Como vive un semidios?
Enviado por Eric • 8 de Enero de 2019 • 19.587 Palabras (79 Páginas) • 383 Visitas
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—Papi, ¿a dónde vas?— dijo la pequeña Ademia que había sorprendido a su padre a media noche saliendo de la casa de la madre de leche en la cual se habían quedado a dormir.
— Voy… a buscar algo de dinero. —dijo el padre rebuscando una respuesta.
— Pero, ¿Por qué llevas tu escudo y tu lanza? ¿y por qué llevas tu ropa de para pelear?— dijo Ademia confundida. El padre soltó su escudo y su lanza al suelo, caminó hacia donde estaba la pequeña Ademia y dijo.
—Voy a la ciudad espartana a buscar algo de dinero. Y sí, voy a pelear contra unos tipos malos. ¿Recuerdas en dónde está tu mamá?
—Sí, está en el paraíso
— Bien. Recuerda esto ahora,—dijo el padre a la vez que su voz se quebraba— si llega un hombre fuerte como yo con una capa roja y trae mi lanza y mi escudo significa que en el camino fui a ver a tu madre.
— ¿Eso significa que…? —dijo la pequeña niña con lagrimas en sus ojos
— Sí, eso significa…— le respondió con lagrimas en sus ojos. Unas lágrimas que no volvió a experimentar desde que murió su esposa. —Ahora vete a dormir, yo debo irme. — concluyó decidido el padre.
Tres meses luego se supo de la victoria de los espartanos ante los persas que, aunque los superaban en número, sus tácticas en combate y sus estrategias antes de las batallas les habían dado una considerable ventaja ante los persas. También se supo de un ataque a la ciudad espartana, como lo habían predicho, y que esta estuvo a muy poco de ser invadida por los persas de no haber sido por todas las tropas que se quedaron para defenderla. Luego de pasado dos semanas de esta última noticia el padre de Ademia aún no llegaba a casa hasta que luego de un mes alguien tocó la puerta en la casa de la madre de leche de Ademia en la cual ella se había quedado hasta que su padre regresara. Al oír el golpeteo, Ademia corrió hasta la puerta, la abrió y se congeló al ver lo que estaba detrás de ese trozo de madera movible: Estaba un hombre alto con la musculatura de su padre, cargaba una capa roja, un casco de metal, en una mano cargaba el escudo magullado y en la otra la lanza rota del padre de Ademia. La pequeña niña ya sabía lo que esto significaba y al ver detenidamente ambas cosas las lágrimas corrían por sus mejillas como si fueran una fuente, pero de pronto una voz le dijo.
—Tranquila, acá estoy.
Al ver atrás del soldado espartano, Ademia vio a su padre. Estaba feliz, pero a la vez sentía preocupación porque su padre tenía un vendaje alrededor de sus costillas. La madre de leche de Ademia salió, se acercó a un soldado espartano a preguntarle sobre eso.
—¿Qué le pasó?—dijo
—Recibió un corte en la costilla.
—¿Qué tan profundo?
—Lo suficiente como para que pudiera verse su costilla.
La mujer se sorprendió.
—¿Se va a recuperar?
—He visto a varios de mis compañeros recibir cortes peores por lo que sí creo que se recuperará. Aunque…
—¿Aunque?
—El problema es que la hoja de la espada que lo cortó estaba oxidada.
—¿Oxidada?
—Sí, oxidada. Era un persa que luchaba con distintas hojas y que todas estaban oxidadas. Si no lograba matar a su enemigo con la hoja buscaba al menos dejarle un corte lo suficientemente profundo, gracias a él perdimos a muchos hombres de no ser este soldado.
—¿Qué fue lo que hizo?
—Este hombre de acá, aunque no lo parezca, decidió enfrentarse al persa por su cuenta. Cuando el persa iba lanzó el corte de forma horizontal, él metió su torso de modo que la espada se incrustara dentro de su costilla, lo que le dio tiempo suficiente de clavarle la lanza en la garganta. Este hombre de acá, fue un ejemplo de compromiso para las filas espartanas.
La madre de leche no podía creer de lo que fue capaz el padre de Ademia, y se sentía orgullosa de ello, pero ese sentimiento se opacaba por la preocupación de una muerte inminente. El padre de Ademia no trabajó los primeros dos días de haber llegado de Esparta, pero al tercero intentó volver a la panadería aunque le costara. Cuando estaba frente a su hija intentaba aparentar que estaba bien cuando tenía un dolor en su torso que se expandía más a cada día que pasaba. Al pasar dos semanas de su llegada, el padre de Ademia cayó en cama, pero a Ademia no se le permitía verlo bajo la excusa de que tenía una enfermedad contagiosa para niños pero no para adultos. Cinco días después murió pero a la pequeña huérfana se le dijo que su padre había mejorado y se había ido a buscar a alguien.
Hasta que Ademia cumplió los dieciséis se le dijo que su padre no se había ido sino que había muerto.
—Eso ya lo sé,—dijo ademia—estaba condenado a morir por el corte de la espada oxidada, el mismo soldado espartano lo dijo.
Nunca se supo cómo fue que Ademia con tan solo cinco años escuchó esa conversación. Cuando tenía los dieciséis, adolescente de cabellos rizados, Ademia, vivía bajo un yugo que consistía en ser la encargada de la limpieza de la casa y la de aparentar ser una sirvienta frente a todo aquella persona que llegara a la casa. Una noche ya estaba cansada de vivir bajo el yugo de su madre de leche, así que se escapó. Vagó durante varios días con la lanza, el escudo y el dinero espartano que, para entonces, era el más valioso y el más simbólico. Una noche, sola, caminando en un sendero se encontró con un hombre que iba en una carreta halada por dos mulas. El hombre aparentaba 43 años y le dijo que iba a Esparta. Ademia, dudosa, aceptó y se fue con aquel sujeto. Luego de un par de días llegaron a Esparta donde entró sin ningún problema gracias al escudo, la lanza y el dinero que llevaba porque sabían que esas eran las armas de un hombre el cual dio su vida para defender la vida de muchas mujeres y niños espartanos. Aquel misterioso hombre le dijo que se podía quedar en su casa pero Ademia aún dudaba de ello.
—Tranquila, no pasará nada.—dijo el hombre en un intento de convencerla— Recuerda
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