los dos guardias.)
Creonte: Io sabremos de él mejor que de ningún otro. Hijo ¿tienes algo que reprochar a tu padre?
Hemón: Padre, como hijo, te pertenezco y te debo obediencia.
Creonte: Ésa es la norma que ha de regir tu corazón. Todo debe pasar a segundo término ante la decisión de tu padre.
Hermón: Pero padre, los dioses han dado a los hombres la razón como el mayor bien de todos los que existen, y yo ni podría ni sabria decir que no hayas hablado con rectitud.
Creonte: me contradices sin respecto alguno? No voy a escuchar necias palabras… ¡Guardias! ¡Lleven a esa mujer odiosa y entiérrenla viva en una caverna para que Tebas no la vea nunca más. Así aprenderá lo que se gana honrando a los muertos. (salen los guardias arrastrando a Antigona).
Hemón: Padre, a mí me es fácil escuchar lo que tú no oyes. Y sé cómo llora el pueblo por esta joven. Dicen que su acto de piedad no merece un castigo tan duro. No te obstines en aferrarte a tu opinión como si fuera la única No debe causamos vergüenza escuchar a los otros.
Creonte: llegados a esta edad ¿tendremos que aprender prudencia de un jovencito imberbe como este?
Hemon: Pues yo debo considerar todo lo que pueda alguien decir, tratar o murmurar de ti, pues tu aspecto infunde tanto terror al ciudadano, que no se atreve decirte aquello que no gustes oir.
Creonte: tu consejo es que honremos a los sediosos?
Hemon: nunca aconsejare yo honrar a los malvados.
Creonte: ¿No ha sido sorprendida esta mujer violando mi autoridad?
Hemón: No es eso lo que dice Tebas
Creonte: ¿Y es la ciudad la que me dirá lo que debo hacer?
Hemón: No hay ciudad que pertenezca a un solo hombre. Y muy bien si reinases tu solo en tierra despoblada.
Creonte: Todo eso lo dices llevado por tu pasión.
Hemón: Hablo porque te veo violar la justicia.
Creonte: o asquerosa ralea, vencido por una mujer!
Hemon:
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