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Meditaciones metafísicas: segunda meditación – Reneé Descartes

Enviado por   •  10 de Febrero de 2018  •  1.419 Palabras (6 Páginas)  •  612 Visitas

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Empecemos por la consideración de las cosas más comunes y que creemos comprender más distintamente: los cuerpos que tocamos y vemos.

Tomemos, por ejemplo, un trozo de cera. Todas las cosas que pueden distintamente permitirnos conocer un cuerpo se encuentran en él. Pero lo acercamos al fuego. ¿La misma cera permanece tras este cambio? Nadie lo puede negar. Lo que se conocía de ese trozo de cera con tanta distinción no puede ser nada de todo lo que he indicado por medio de los sentidos, ya que esas cosas han cambiado, y sin embargo la misma cera permanece.

La cera no era sino un cuerpo que antes aparecía bajo esas formas y que ahora se hace notar bajo otras. ¿Qué es lo que imagino cuando la concibo? Considerémoslo, separando todas las cosas que no pertenecen a la cera. No queda nada sino algo extenso, flexible y mutable.

¿Qué es flexible y mutable? ¿Es que imagino que esta cera es capaz de convertirse en diversas formas? No, ya que la concibo como capaz de recibir una infinidad de cambios y no podría recorrer esta infinidad con mi imaginación. Esta concepción que tengo de la cera no procede de la facultad de imaginar. ¿Qué es esa extensión? Es también desconocida. Es capaz de recibir más variedades según la extensión de las que yo haya jamás imaginado. Ni siquiera podría concebir lo que es esta cera mediante la imaginación, solo mi entendimiento puede concebirlo. ¿Qué es esta cera que sólo puede ser comprendida por el entendimiento o la mente? Es la misma que conocía desde el principio, pero su percepción no es sino una inspección de la mente, imperfecta y confusa o bien clara y distinta, según mi atención se dirija más o menos a las cosas que están en ella y de las que ella está compuesta.

Hay debilidad en mi mente, inclinación que la lleva al error. Las palabras me confunden y me veo casi engañado por los términos del lenguaje ordinario; pues decimos que “vemos” y no que “juzgamos”. Ejemplo: veo desde la ventana hombres que pasan por la calle y no dejo de decir que veo hombres cuando solo veo desde esta ventana sombreros y capas. Juzgo que son verdaderos hombres, y así comprendo, solo por el poder de juzgar que reside en mi mente, lo que creía ver con mis ojos.

Considero si concebía con más evidencia y perfección lo que era la cera cuando la percibí por primera vez, creyendo conocerla por medio de los sentidos externos, es decir, el poder imaginativo, que como la concibo después de haber examinado lo que es, y de qué forma puede ser conocida. Esta primera percepción pudiera caer del mismo modo bajo el sentido de cualquier animal. Cuando distingo la cera de sus formas exteriores; no podría concebirla de este modo sin una mente humana.

Hasta aquí no admito en mí ninguna otra cosa que una mente. ¿Qué diré de esta mente; de mí mismo? Yo parezco concebir con claridad y distinción el trozo de cera. Me conozco a mí mismo aún con mucha más claridad y distinción. Si juzgo que la cera es o existe, se seguirá con mayor evidencia que yo soy o que existo yo mismo, por el hecho de que la veo. Cuando yo la veo, toco, o pienso que lo hago… yo, que pienso, soy algo. Esto puede aplicarse a todas las otras cosas que me son exteriores. Todas las razones que sirven para conocer la naturaleza de la cera o de cualquier otro cuerpo, prueban más evidentemente la naturaleza de mi mente.

Hay una cosa que me es ahora conocida: Concebimos los cuerpos por la facultad de entender que está en nosotros, por el pensamiento, y no por la imaginación ni por los sentidos. Conozco que no hay nada que me sea más fácil de conocer que mi mente.

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