EL CID CAMPEADOR.
Enviado por tomas • 26 de Abril de 2018 • 3.518 Palabras (15 Páginas) • 581 Visitas
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LA RESPUESTA MORA:
El rey de Valencia, Tamín, puso a dos emires (FARIZ y GALVE) al mando de su ejército de tres mil jinetes bien pertrechados con lanzas y espadas y les encargó que vayan a la ciudad de Alcocer porque había llegado la hora de hacerle pagar al Cid, a quien quería vivo en su presencia.
El ejército moro puso cerco a la ciudad de Alcocer durante tres semanas y en la tercera semana les cortaron el agua. En el castillo los del Cid, reunidos en consejo discutían qué hacer. Si bien las fuerzas de los moros eran muy grandes, decidieron batallar contra ellos. Pedro Bermúdez tomó la enseña. Del otro lado de las murallas, los pelotones moros comenzaron a avanzar, entonces el Campeador ordenó que las mesnadas se queden quietas. Sin embargo, Pedro pareció no haber escuchado la orden de su jefe y alzó en alto la enseña, espoleó su caballo y, a todo correr, se metió en la fila llena de moros. Llovían los golpes sobre él, así que todos se lanzaron a defenderlos y terminaron en un combate no tan deseado, pero entre tajos y heridas, mataron a trescientos moros y se quedaron con la victoria de una batalla más.
Los del Cid, entonces, saquearon el campamento moro de donde trajeron más riquezas, escudos, armas y una tropilla de quinientos diez caballos.
{Las batallas de entonces tenían una rutina. Contar los muertos y enterrarlos era lo primero, después venía el recuento y por último el reparto. Estrictamente un quinto de todo le correspondía al jefe, el resto se repartía entre jinetes, peones y también a los moros que servían en el palacio recibieron una parte.
Del quinto que le correspondía al Cid, éste apartó los treinta mejores caballos, todos con sus sillas, bridas y con espadas de las mejores colgadas de los arzones. Luego tomó una bota alta a modo de bolsa y la llenó hasta arriba de oro y plata fina. Entonces le encargó a Minaya que volviera a Castilla y se le obsequiara al rey Alfonso. También le explicó las palabras que debía pronunciar y de qué modo arrodillarse y besar la mano del rey. La plata de la bota la destinaría para pagar mil misas en Santa María de Burgos y lo que sobrara lo daría en San Pedro de Cardeña para el sustento de su mujer y sus hijas.
El Cid se quedó en Alcocer pero, poco tiempo después, pero él quería dejar el castillo en busca de nuevos territorios donde luchar y ganarse el pan. Entonces firmó un convenio con los habitantes de Calatayud, que le compraron Alcocer por tres mil marcos de plata. Y otra vez, a cabalgar.
De Alcocer pasaron al Poyo de Montreal donde hicieron un campamento base y desde allí asolaron una amplia región. Las ciudades pasaron a pagarles tributo, el campo les daba sus bienes porque se acercaban a las fincas por las noches y se llevaban todo lo que estaba al alcance de sus manos.
Una madrugada volvió Minaya con cien caballeros que venían con permiso del rey Alfonso. Minaya les relató todo lo sucedido meticulosamente:
Las hijas y la esposa del Cid se encontraban muy bien.
El rey lo recibió muy amablemente y, si bien, le dijo que todavía era muy pronto para perdonarlo, tomó la presente que el Cid le había mandado ya que valoraba que venía de los moros y porque se alegraba que lo haya ganado el Cid. Además, a Minaya, le restituyó sus hombres y tierras y le permitió ir y venir por Castilla de ahora en más, porque le concedía su gracia.}
EL CONDE DE BARCELONA
Un tiempo después, el Cid y sus hombres se dirigieron al puerto de Olocau, y se acercaron a las tierras que estaban bajo el protectorado de Ramón Berenguer quien mandó a preparar un ejército en el que había tanto moros como cristianos para enfrentar a las mesnadas castellanas. El Cid no quería darle batalla pero el conde no estaba dispuesto a retroceder, así que tuvieron que batallar. El Cid arengó sus huestes y si bien la batalla fue dura, una vez más vencieron los hombres del Cid. Él mismo tomó preso al conde Ramón Berenguer y le quitó la Colada, una vez espada que era tan espléndida que hasta tenía nombre propio y valía más de mil marcos.
Mientras los castellanos recorrían el campo recogiendo las ganancias, el Cid mandó a preparar una comida opulenta digna de la mesa de un conde. El Cid invitó a Ramón a comer pero éste se retractó y no fue hasta que comió que lo dejó irse.
LA TOMA DE VALENCIA
La presencia del Cid en Murviedro puso muy intranquilos a los valencianos. Su ciudad era la más poderosa de aquella región, no podían tolerar esa intromisión. Para enfrentarse al Cid por segunda vez, los moros de Valencia reunieron un ejército más grande que el anterior. Tienda contra tienda, pusieron cerco a Murviedro.
Para salir a la guerra, el Cid mandó a llamar a todos los pueblos que, ahora, eran vasallos suyos y que, como tales, tenían la obligación de ayudarlo. A los tres días, ya había reunido un ejército muy numeroso formado por moros y cristianos.
Una vez más, el Cid y Minaya Álvar Fáñez plantearon su estrategia de guerra: el Cid atacaría por el frente, con el grueso de las fuerzas; Minaya iría por un flanco al mando de cien caballeros escogidos.
El plan dio resultado, y la victoria fue del Cid, una vez más.
Los del Cid se recogieron en Murviedro y entraron en la ciudad con muchas y grandes ganancias. Durante tres años asolaron toda la región. Dormían de día y atacaban los castillos y campos por la noche. Cebolla, Benicadell y otras ciudades moras fueron cayendo en sus manos. Así escarmentó el Cid a la ciudad de Valencia y además, les arrebató la cosecha, les taló la huerta y les quitó los animales, dejándolos así sumidos en la pobreza. Los valencianos enviaron mensajeros al rey de Marruecos para que les enviara refuerzos para poder vencer al Cid. Pero el rey de Marruecos estaba comprometido en otra guerra y no pudo auxiliar a sus hermanos de España.
Cuando el Cid se enteró de que ningún esfuerzo llegaría a Valencia, entendió que se avecinaba su oportunidad de tomar la ciudad. Pero tampoco sus fuerzas eran suficientes así que mandó a buscar ayuda por Aragón, Navarra y Castilla y logró formar una hueste verdaderamente enorme.
A lo largo de las murallas de Valencia, el Cid apostó a sus vasallos; el cerco resultó tan apretado que nadie podía entrar o salir de ella sin perder la vida en un instante. Durante nueve meses, los valencianos resistieron valientemente el cerco, hasta que, en el décimo mes se rindieron. El Cid entró en la ciudad de Valencia y, en lo más alto del castillo,
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