Reencarnación.

...

Ella sonrió un poco incómoda y sutilmente alejó su mano de la mía.

—Lo siento, me está confundiendo.

Cerré los ojos sólo un momento al oír su voz. Sonaba igual que en mis recuerdos y tuve la sensación de que estos dos años sin ella no fueron más que una horrible pesadilla de la que por fin pude despertar.

¿Cuantas noches soñé con este momento? ¿Cuantas madrugadas vacías estuve despierto deseando una segunda oportunidad? ¿Cuantas veces me aferré a su recuerdo, rogando por verla una vez más?

Y ahora estaba ahí delante de mí.

—Tiffany —susurré su nombre como una plegaria, aferrándome a él con devoción y renovada fe. Sentía que volvía a ser un hombre completo porque al fin encontré la parte de mí que perdí con ella dos años atrás. Ella fue la única mujer con la que soñé un futuro.

Extendí la mano para tocarla otra vez, pero ella dio un paso hacia atrás, alejándose de mí.

—Si vuelve a tocarme, gritaré —espetó irritada. Su tono duro, algo hosco, me hizo parpadear sorprendido.

Sabía que no debía hacerlo, pero seguía en aquel estado de sopor y mi cerebro fue incapaz de procesar su advertencia. Levanté la mano por tercera vez y sin poder resistirlo, toqué su rostro.

— ¿Qué diablos...? —Maldijo retrocediendo bruscamente, su perro empezó a ladrar en mi dirección, listo para saltar sobre mí en cualquier momento—. Luck, basta —dijo en tono tranquilizador, pero si Luck la oyó, no obedeció. Tiró tan fuerte de la correa que la hizo tambalear. Quise ayudarla a mantener el equilibrio pero, como antes, ella huyó de mi toque, lo que provocó que cayera sentada en el piso y perdiera sus lentes con el impacto.

— ¡Ay! —gimió adolorida. Me arrodillé inmediatamente para comprobar que estuviera bien y me quedé paralizado.

Aturdido la vi palmear el piso, buscando sus lentes con insistencia. Seguía mirando al frente, pero no me miraba a mí... Ni ninguna otra cosa. Ella no podía ver absolutamente nada.

En ese momento la realidad me golpeó con fuerza y sentí un dolor casi físico en mi pecho.

Tiffany estaba muerta. La desconocida frente a mí, aunque inexplicablemente parecida, no era ella.

—Lo... lo siento... T-te confundí —balbuceé sintiendo como todo se desmoronaba en mi interior.

Ella sonrió amablemente antes de dirigirse a mí.

—Es lo que he tratado de decirte. Soy Beth.

Agradecí que no pudiera verme porque, saladas e incontrolables, un par de lágrimas se deslizaron por mis mejillas.