SOBRE LA HISTORIA DEL CAPITALISMO MONOPOLISTA

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“El cambio del campo a la ciudad ha significado, en general, incuestionablemente, un nivel de vida más alto para los negros» (pag. 204). En la vida urbana hay una marcada diferencia en las condiciones de trabajo y oportunidades de ascenso entre la clase trabajadora de los negros, cuya posición es muy inferior, y la de los blancos; por eso, concluirán, salvo algunas excepciones notables, la discriminación racial, lejos de desaparecer, iría en aumento en Estados Unidos.

Con estas conclusiones, los autores tratan de destacar un tema que va muy acorde con el marxismo: al negro adrede se le impediría prosperar, con la intención de poseer un subproletariado que se encargaría de la mano de obra barata, tanto para los trabajos con baja remuneración, como para que sirviera a manera de escudo de las clases blancas de escasos recursos.

Las mejoras logradas tanto a la fuerza que habría tomado el movimiento de liberación como a la necesidad para Estados Unidos de dar al mundo la imagen de un gobierno liberal que supere una mala herencia del pasado. De esta manera, también se garantizaría la lealtad, o cuanto menos la neutralidad de la gente de color; en caso contrario, la revolución mundial tendría, más tarde o más temprano, un Caballo de Troya potencialmente poderoso dentro de las murallas de la más potente fortaleza del capitalismo monopolista.

Después el problema racial es tratado, más bien desde el ámbito político que del económico. Se trataría de asegurar la lealtad del grupo burgués de color, colocando a los de color en posiciones prominentes y dando así la impresión de que Estados Unidos no sigue una política de apartheid (sistema de segregación racial), sino todo lo contrario, que lucha contra ella originando oportunidades iguales para sus ciudadanos de color: la sola existencia de la posibilidad, de moverse hacia arriba y hacia afuera, tendría un profundo impacto psicológico en el resto de la clase.

La estrategia del simbolismo no sólo requería que los directivos negros provengan de la burguesía negra, sino también que siguieran dependiendo de los amparos y apoyo económico de la oligarquía blanca, para “asegurar” su lealtad. Por eso, se abren oportunidades a los más sobresalientes jóvenes de color, con la finalidad de direccionarlos a las organizaciones mayores y restar elementos inteligentes al movimiento de liberación.

Empero, los autores aseveran que tales organizaciones mayores no perdurarán y las clases de color generarán pronto su propia conciencia revolucionaria. Asimismo, llegan a inevitablemente a la revolución interna en Estados Unidos, como parte y conclusión de la revolución mundial: “las masas negras no pueden esperar la integración en la sociedad norteamericana tal como está constituida ahora. Pero sí pueden esperar ser uno de los agentes históricos que la derrocarán y pondrán en su lugar otra sociedad en la que ellos compartan, no sólo los derechos civiles, que son cuando mucho un estrecho concepto burgués, sino todos los derechos humanos” (pag. 222-223). Lógicamente, antes hablaron de que esta sociedad es la socialista.

Indisputablemente, el problema racial es un problema que existe y que se tiene que hacer mucho para solucionarlo; no obstante, en nuestra opinión, muy poco puede decir en favor de los autores: cuando se pierde el sentido transcendente de la vida y la solidaridad que deriva de nuestra condición de humanos , mana infortunadamente el racismo, como se atestigua en los diversos acontecimientos históricos y, actualmente, también en muchos países por sus diferencias raciales, culturales, etc. (como ejemplo se encuentran los genocidios contra los Judios, los Kurdos, rusos blancos, etc.), pese a sus esfuerzos por ocultarlo.