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Algo más que una cuestión Etimológica

Enviado por   •  18 de Abril de 2018  •  3.291 Palabras (14 Páginas)  •  266 Visitas

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3.1. Hablemos de Amor:

Seguramente este tema concita mucha discusión y, como toda temática que la provoca, seguramente es uno de los menos practicados por la sociedad que lo debate.

El planteo, en el plano filosófico, requiere extremar la capacidad de análisis llevando a cabo distinciones muy finas que, sin pretender separar –en la realidad existencial compleja– ninguno de sus componentes, permita objetivar cada uno de ellos para detenernos en la incidencia concreta que tiene en el simple y real amar concreto de cada persona que vive.

El planteo antropológico previo es imprescindible, dado que, según la concepción que del hombre[1] que poseamos, será la idea que nos haremos de ésta actividad humana. Y la primer hipótesis –en el plano de su nivel de importancia– que defenderé es precisamente que esta actividad es la más propiamente humana que puede existir.

Ciertamente este concepto es difícil de dilucidar porque el término “amor” posee tal profundidad y complejidad semántica y tantas posibilidades pragmáticas que es necesaria una tarea profunda de consenso para llegar a entender que, aunque empleemos el mismo término, muchas veces estamos hablando de cosas totalmente diferentes.

Y cuando digo cosas, no estoy cayendo en una inespecificidad fortuita, sino más bien escogida adrede. Esto porque tal es el valor polisémico y poli-pragmático del mismo. El problema es el carácter normativo que esta palabra ha desarrollado y posee en nuestra cultura. Es decir, cuando se prescribe amar, cuando se promete amar, cuando se dice amar, cuando se pide ser amado, cuando se invoca el amor como móvil justificante de la acción, cuando se lo convierte en excusa incuestionable, o aún más simplemente: cuando uno pregunta si es amado; ¿qué es lo que queremos representar?, ¿qué entendemos por eso que llamamos amor?

El primer problema que viene a mi mente –sin que esto implique ningún tipo de valoración en cuanto a su importancia– es el de que el término amor es uno de los más eufemísticamente empleados en nuestra sociedad contemporánea. En frecuentísimas oportunidades se emplea o empleamos “amor” –conjugado en sus diversas formas– para representar otros conceptos, cuyos términos específicos nos resultan menos gratos o apropiados al discurso en determinados ámbitos.

Así, por ejemplo y con mucha frecuencia, se habla de “amor” para designar a la relación sexual genital entre dos personas; partiendo, quizá, de que una de las posibles manifestaciones del amor entre dos personas (en tanto que se vean el uno al otro como personas y en el caso específico de una relación de pareja) sea el prodigarse mutuamente el placer sexual. Pero creo que no es difícil coincidir con migo cuando afirmo que en más de una oportunidad cuando se habla de “hacer el amor” se suele dar al término una connotación y una denotación que no implica, precisamente, una mirada del otro como persona[2].

3.1. No sólo un sentimiento:

Si uno pregunta a parejas cercanas al matrimonio las razones de su decisión de casarse, se encontrará con mucha frecuencia la referencia al enamoramiento que los embarga, asociando sinonímicamente éste enamoramiento al amor, propio de una pareja. Muy probablemente sea adecuado el castellano enamoramiento como traducción del griego e5roV (éros), pero lo que me atrevo a poder en duda es que esto –sólo y por sí mismo– pueda ser llamado amor, y esto no es una discusión lingüística.

Más allá de las palabras que empleemos para designarlo, a lo que me refiero es a que el enamoramiento es un sentimiento y creo que el amor pertenece a otro plano diferente del sensible. No quiero afirmar con esto que el acto de amar no implique –en algún nivel de distinción[3]– la sensibilidad, sino que la clave que permite aplicar apropiada y no analógicamente el término amor a algo humano, no es lo sensible que a este hecho humano acompañe, aunque lo acompañe indisociablemente.

3.3. Querer (no sólo una elección):

querer como relación objetivante

Dentro de los niveles indisociablemente unidos –aunque distinguibles– que estructuran a todo ser humano tenemos que asumir un nivel voluntario, el nivel del querer. La cuestión es sí admitimos la existencia de un nivel de intervención no pre-determinado en el momento de elegir y determinarnos a un curso u otro de acción.

Los deseos son parte de nuestra naturaleza sensitiva. Ésta naturaleza sensitiva, que compartimos con los demás animales, genera la energía que nos mueve, que nos impulsa a realizar conductas destinadas a satisfacer determinadas necesidades. Y, está es la cuestión, en el nivel sensitivo las necesidades, así como las conductas destinadas a satisfacerlas, están determinadas. Más allá de que los cursos de acción puedan depender de cierto nivel de inteligencia aplicada y del éxito o no de la misma[4], la conducta debe ser realizada y la satisfacción es una demanda insoslayable.

La cuestión de la libertad:

Ciertamente esto nos instala en una de las definiciones metafísicas[5] fundantes de la ética: la de la libertad. No considero que se pueda hablar de ética si no aceptamos la libertad humana. En el fondo la existencia misma de una ética –que supere el mero análisis de las prescripciones y/o los condicionantes religiosos, sociales, psicológicos, jurídicos, etc. de nuestras acciones, para el que reservare el término moral– depende de sí aceptamos o no la existencia de la libertad en el hombre.

La pregunta, que parece obvia, en estas circunstancias es si somos libres. Y la respuesta que se puede estar dibujando en su mente seguramente no es tan obvia. Como siempre, el primer problema que se nos presenta es saber: ¿De qué tipo de libertad hablamos cuando hablamos de libertad?

Lo más probable es que cada lector se esté formando en su mente una representación diferente de lo significado por dicho término. Y, como siempre en filosofía, tendremos que comenzar por dilucidar los valores semánticos y pragmáticos que adquiere en el empleo cotidiano[6].

Para comenzar bástenos con aceptar que podemos llamar voluntad a la capacidad de querer. Querer, más allá de los condicionantes que puedan impelernos a tender a realizar ciertas conductas destinadas a satisfacer ciertas necesidades. Pareciese ser que los seres humanos, además de desear, podemos querer.

Se me ocurre que el querer tiene que ver con el pensarse como sujeto, es decir pensar en las necesidades que

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