Desplazamiento forzado en Colombia.

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Después de estas desgarradoras cifras, volvemos a la mayor parte del siglo XX, en el cual el desplazamiento forzado era una problemática inadvertida, prácticamente invisible, y en muchos casos, justificada como consecuencia de las más de cinco décadas continuas de conflicto armado interno. Desde el comienzo de este, el desplazamiento ha sido una consecuencia de la degradación de la guerra y sus efectos intensos contra la población civil. En distintos niveles y con distintos grados de responsabilidad, todos los actores armados, tanto legales (en el famoso caso de los paramilitares) como ilegales, han sido responsables del destierro de la población a partir de distintas prácticas violentas, como las masacres, la tortura, las desapariciones forzadas, los asesinatos selectivos, las minas antipersonas sembradas en el territorio, el reclutamiento forzado de menores de edad; todos estos actos de violencia son un mensaje imperativo que conmina a las víctimas a abandonar su lugar.

A pesar de que a partir de las Leyes de Víctimas se subsanaron algunos de los obstáculos en materia de atención, los esfuerzos estatales aún son insuficientes para proteger a la población, prevenir nuevos desplazamientos y saldar la deuda con las víctimas del destierro. Por ejemplo, a junio de 2014 se habían restituido 29.185 hectáreas correspondientes a 1.277 solicitudes, lo que equivale tan solo al uno por ciento de la superficie reclamada y al dos por ciento de las solicitudes presentadas ante la Unidad de Restitución de Tierras.

Pero no solo la tierra se ha modificado, también los ríos, los puertos y los pequeños asentamientos ubicados en las riberas de los ríos principales del país y sus afluentes. Los actores armados han usado los ríos como medio de transporte para movilizar drogas, insumos y armas, cuando no los han profanado, convirtiéndolos en ríos-tumba en los cuales han pretendido desaparecer la evidencia de sus actos criminales. En el mapa del desplazamiento forzado en Colombia se pueden ver afectadas las riberas de los ríos Magdalena, Atrato, Catatumbo, Ariari, Guayabero, Patía, Putumayo, Arauca y Cauca, entre los más visibles. Está también el caso del Caño Cristales, uno de los destinos exóticos de este bello país, conocido también como el ‘río de los siete colores’, que se logró reaperturar en el 2014 tras varias décadas de conflicto armado en la zona.

“La paz todavía es sólo un vidrio flojo expuesto a innumerables pedradas”

Lo dijo Gonzalo Guillén en su columna “Los peligros del arco iris”, haciendo referencia al hecho de que las FARC y el Estado ya firmaron una paz que se ve, por ejemplo, en la tranquilidad que en este momento sobresale en los hospitales militares, hasta hace poco atestados de ambulancias llevando soldados mutilados por minas antipersona o baleados en combates y emboscadas; pero que esto no evita que el odio y las pasiones de la guerra se hayan trasladado del campo de batalla a la política y a la información pública. “En medio de la paz evidente, ahora se respira el aire cada vez más enrarecido de la guerra sucia, que puede desembocar en una nueva matanza fratricida”.

Bibliografía

Centro Nacional de Memoria Histórica. Una nación desplazada: informe nacional del desplazamiento forzado en Colombia, Bogotá, CNMH - UARIV, 2015.

Gonzalo Guillén. ¨Los peligros del arcoiris¨. Semana [en línea], 2017