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Dosctrina Social de la Iglesia

Enviado por   •  7 de Febrero de 2018  •  2.431 Palabras (10 Páginas)  •  280 Visitas

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La Civilización del Amor es la tarea histórica del Pueblo de Dios y en ella se integran y alcanzan plena significación los proyectos personales, familiares, institucionales. La Civilización del Amor debería ser una pre-figuración del Reino de Dios, un verdadero sacramento, es decir, un signo sensible de la realidad trascendente e invisible que anunciamos. Y para llegar a esta meta deberemos emprender muy variadas acciones, estableciendo fines y medios para alcanzarla, recordando que existe una moralidad de los medios y un espíritu de lucha por la justicia.

La persona como causa, fin y sentido de todas las instituciones sociales:

En la civilización del amor que deseamos construir, la persona tiene primacía sobre cualquier otra realidad. Es el principio del cual debemos partir, al que permanentemente debemos referirnos y el que debe iluminar la evaluación del trabajo realizado; ni la Nación ni el Estado, ni la raza o la clase, ni el orden o la seguridad pueden ocupar el lugar de la persona, que recibe su dignidad del hecho de ser creatura, imagen y semejanza de la divinidad, llamada “filiación divina”, dotada de inteligencia, libertad e interioridad, capaz y necesitada de comunicación y que sólo podrá realizar su vocación en el encuentro fraternal y amistoso con los demás hombres, con la naturaleza y con Dios.

Todos los hombres y mujeres somos iguales ante Dios, y, por tanto, gozamos de los mismos derechos naturales y estamos sujetos a los deberes correlativos. La Doctrina Social de la Iglesia insiste especialmente en el derecho a la vida y a la calidad de vida, a la integridad física y moral, a la defensa jurídica, a la satisfacción de las necesidades básicas, a la verdad, al trabajo y a la libertad religiosa. En la nueva sociedad no hay lugar para la discriminación entre los hijos de Dios. La igualdad no debe ser solamente un valor proclamado sino una realidad, especialmente en lo que se refiere a los derechos fundamentales.

El principio de subsidiaridad:

Se trata de un principio clave para entender el modelo ideal de sociedad que la Doctrina Social de la Iglesia va perfilando a grandes trazos. Su lógica pretende ordenar de tal manera las relaciones entre la autoridad política (el Estado) y los cuerpos intermedios, sociedades inferiores y personas particulares, que se favorezca siempre su iniciativa y creatividad, encuadrando dicho dinamismo dentro del marco trazado por el Bien Común.

La instrucción de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe Libertatis Conscientia (1986), le sitúa entre los tres principios fundamentales de la doctrina social junto a la dignidad de la persona humana y al principio de la solidaridad: “En virtud del segundo (principio de subsidiaridad), ni el Estado ni sociedad alguna deberán jamás sustituir la iniciativa y responsabilidad de las personas y de los grupos sociales intermedios en los niveles en que éstos pueden actuar, ni destruir el espacio necesario para su libertad. De este modo, la Doctrina Social de la Iglesia se opone a toda forma de colectivismo“.

SOCIEDAD Y PARTICIPACION

¿NO HAY NADA QUE HACER? ... A LA ESCUCHA DEL ESPÍRITU[2]

Hemos oído contar que, en la antigua URSS, tras la caída del sistema de planificación central, la gente estaba incapacitada para crear riqueza y tomar iniciativas ante su crisis, porque no sabían qué hacer: estaban tan acostumbrados a que se lo dieran todo hecho y reglamentado hasta el mínimo, que habían perdido la capacidad de iniciativa. Como siempre, los únicos que conservaron algo de esa iniciativa eran los que el evangelio llama "hijos de las tinieblas", y de quienes dice que suelen ser más sagaces que los hijos de la luz. Debemos preguntar con valentía si no nos ocurre algo de eso también en la iglesia católica actual, por lo que toca a la creatividad del Espíritu. El católico piadoso tal vez pueda haberse acostumbrado a que le den las cosas hechas: ir a misa los domingos, no comer carne algún viernes de cuaresma, destinar a la Iglesia el 0'5% de sus impuestos... A menudo si se nos saca de ahí no sabemos bien qué más hacer. Y eso que cualquier cristiano cree que Jesús anunció una alternativa a esta configuración del mundo (el Reino de Dios) y la necesidad de abrirse a esa alternativa. Es frecuente que muchos católicos piadosos cuando oímos o leemos una crítica impactante sobre la situación y la injusticia del mundo, reaccionemos con una pregunta: ¿qué tenemos que hacer? ¿Qué es lo que se nos manda? Tal vez tendríamos que reconocer que a menos que se nos de una ley, seguiremos "conformándonos a la imagen de este mundo" (Rom 12,2).

Comparemos esta situación con la anécdota siguiente: cuando Gandhi estaba por segunda vez en Sudáfrica, se hallaba todavía en pleno proceso de maduración espiritual, pero era ya un abogado famoso y respetado, que había hecho infinidad de cosas por la comunidad india de Sudáfrica, y era además bastante considerado por los ingleses. En estos momentos Gandhi necesita tomar varias personas a su servicio, unos para sus tareas jurídico-políticas y otros para las faenas domésticas. Todos vivían en la casa con él y su familia, creando una especie de comunidad. Pero Gandhi explica que, en aquella casa, la limpieza de las letrinas no quedó asignada a nadie, sino que se encargaban de ella el propio Gandhi, su mujer y sus tres hijos. (cf. Mis experiencias con la verdad, p. 300).

Esta decisión la toma un hindú que había sido educado en la teoría de las "castas" y se había apartado de ella leyendo los evangelios. Para nosotros sirve de ejemplo simbólico de hasta dónde puede llevar la iniciativa del Espíritu, cuando el hombre se abre a ella con cierta inmediatez. Naturalmente, decisiones así no puede la autoridad eclesiástica convertirlas en ley, por significativas que sean. Pero podrían pulular, y fecundar la sociedad, si en la Iglesia hubiese más iniciativa del Espíritu para que cada cual se deje llevar a encarnar esa terna de Sobriedad, Sencillez y Solidaridad que configura la práctica cristiana frente a la práctica "mundana" de tener más, poder más, aunque tenga que ser pisoteando al otro. Porque buenos cristianos tampoco faltan hoy. Apelar a la iniciativa del Espíritu puede ser peligroso, puesto que el hombre tiene gran capacidad de autoengaño y de manipulación del nombre de Dios, para bendecir sus mayores inhumanidades como iniciativas del Espíritu. Pero, a pesar de eso, es necesario.

CREACIÓN DE UNA MENTALIDAD SOCIAL

En las escaleras mecánicas de muchas

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