Un muerto en vida
Enviado por Sara • 17 de Septiembre de 2018 • 1.079 Palabras (5 Páginas) • 315 Visitas
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No puedo imaginar su cara cuando deseo con ansias apretarle el cuello hasta que sus ojos se pierdan con los míos, porque mis ojos sin sus ojos no son ojos, porque su cara se vuelve tan blanca que no puedo distinguir sus rasgos. Me acordé de mi abuela cuando vi el letrero de una tienda. Ella me contaba historias, luego se quedaba dormida porque estaba viejita y yo me quedaba viéndola, soñando con los ojos abiertos. Ahora ya no sueño porque no duermo, sólo tengo cosas en qué pensar, por ejemplo, por qué nunca me llamaba por mi nombre. No creo que sea tan largo como para que se fuera a fatigar: Alejandro, cuatro sílabas, 9 letras. Es más una razón de sentido de pertenencia donde me joden. Llegaron gritando, en multitud, porque solos son unos cobardes. Sus caras se alargaban y encogían con los insultos, me salpicaban saliva mal oliente con cada madrazo. Me golpearon hasta que se les bajó el efecto de la heroína. Me alegré de que no trajeran más, porque mi cuerpo hubiera quedado más irreconocible de lo que quedó, aunque en realidad no tiene importancia porque mi abuela murió hace mucho tiempo y era la única que podía reclamar mi cadáver. Me gustaría encontrarla un día de éstos.
Ella, no mi abuela, sino La Inmencionable, la que me mandó al diablo, le gustaba imaginarse en su funeral a su poca familia arrepentida de lo que la habían hecho sufrir. Yo no tengo nadie que venga a mi funeral, tal vez por eso no me entusiasmaba la idea de morirme, menos con tanto dolor. Yo le decía que si algo se parecía al mal, era todo lo que provocaba dolor y como le encantaba llevarme la contraria mencionó a los masoquistas. Esa vez sí la contradije porque estaba convencido y eso que todavía no sabía cuánto dolía que te rompieran la cabeza a cachazos, y que esas personas, ahora también inmencionables, se revolcaran en el honor de introducirme algo por el ano. Nunca me había sentido tan deseado y tan adolorido. La bocina del carro de la funeraria gritaba al cielo que ya iba a “descansar en paz”, como dicen los que no se han muerto y no saben un carajo de estas cosas. Lo que yo sé es que ella me mandó al diablo y yo no quiero ir.
Si algo tengo pendiente en este mundo es que la inmencionable se dé cuenta de una u otra manera el tiempo que perdimos por sus borracheras, para que llegue así a la cordura y sepa que solo necesita mencionarme para poderme encontrar.
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