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El almohadón de plumas

Enviado por   •  12 de Diciembre de 2018  •  1.126 Palabras (5 Páginas)  •  283 Visitas

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a mirarlo, y después de largo rato

de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su

marido, acariciándola temblando.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra

sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.

Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa,

desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última

consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la

muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.

-Pst... -se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que

hacer...

-¡Sólo eso me faltaba! -resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía

siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada

mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la

vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar

desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este

hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le

tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares

avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban

dificultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las

luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio

agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el

rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.

Alicia murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró

un rato extrañada el almohadón.

-¡Señor! -llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de

sangre.

Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a

ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.

-Parecen picaduras -murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.

-Levántelo a la luz -le dijo Jordán.

La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y

temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.

-¿Qué hay? -murmuró con la voz ronca.

-Pesa mucho -articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del

comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la

sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas

a los bandós. Sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas,

había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que

apenas se le pronunciaba la boca.

Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su

boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura

era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin duda su

desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En

cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas

condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente

favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones

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