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La muerte de Cristo en la Cruz

Enviado por   •  8 de Agosto de 2018  •  1.883 Palabras (8 Páginas)  •  360 Visitas

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La muerte de Cristo como Satisfacción

Este aspecto proviene de la teología patrística, que así interpreta el sacrificio en la cruz. El primero en hablar de ello es Tertuliano, quien lo entiende como una especie de servicio o prestación dirigida a Dios por el perdón de nuestros pecados.

Quien desarrolla sistemáticamente esta doctrina es san Anselmo de Canterbury, el cual concibe el pecado como un acto en el que se deshonra a Dios. La satisfacción sería, pues, la reparación de la ofensa restituyendo el honor de Dios. Sin embargo, el ser humano no puede hacer esto por sí mismo: sólo Dios podría realizarla, pero es sólo el hombre quien debe ofrecerla, puesto que es él el que ha pecado. Se hace necesario que sea un Dios-Hombre quien la ofrezca.

Este razonamiento si bien se ajusta lógicamente a la muerte redentora de Cristo, parece comprometer el don, la gracia de la Encarnación, al presentarla como absolutamente necesaria. Es por ello que teólogos posteriores prefieren hablar de la “conveniencia” de la Encarnación.

Por su parte, Pedro Abelardo presenta esta satisfacción como una respuesta de amor del hombre al Amor divino que lo ha dado todo.

La muerte de Cristo como Merecedora de nuestra salvación

Otro aspecto propuesto para acercarnos al Misterio de la cruz es considerar que el ofrecimiento que hace Jesús de sí mismo en su pasión y en su muerte, constituyen un mérito de su parte. Esto implica que su obediencia y sufrimientos ganan, conquistan o merecen el que seamos perdonados y salvados.

Implícitamente se encuentran algunas referencias en la Escritura: el Siervo de YHWH padecerá, pero será recompensado (cf. Is 53:10-12); la sangre de Cristo será derramada para perdón de los pecados (cf. Mt 26:28), es necesario el sufrimiento del Cristo para entrar en la gloria (cf. Lc 24:26); el Cordero degollado es digno de recibir todo honor, gloria y alabanza (cf. Ap 5:11). Las referencias más claras las encontramos en Hb 5:7-9 y Flp 2:9, en donde ofrece ruegos y súplicas, y asume obedientemente la muerte en cruz, es escuchado y exaltado.

Si bien algunos de los Padres hacen referencia al mérito, es sobre todo en la Edad Media cuando se empieza a desarrollar este concepto. Pedro Abelardo y Hugo de San Víctor consideran que hablar de mérito sería negar la divinidad de Cristo, ya que como Dios no podría merecer nada puesto que nada le falta. Por su parte, Pedro Lombardo y Santo Tomás juzgan que Jesús ha obtenido como recompensa para sí la resurrección y la glorificación, y a nosotros el perdón de los pecados y la salvación.

Junto con el Concilio de Trento, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que con su santísima pasión, sobre el madero de la cruz, nos ha merecido la justificación. El carácter único del sacrificio de Cristo es la causa de nuestra eterna salvación (cf. CEC 617).

La muerte de Cristo como Reparación

En la Sagrada Escritura, Cristo es presentado como Cordero que quita los pecados (cf. Jn 1:29), sacrificio expiatorio que nos congracia con Dios y nos vivifica (cf. Ef 1:6; 2:5). De esta manera, Jesucristo entrega su vida en reparación a nuestras culpas cometidas.

Si bien Dios de ningún modo es dañado por el pecado del hombre, si se ve de algún modo lastimado y ofendido, al no responder con fidelidad a la Alianza de amor. Más que por una exigencia de justicia, es por el amor que hay necesidad de reparación. Cristo ha querido asociar al hombre en su sacrificio, de manera que haya una colaboración libre y responsable, sin que por ello se piense que el hombre el que está “ganando” su salvación.

La muerte de Cristo es vicaria, es decir, toma nuestro lugar. Sustituye de forma análoga al hombre pecador, aceptando las consecuencias de la culpa. El que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (2Co 5:21): esto no quiere decir que Jesús haya sido pecador, sino más bien que con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros dolores los que soportaba. [….]Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz y con sus llagas hemos sido curados (Is 53:4-5). Es una sustitución análoga, ya que Cristo toma nuestro lugar sin dejar de ser el Hijo Unigénito del Padre. No es una sustitución penal, sino filial, amorosa. Por rescatar al esclavo se entrega al Hijo.

CONCLUSIÓN

La cruz de Cristo está en el centro del acontecimiento pascual, en el corazón del plan salvador. Por eso es preciso que el creyente profundice en su misterio. La Escritura, la Tradición y el magisterio de la Iglesia nos lo vislumbran a través de diversos matices. De la misma manera en que no se puede separar la muerte de Jesús de su resurrección, es conveniente profundizar en los alcances del sacrificio del crucificado de manera integral. Sólo así comprenderemos que la cruz, en palabras del papa Francisco, es la respuesta de Dios al mal y al pecado del hombre; una respuesta de amor, misericordia y perdón.

“Y yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12:32).

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