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La guerra ensayo

Enviado por   •  12 de Diciembre de 2018  •  1.164 Palabras (5 Páginas)  •  494 Visitas

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Tetsém pensó intensamente. Ella, ella podía intentarlo. Sólo tenía que buscar el camino que había seguido la bola de fuego y detenerla. Tetsém vació la canasta que contenía la yuca, se la puso a la espalda y salió de la cabaña. Echó a correr pasando de largo por las plantaciones de plátano hasta internarse en la selva. Sabía que no contaba con mucho tiempo, quizá un día y una noche. Los hombres sólo esperarían a terminar de construir el wenuk, fortín de guerra, para marcharse.

Cuando vio que nadie la seguía y que se encontraba a una buena distancia de su casa, paró de correr y miró a su alrededor. Ahora lo importan VERDE te era decidir por dónde continuar. Estaba a punto de decidirse cuando de la maleza salió una cierva de grandes ojos sabios.

—Tetsém, mi pequeña colibrí —dijo la cierva dulcemente.

Tetsém la miró sorprendida. ¿Sería posible que fuera el espíritu de su abuelita? Sólo ella la llamaba así... Pero claro, ¡todos saben que cuando los achuar mueren se convierten en ciervos!

—¡Nukuchiru, Nukuchiru, abuelita, abuelita! —exclamó la niña abrazando a la cierva por el cuello.

—Puedo ver en tu corazón lo que te pasa y lo que tratas de hacer —dijo la cierva—. A mí tampoco me gustó nunca la guerra.

—Entonces, ¿me vas a ayudar a detenerla?

—Lo primero que tienes que hacer es encontrar a meset, la palabra guerra, y luego llevarla de regreso al lugar en donde se originó. Sólo ellos, los que le dieron vida al pronunciarla, pueden destruirla...

—aseguró la cierva.

—¡Pero... todos ellos quieren la guerra! —gritó

Tetsém.

—No estés tan segura, mi pequeña colibrí —repuso suavemente la cierva—. No estés tan segura.

Caminaron por la selva durante un buen rato y se detuvieron en un claro.

—Escucha —pidió la cierva—. Ésa es la araña, y está molesta por algo.

—Volver a empezar, volver a empezar... —repetía la araña mientras tejía su tela entre las ramas.

—¿Qué sucede, araña? ¿Qué pasó con tu casa?

—preguntó Tetsém.

—¡¿Qué sucede...?! Pues verás, yo tengo muchos enemigos, pero a mí nadie me caza con la vara de fuego de los humanos. Esta vez yo estaba tranquilamente sentada, esperando paciente la visita de algún mosquito, cuando puuummm, pasó volando una bola de fuego y se llevó toda mi casa de un tirón. Por suerte, yo me quedé agarrada de una hoja.

—Vamos —sugirió la cierva—, no debe estar muy lejos.

Bajaron por un camino lodoso y llegaron a un río blanquecino que parecía cubierto por un manto de lana. Con el viento, se escuchó un lamento: el ulular de los árboles de wawa, de balsa*, que crecían en la orilla.

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