LA PEDAGOGÍA DE LOS LÍMITES EN LA ERA DEL POSMODEMISMO
Enviado por Helena • 24 de Julio de 2018 • 16.005 Palabras (65 Páginas) • 394 Visitas
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En ambos ejemplos, elementos importantes de una pedagogía de los límites a la que da forma la crítica posmo-derna apuntan a señalar que los grandes relatos basados en versiones blancas, patriarcales y clasistas del mundo pueden cuestionarse críticamente y desterritorializarse eficazmente. Lo cual significa que, mediante la propuesta de un lenguaje teórico para establecer nuevas fronteras con respecto a un conocimiento asociado, las más de las veces, a los márgenes y la periferia de la dominante cultural, los discursos posmodernos plantean la posibilidad de incorporar al curriculum una noción de pedagogía de los límites en la que ya no sea necesario que las prácticas culturales y sociales se cartografíen o se provean de referencias exclusivamente sobre la base de los modelos dominantes de la cultura occidental. En este caso, las formas de conocimiento surgidas de los márgenes pueden utilizarse para redefinir las realidades complejas, múltiples y heterogéneas constitutivas de las relaciones de diferencia que componen las experiencias de alumnos que consideran imposible definir sus identidades por medio de los códigos culturales y políticos de una sola cultura unitaria.
La sensibilidad que impregna esta concepción del conocimiento hace hincapié en una pedagogía en la que los alumnos deben establecer una relación de no-identidad con sus posiciones subjetivas y los múltiples códigos culturales, políticos y sociales que son las fronteras establecidas del poder, la dependencia y la posibilidad. En otras palabras, dicha pedagogía pone el acento sobre la relación no sincrónica entre la propia posición social y las muchas maneras en que una cultura se construye y lee. Vale decir que no hay una única i-elación predeterminada entre un código cultural y la posición subjetiva que ocupa un alumno. Nuestra posición de clase, racial, de género o étnica puede influir pero no determina irrevocablemente cómo adoptamos una ideología, leemos un texto o respondemos a formas de opresión. La pedagogía de los límites reconoce que con frecuencia docentes, alumnos y otros «leen y escriben la cultura en numerosos niveles» (Kaplan, 1987, pág. 187). Desde luego, las diferentes posiciones subjetivas y formas de sojuzgamiento que se constituyen dentro de estos diversos niveles y relaciones de cultura tienen el potencial de aislar y alienar, en vez de brindar una posibilidad de crítica y lucha. Lo que está en juego aquí es el desarrollo de una pedagogía de los límites que pueda dedicarse fructíferamente a descomponer las ideologías, los códigos culturales y las prácticas sociales que impiden a los alumnos reconocer cómo las formas sociales contribuyen, en coyunturas históricas específicas, a reprimir lecturas alternativas de sus propias experiencias, de su sociedad y de su mundo.
LA PEDAGOGÍA DE LOS LÍMITES COMO CONTRAMEMORIA
El posmodernismo delinea el proceso de desterritorialización como parte de la ruptura de los grandes relatos. Celebra, en parte, la pérdida de la certidumbre y la experiencia de desfamiliarización, aun cuando produzca alienación y el desplazamiento de las identidades (Deleuze y Guattari, 1986). En oposición a las lecturas conservadoras de este proceso cambiante de desestabilización, creo que esa desorganización del significado tradicional aporta ideas trascendentales para desarrollar una teoría de la pedagogía de los límites basada en un posmodernismo de la resistencia. Pero este lenguaje corre el riesgo de socavar sus propias posibilidades políticas, ya que ignora cómo un lenguaje de la diferencia puede articularse con las inquietudes modernistas críticas por el desarrollo de un discurso de la vida pública. También ignora las posibilidades de elaborar, mediante el proceso de la contra memoria, nuevas formas emancipatorias de identidad política. En lo que sigue abordo parte del importante trabajo encarado por la filosofía pública radical y la teoría feminista, prestando una atención particular a las cuestiones de la identidad y la contra memoria. En la breve sección final de este capítulo presentaré algunas consideraciones que indican cómo pueden profundizarse las ideas críticas de un posmodernismo de la resistencia dentro de una teoría de la pedagogía de los límites.
El posmodernismo lanzó un gran ataque contra la noción modernista de universalidad política (Ross, 1988). Con su insistencia en la multiplicidad de posiciones sociales, cuestionó seriamente la clausura política de la modernidad con sus divisiones entre el centro y los márgenes, y al hacerlo dio cabida a los grupos generalmente definidos como los otros excluidos. En efecto: el posmodernismo reafirmó la importancia de lo parcial, lo local y lo contingente, y de ese modo dio una expresión general a las demandas de una amplia variedad de movimientos sociales. También cuestionó eficazmente el modo como la historia escrita incorporó una serie de supuestos que informan el discurso del eurocentris-mo. En términos más específicos, rechazó supuestos euro-céntricos como la arrogante pretensión de «hablar» por toda la humanidad (sic) y la pretensión epistemológica de funda-cionalismo.
Laclan (1988) sostiene acertadamente que una aproximación adecuada a la experiencia posmoderna debe ser vista como parte de un desafío a los discursos de la modernidad, con su «aspiración a dominar intelectualmente el fundamento de lo social, dar un contexto racional a la noción de la totalidad de la historia y basar sobre ella el proyecto de emancipación humana global» (págs. 71-2). Pero Laclan también señala que el desafío posmoderno a la modernidad no representa tanto el abandono de sus valores emancipadores como su apertura a una pluralidad de contextos y una indeterminación «que los redefine de una manera impredecible» (pág. 72). Chantal MoufFe (1988) amplía esta idea y sostiene que la modernidad tiene dos aspectos contradictorios: su proyecto político está enraizado en una concepción de la lucha por la democracia, mientras que su proyecto social está atado a un fundacionalismo que alimenta el proceso de modernización social bajo «la dominación creciente de relaciones capitalistas de producción» (pág. 32). Para Mouffe, el proyecto modernista de democracia debe acompañarse de una comprensión de los diversos movimientos sociales y de la nueva política que han surgido en la era pos-moderna. Ocupa un lugar central en esta posición la necesidad de rearticular la tradición de libertad y justicia con una noción de democracia radical; de igual manera, es preciso enunciar el concepto de diferencia como algo más que una reiteración del pluralismo liberal o un pastiche de diferentes corrientes de intereses sin un terreno común que las mantenga unidas.
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