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En la vida diaria, a menudo creamos referencia utilizando expresiones que provienen de un campo para decir de otro. Esta intencionalidad referencial tiene en la metáfora uno de sus dispositivos predilectos

Enviado por   •  11 de Junio de 2018  •  6.633 Palabras (27 Páginas)  •  307 Visitas

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comunicativa, fenómenos que competen a una transdisciplina que podríamos denominar semiolingüística, cuya comprensión dejamos, por ahora, de lado.

El sentido es esa filigrana en que el universo humano teje sus posibilidades; es una postura crítica frente a aquellas prácticas que, por tradición, se comprometen con el concepto, el signo, la lógica, la verdad y la transparencia. Desde el sentido, nos acercamos al símbolo, a la imagen, a los indicios y a las señales, a lo analógico y a lo lúdico, a la sensibilidad y a la imaginación, al cuerpo y al deseo; en fin, nos asomamos a aquella cara invisible del hombre, olvidada, descuidada, estigmatizada. Siguiendo esta línea de pensamiento, es posible distinguir, entonces, dos grandes sistemas de sentido (lógico y analógico), cuya intersección configura la praxis humana y condiciona las maneras de conocer y actuar de los seres humanos.

Lo analógico es un campo primario que se expresa mediante formas elementales -imágenes y símbolos, señales e indicios-, al cual no le importan las esencias sino los detalles y cuya organización gira en torno de simbolismos e imaginarios y es atravesada por valores e ideologías. Este territorio descuidado, que escapa a los amarres positivos y desobedece a la lógica de la diferencia, no se atiene a la síntesis reductora, propia de la visión dialéctica. Tampoco puede confundirse con el mero recurso a las analogías, pues su base es el sincretismo, no la síntesis. Al no darse las exclusiones, la analogía destapa facetas de una racionalidad paradójica y antitética, de naturaleza ambivalente, por donde fluye la ambigüedad y se generan juegos inferenciales asidos a las hipótesis y las mediaciones (Cárdenas 2011a, 2011b).

Su comprensión es divergente pues se nutre de efectos contextuales donde figuran puntos de vista, perspectivas, temáticas y modalidades múltiples, lo que nos lleva a conocer a través de la emoción y del afecto y nos pone a mitad de camino entre la diferencia y la semejanza, entre la identidad y la diversidad y a distancia de las demostraciones y los resultados. Por eso, es un juego methéxico entre la distancia y la participación en que el sentido responde a relaciones intersubjetivas e interobjetivas, producto del accionar de un sujeto relacional (sujeto ‘entre’) que vertebra la producción, circulación y consumo del sentido.

Al lado, aparece el otro gran componente: el lógico, cuya organización, surgida de la anterior, es un sistema de base verbal, que se funda en la universalidad del concepto y organiza el sentido, atendiendo a evidencias y siguiendo patrones de verificación y experimentación que reformulan la realidad para ponerla al servicio del hombre. En este caso, una de las consecuencias que se destaca es la transparencia del significado que ha dado primacía al contenido proposicional en contra del interactivo y del estratégico de la comunicación (Tarone & Yule, 1991: 88-103). Esta disposición le confiere peso a la perspectiva descriptiva de la información y descuida todo aquello que no sea afín a los principios analíticos y demostrativos que rigen dicho componente.

Atendiendo a estas variantes y dado que la pedagogía ha sido sumisa a la tradición del signo como vehículo conceptual de la transparencia significativa, cabe resaltar que el lenguaje es un poderoso mecanismo de sentido disponible para la formación educativa, en la medida en que lo que tiene sentido es lo que vale efectivamente porque lleva la impronta humana. Al regir el accionar humano (conocimiento y conducta), el sentido produce formas genéricas de darle vida a las posiciones del sujeto situado frente al mundo y frente a los demás.

Desde esta perspectiva, el lenguaje soporta tanto las maneras de conocer como de comportarse del hombre en cualquiera de las direcciones del sentido: lógica y analógica, cuya base cosmovisionaria, dependiendo de su mayor o menor sistematización, da lugar a síntesis o sincretismos que, sumados a los procesos inferenciales y de control cognitivo, así como a los imaginarios y a los valores, hacen posible la consideración de un objeto pedagógico de interés: el pensamiento abierto: analítico, crítico y creativo para formar sujeto.

2. Sujeto y discurso

Como sabemos, la modernidad se encargó de proponer, a instancias del individualismo, un sujeto escindido en tres frentes: un sujeto de razón que apuntalara el conocimiento científico; un sujeto de conciencia que enterado de su genio fuese capaz de dar rienda suelta a su expresión y un sujeto de historia que confiara en las mieles del progreso. Este sujeto, escindido pero crédulo de su saber y su poder, nació aferrado a la seguridad de la trascendencia; era un sujeto cuasi infinito que confiaba plenamente en un futuro presidido por el progreso continuo.

Sin embargo, ese sujeto dado no podía ser sujeto pedagógico, quizás sí de instrucción y por eso el peso educativo que cobró la ciencia, a instancias de la fe en el progreso y en la consciencia de la virilidad madura del hombre. Cuando se fue perdiendo la fe en estos estribos y se atizaron el desorden y el escepticismo, tuvimos que aceptar que el ser humano no viene hecho al mundo, que su humanidad es un continuo hacerse a partir del dispositivo psicobiológico que le abre posibilidades de constituirse al enfrentarse al mundo cultural, social e histórico. En ese momento, el sujeto pierde su entidad y de ser un ‘ente’ se configura como un ‘entre’ (Buber, 2006), signo de su constitución relacional que marca, si se quiere, la crisis del sujeto, sin identidad, escindido y finito.

Desde ahí, el sujeto no es ya una entidad sino un conjunto múltiple de disposiciones; no se concibe siempre desde un mismo lugar sino desde varios lugares y como algo extrapuesto; no se visualiza desde un determinado tiempo histórico sino como acontecimiento, algo que fluye permanentemente. El sujeto ya no se enfrenta a nada; más bien es parte de todo aquello a lo que antes se enfrentaba. Es parte de la naturaleza, del espacio y del tiempo, del otro y la cultura. El sujeto no solo ocupa un lugar en el espacio, sino que está com-puesto en y por el espacio. Esto indica que no obedece solo a sus posiciones, sino que su integración espacial es tan profunda que su existencia es experiencia con otros. Esta negatividad de la existencia humana es factor constituyente del sujeto y, por tanto, una forma de la comprensión histórica del ser/hacer humano, como resultado de su poder-ser/hacer.

En esta condición, se nos revela una arquitectónica (Bajtín, 1997) de acuerdo con la cual somos seres de acción puestos en situación con el otro (alter ego) y con el Otro (cultura).

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