Tramitación pulsional y cáncer
Enviado por Sandra75 • 4 de Noviembre de 2017 • 3.442 Palabras (14 Páginas) • 438 Visitas
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Otro aporte importante proviene del trabajo de Alcira Mariam Alizade quien aborda el asunto desde la categoría de cuerpo en su versión de “unidad psicosomática” en constante cambio que enfrenta la amenaza de “descentramiento”. Ella dibuja al yo como un ente corpóreo con un sentimiento de unidad con porciones visibles e invisibles que estarían expuestas a tres grandes fuerzas generadoras de alegrías y sufrimientos: los embates del tiempo, los accidentes y las enfermedades. La unidad psicosomática según señala, no puede detener los efectos de estos acontecimientos.
Para la autora el narcisismo primario tal como lo intenta extraer del estadio del espejo es aquel en el que se recorta una unicidad corporal y psíquica apoyada en las miradas aprobadoras y desaprobadoras. Ese narcisismo se ubicaría en el origen de un duelo arcaico por medio del cual algo se recorta del ilimitado campo de la libido.
El término duelo mayor es empleado por Alizade para nombrar un trabajo de aflicción que puede ser gradual o súbito y que se hace difícil de asumir en tanto remite a la castración total. El individuo responde a él con angustia, negación o relegándolo al futuro. El duelo de la propia muerte solo se podría elaborar parcialmente, dirá. Siguiendo a O. Rank en lo referido a terapéutica subjetiva de elaboración del duelo, propone la autora un trauma constitutivo universal cuyo precursor es el trauma de nacimiento y que se dirige a la omnipotencia e inmortalidad del yo. Del duelo mayor se iría teniendo noticia según ella, de varias maneras a lo largo de la vida. Su resolución liberaría importantes montantes de energía que favorecen la capacidad de disfrutar de la vida. Los duelos por una parte o función perdida remitirían consciente o inconscientemente al duelo mayor ofreciendo posibilidades de resolución.
La noción de cuerpo con la que trabaja Elizade incluye la vertiente de lo evolutivo y el accidental. El cuerpo pensado como histórico en oposición a evolutivo es así abandonado, lo que podría llevarnos fácilmente a caer en el error de situar en el plano de la vivencia efectiva y no en el inconsciente, el problema que enfrenta el paciente con cáncer.
Llegados a este punto podemos enfocar lo que en ambas autoras se muestra como posibilidad frente al padecimiento: a saber, la elaboración que se consigue gracias al duelo. Como tramitación simbólica de las pérdidas que rememoran la hiancia constitutiva, el duelo se ofrece según ellas como herramienta que puede proveer equilibrio a quien padece de una alteración somática.
Sosteniéndose en la propuesta que vincula fenómeno psicosomático y cáncer se encuentra el trabajo de Silvia Chab. La autora parece operar dentro de la misma vertiente de post-lacanianos como Jean Guir y Patrick Valas, al vincular lesión e incidencia del goce sobre lo organico. Para Chab la posición subjetiva y más específicamente el deseo puede modificar el pronóstico de un paciente con cáncer. En ella, el concepto de goce es utilizado para señalar cierta fijación subyacente a la enfermedad orgánica.
Un cierto goce encarnado, congelado en alguna parte del cuerpo sería responsable de la lesión: “Allí encontraríamos esa especie de congelación radical del Significante en el cuerpo del Sujeto, un cortocircuito responsable de las lesiones de una parte del mismo”. La lesión aparecería allí donde el significante no hace vaciamiento de goce.
Una investigación se hace psicoanalítica cuando logra delimitar con cierto grado de especificidad aquello que en lo conceptual y en lo metodológico, la hace diferente de lo que se propone en otros campos disciplinares. En este orden de ideas es problemática, pero necesaria una distinción entre las nociones cuerpo, organismo y somático que no siempre se puede obtener en los trabajos hasta ahora mencionados. Cuerpo y soma no son equivalentes en psicoanálisis. Tal vez por ello se requiere darles un tratamiento particular. Siguiendo esta orientación, encontramos los trabajos de Héctor Becerra y Ana Marino. Estas propuestas aprovechan la noción de pulsión para establecer cierto límite.
El texto de Becerra, un lugar para el cáncer en la lógica de las pulsiones se apoya en los recortes de un caso clínico para señalar la presencia de un límite entre lo somático y lo psíquico, lo pulsional. La pulsión, dice Becerra, sirve para dar cuenta de la dificultad que enfrenta el paciente con cáncer. Plantea el autor que de un modo análogo a como ocurre durante la constitución del yo en el narcisismo, el enfermo con cáncer trata de escenificar a través de su enfermedad y en un empuje a la repetición, lo pulsional. En este caso, no se accede a la elaboración psíquica, en cambio el cuerpo se pone en acto dando lugar a la enfermedad orgánica.
Becerra se propone formalizar algo del direccionamiento de la cura señalando como vía posible la tramitación simbólica. Una tramitación que le hace frente a lo que hay de dicho en torno a la enfermedad en su estatuto de pulsional. De su lectura se puede deducir que existe un saber de un Otro que pulsa sobre el sujeto y que lo ubica en una determinada posición en la vida frente a incluso, las enfermedades orgánicas. El Otro pulsa sobre el sujeto a través de lo que habla, dirá. Citando a Lacan el autor propone que el empuje adopta la forma de una demanda que el sujeto trata de satisfacer a costa del propio organismo. Lo que está en juego aquí es la respuesta del sujeto a la demanda del Otro en el territorio de lo orgánico.
Becerra se apoya en un trabajo que le antecede. Nos referimos a lo que escribe la Lic. Ana Marino en su texto “Cáncer y Aparato Psíquico”. Esta autora se opone a la idea de pensar el cáncer como una afección psicosomática. Plantea que si bien “se puede establecer una relación entre la enfermedad (el cáncer) y la novela familiar”[7] en estos pacientes, debe evitarse la idea de una influencia directa de la psique sobre el soma. Para Marino, algo de la representación puede entrar a jugarse en la elaboración que intenta el paciente con cáncer y lo característico de los fenómenos psicosomáticos en cambio es que se jueguen en un campo distinto al de la representación: “el soma queda como una realidad inabordable por medio de la representación”.
La autora se remite a Lacan, en su propuesta sobre el estadio del espejo para introducir la noción de “imagen del cuerpo”. Al respecto señala: “el sujeto se identifica con la imagen de sí, inviste libidinalmente su propia imagen especular”.[8] Durante el espejo, según Marino, el yo se libidinizaría para funcionar al modo de una prótesis que genera la ilusión de dominio corporal. Esta imagen del cuerpo actuaría en oposición
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