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El paraguas

Enviado por   •  8 de Abril de 2019  •  Apuntes  •  680 Palabras (3 Páginas)  •  391 Visitas

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JANEK

De nuevo ese coro, ese mismo coro que me recordaba al de mi madre y sus compañeras de la iglesia. Mi abuela la llamó Elzbieta, que significa “consagrada a Dios”, es la versión en mi lengua de Elizabeth. Todas estas noches sin dormir, producto de la fiebre y el sopor, hacían que los recuerdos de las tardes de domingo y el coro de la eucaristía retumbara en mi cabeza una y otra y otra vez. Llevaba un poco mas de tres meses en esta isla y aún no me había acostumbrado a su comida, sus costumbres, a sus gentes… y a su agua. Tomé el cíngulo con miedo, debo reconocerlo, no era fácil lo que iba a hacer. Aún no sabía si terminar de esta manera  mi historia aquí.

Llegué en febrero de 1916, dejando a mis padres en plena guerra. No quería partir, pero fue tanta la insistencia de mi madre que no tuve más remedio que dejar mis sueños de estudiar arte en Francia y buscar un nuevo horizonte en mi fe, fe que fue implantada por ella misma desde que tengo memoria. Su afán por tener un religioso en la familia y el hecho de no tener mas hijos hombres la llevaron a desplegar todo su esfuerzo y dedicación religiosa en mí.

Mi niñez no fue normal, quizás el cambio de residencia cerca de cuatro veces en menos de 8 años, me obligó a recorrer varios lugares de Europa central con mi familia. Nací en el año de 1896, en una pequeña ciudad al noroeste de Varsovia llamada Łomża. Mi madre Elzbieta y mi padre Zarek viajaron escapando de las confrontaciones de las grandes naciones, éramos exiliados de nuestra propia tierra.

Recuerdo los huevos cocidos al desayuno, mi abuela me hacía huevos cocidos y yo era feliz echándoles azúcar, acá me encontré con la sal en los huevos, costumbre imposible de asimilar.

En la mañana que salí de Cracovia rumbo a Bogotá mis padres me acompañaron y me alistaron varios paquetes de makowiec, rollo de pan dulce que era mi favorito desde niño. Cuando llegué a Bogotá inevitablemente me sentí como en mi ciudad, la diferencia en el transporte y la fisionomía de sus habitantes eran algunos detalles que me hacían sentir extranjero. Caminé las calles de la pequeña ciudad de tan solo 15000 habitantes y los rincones de la ciudad colonial me hicieron sentir en casa. Pero definitivamente fue la pequeña visita a Villa de Leyva, poblado vecino del departamento de Boyacá, que me llevó de nuevo a la Plaza de Cracovia. Caminando sobre su empedrado sentí que atravesé el océano y de nuevo estuve en casa. Llevaba mi maleta con mi ropa, pan dulce y mi biblia. Tenía una misión clara, adherir a la fe católica a todos los habitantes de la Isla de San Andrés que se estaban volviendo Bautistas o adventistas. Ellos llegaron primero, cerca de 1884 fundaron la primera iglesia Bautista de la Isla y del continente.

Sin embargo, a las dos semanas que llevaba en la isla, las cosas cambiaron.

Luego de conocer Bogotá, Villa de Leyva y sus alrededores, tomamos un vuelo a San Andrés. El primer sentimiento fue una enorme explosión de color de su mar, sus habitantes, sus lenguas, su comida, en fin …todo resultaba en una inconmensurable paleta de colores que me resultaba un tanto saturada.

Lo primero que hicimos fue conocer al padre James Bartholomew, religioso de origen norteamericano que dirigía la misión en la Isla. Fue enviado por el Saint Joseph of the Sacred Herat de los Estados Unidos. Tenía la función de coordinar a todos los jóvenes seminaristas que venían de diversas partes del mundo, conmigo eran 4 provenientes de Europa, cinco de Bogotá, tres latinoamericanos, uno asiático y otro africano. Éramos en total 14 jóvenes seminaristas, jóvenes con la intención de llevar por el camino de la verdad y fe a los habitantes de la isla de San Andrés.  

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