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El principe (Nicolas Maquiavelo) Resumen

Enviado por   •  6 de Enero de 2019  •  3.984 Palabras (16 Páginas)  •  514 Visitas

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CAPITULO III

De los que llegan al principado por medio de crímenes

La soberanía puede alcanzarse también de dos maneras: de la habilidad o del mérito. Se sigue el primero de ambos caminos, cuando se llega al trono por alguna gran infamia, y el segundo, cuando un simple particular es ascendido por sus conciudadanos a la categoría de príncipe de su país. Está el caso en el que se asciende al principado por un camino de perversidades y delitos y en el que se llega a ser príncipe por favor de otros ciudadanos. Los ciudadanos no tienen entonces más remedio que someterse y constituir un gobierno del cual alguien se hace nombrar jefe. Muertos todos los que pudiesen significar u peligro para él se preocupa por reforzar su poder con nuevas leyes civiles y militares, de manera que mientras gobierne, no sólo está seguro, sino que se hace temer por todos los vecinos. Al apoderarse de un Estado todo usurpador debe considerar todos los crímenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día. Quien procede de otra manera, por timidez o por haber sido mal aconsejado, se ve siempre obligado a conserva el cuchillo en la mano, y mal puede contar con súbditos a quienes sus ofensas continúas y todavía recientes llenan de desconfianza. Por qué las defensas deben inferirse de una sola vez, para que durando menos; mientras que los beneficios deben procurarse poco a poco, con fin de que se deben saborear mejor.

CAPITULO IX

Del principado civil

Se llama principado civil cuando un ciudadano puede llegar a ser príncipe de su país por el favor de sus conciudadanos y son recurrir a la traición ni a violencia. Se puede llegar a la suprema soberanía por la benevolencia del pueblo o por el favor de los grandes. Un príncipe jamás podrá dominar al pueblo cuando tenga por enemigo. Lo peor que un príncipe puede esperar de un pueblo que no o ame es el ser abandonado por él; de los nobles, si los tiene por enemigos, es que se rebelen contra él. Es una necesidad del príncipe vivir siempre con el mismo pueblo, pero no con os mismos nobles, puede crear nuevos o deshacerse de lo que tenía a su conveniencia. El que llegue a ser príncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse por conservar su afecto, pues el pueblo sólo pide no ser oprimido. El que se convierta en príncipe por ayuda de los nobles perecerá si se empeña en conquistarlo, lo que sólo será fácil si lo toma bajo su protección.

CAPITULO X

Cómo se deben medir las fuerzas de los gobiernos

Son capaces de sostenerse los que por sí mismos cuentan con bastantes hombres o dinero para sostener un ejército en campaña y librar batalla a quien los ataque. Es triste la condición de un príncipe reducido a encerrarse en la capital de su país y esperar en ella al enemigo. El príncipe que tiene una capital bien fortificada y cuyos habitantes le son adictos no puede ser atacado sino con ventaja suya, porque las cosas de este mundo están de tal modo sujeto a mudanza, que casi es imposible al enemigo resistir un año ante una plaza tan bien defendida. Un príncipe que obtiene una plaza fuerte, y a quien el pueblo no odie, no puede ser atacado. Si fuese el atacado se vería obligado a retirarse sin gloria, son tan vitales las cosas de este mundo que es imposible que alguien permanezca con sus ejércitos un año situando ociosamente una ciudad.

CAPITULO XI

De los principados eclesiásticos

Son más fáciles de adquirir que de conservar, la razón de esto, es que a ellos no se llega más que por suerte o por mérito; y, por otra, que esa clase de gobierno se basa en antiguas instituciones religiosas, tan poderosas, que el príncipe se mantiene en el poder sin gran dificultad, gobierne como gobernare. Los príncipes eclesiásticos son los únicos que poseen estados sin defenderlos y súbditos sin gobernarlos. Son los únicos cuyas tierras sean respetadas y cuyos vasallos no piensen substraerse de su dominación ni tengan medios de hacerlo.

CAPITULO XII

De las diversas clases dé milicias y de los soldados mercenarios

Las tropas que sirven para defensa de un estado son: o nacionales, o extranjeras o mixtas. Las de la segunda clase, bien sirvan como auxiliares, bien como mercenarias, son útiles y peligrosas, y el príncipe que confiare en tales soldados, nunca se hallará seguro, porque siempre están desunidos, carecen de disciplina y son ambiciosos y poco fieles, bravos contra los amigos, cobardes frente al enemigo y ni temen a dios ni tienen buena fe para con los hombres; de modo que el príncipe no podrá retrasar su caída más que demorando el poner a prueba su valor. La experiencia demuestra que los príncipes solos y las repúblicas armadas pueden realizar grandes empresas y que las tropas mercenarias nunca hacen sino daño.

CAPITULO III

De las tropas auxiliares, mixtas y nacionales

Las tropas inútiles son las auxiliares, es decir, las que un príncipe pide a sus aliados para ayuda y defensa, como no ha muchos años hizo el papa julio, que, después de probar tristemente las tropas mercenarias en la empresa Ferrara, recurrió a las auxiliares, llamando a Fernando, rey de España que por un tratado se había comprometido a enviarle sus ejércitos. Todo el que no quiera vencer no tiene más que servirse de esas tropas, muchísimo más peligrosas que las mercenarias, porque están perfectamente unidas y obedecen ciegamente a sus jefes, con lo cual la ruina es inmediata; mientras que las mercenarias, someten al príncipe una vez que han triunfado. En ellas un tercero al que el príncipe haya hecho jefe no puede cobrar enseguida tanta autoridad como para perjudicarlo.

CAPITULO XIV

De los deberes del príncipe para con la milicia

El príncipe no debe tener más preocupación ni más idea que la guerra, que la organización y la disciplina militar, ni ha de consagrar sus estudios a otra cosa: ése es el oficio propio de quien manda, y es tal la eficacia de su ciencia, que no sólo conserva los estados a los que en el trono nacieron, sino que también eleva al trono a simples particulares de condición más humilde. Como no puede establecerse ninguna comparación entre un hombre armado y un hombre desarmado, no quiere la razón que el armado obedezca gustoso al desarmado ni que éste se halle

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