ANALISIS DE LA PELICULA “TAXI DRIVER”
Enviado por tolero • 24 de Agosto de 2017 • 4.658 Palabras (19 Páginas) • 656 Visitas
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b. Connotación
Por su aspecto se considera distinto y superior a los que lo rodean, pese a que la expresión de sus ojos, muchas veces mirando hacia el suelo, así como su ingenua manera de hablar, parecen reflejar una oculta baja autoestima que ni él mismo reconoce. Totalmente alienado por la sociedad en la que vive, donde se muestra la decadencia de la misma, su mirada muestra descontento y desapego total por las emociones y sentimientos tanto como hacia el cómo hacia los otros, por su forma de vestir y el lugar en donde vive se puede connotar que es de la clase popular.
c. Descripción
Desde el principio, Travis manifiesta su aversión hacia la sociedad putrefacta. En realidad, se ignora si su repulsion se debe a su ocupación como taxista de noche (no sería extraño que la oscuridad, el alcohol y las pastillas desvirtuasen su percepción) o si es precisamente esta actividad noctámbula la que surge, aparte de como bálsamo para su desvelo, como consecuencia del deseo íntimo y contradictorio de pertenecer a la selva urbana neoyorkina que detesta y que examina, inquisidor, bajo la luz de los semáforos. “Gracias, Señor, por la lluvia que ha limpiado de basura las calles”, escribe el protagonista en su diario. Con esta reflexión, Travis parece establecer una analogía con el famoso relato del diluvio universal con el que, según la tradición bíblica, Dios pretendía castigar a los hombres y acabar con su mal. Así, la tarea de suprimir la escoria humana que puebla las calles sería divina y Travis sería un observador privilegiado, como reflejaba aquel primerísimo plano de sus ojos con que se abría la cinta.
Paradójicamente, pese a la repugnancia que siente por los bichos que merodean a su alrededor, Travis pretende fundirse con el resto de la gente. Quisiera pertenecer, si bien no puede, al mundo que aborrece, aunque sea intentando entablar relación con la encargada de la taquilla de un cine X. Travis, no obstante la frustración que le impide dormir, necesita encontrar una meta fusionándose con los demás. Además de subrayar la importancia de Betsy en la vida de Travis, indica que lo que la configura como el objeto de deseo del taxista no es su belleza física, no es amor a primera vista; lo que fascina a Travis es la posibilidad de encontrar una persona límpida, intocable, diferente a la mugre que anega las calles.
Con Betsy, la vida de Travis empezará a evolucionar implacable. En cada nueva escena, los valores del taxista irán modificándose al imbuirse de todo aquello que lo rodea. Ahora, más que nunca, Travis es la consecuencia directa de su circunstancia. Durante la noche, sus patrullas continúan reiterativas al son de los semáforos y el avance del taxímetro. No se integra completamente con sus compañeros de profesión, rechaza las armas que éstos le ofrecen para protegerse de los delincuentes, pero la mutación ya está en curso. El director la muestra sintética y metafóricamente: Travis deposita una pastilla sólida, estática, pasiva como el antiguo Travis, en un vaso de agua, y entonces, al iniciarse la efervescencia, la cámara filmadora se acerca en picado al recipiente para, a continuación, aproximarse en contrapicado hacia un Travis expectante, atónito, en metamorfosis como esa pastilla que finalmente queda disuelta.
La ruptura con Betsy, que tiene lugar en su única cita de noche, lo proyecta de nuevo hacia la soledad, pero el retorno al estado primitivo de penosa abulia y exclusión es imposible. Travis no se siente dolorido por el enfado de su compañera o el cese de la relación con ella; Travis se ve derrotado al descubrir en ella falta de educación, de respeto, de elegancia. La caída del ídolo es insoportable. Se produce así una segunda alteración radical dentro del protagonista.
El extremo de su metamorfosis se alcanza en la famosa escena del “¿Hablas conmigo?”, en la que Travis conversa con su imagen en un espejo. Esta escena, que añade cierto toque humorístico gracias a la forma con que Robert De Niro la interpreta, representa, más que un monólogo, un diálogo con su propio reflejo, el último resquicio del Travis pasado, pasivo, del que debe desembarazarse para poder progresar. En este estado de locura, Travis reta a su yo previo y vence. A partir de ahí la transformación es absoluta. No habrá más cuestionamientos. Los espectadores presenciamos la obra mesiánica de Travis, la limpieza final de la escoria, que debe desaparecer de la faz de la tierra. En esta fase, el taxista no se plantea ya la posibilidad de que su ideología sea errónea: compra armas sin titubear, fabrica sus propios utensilios para la batalla, se entrena, ensaya, e incluso cambia físicamente. “Alguien tiene que hacer algo” es su última conclusión. Ya no agradece a Dios la lluvia; ya no delega en el senador Charles Palantine; ahora Él es el salvador. Travis se ve a sí mismo clara y distintamente como un ser superior, aunque, paradójicamente, la sociedad en general lo tomaría por un loco o un psicópata, o por uno de esos míseros individuos a los que Travis quiere exterminar, como demuestran la reacción de un guardaespaldas del senador al verlo en uno de los mítines o la de Betsy al acudir al cine porno. Para vengarse de ese mundo noctámbulo, Travis se ha fundido con él.
Cuando Travis entra en acción, ignoramos ya sus intenciones. Aun razonadas, han llegado a su mente dosificadas y la voz en off nos las ha transmitido sesgadas. Probablemente, ni el mismo Travis, a pesar de estar convencido de ellas, sería capaz de explicarlas. Travis ha emprendido su gesta y nosotros, los espectadores, la contemplamos estupefactos. Después de vislumbrar cuáles eran los objetivos últimos de Travis, después de ver a un asesino, después de convencernos de que es un verdadero psicópata, después de que se nos brinden escenas de violencia exagerada y sangre, descubrimos que, para Travis, un acto terrorista es equivalente a salvar heroicamente a una persona indefensa. Descubrimos que, para él, ambos fines son intercambiables e igualmente trascendentes. Descubrimos que, para él, aquella descomunal desinfección callejera que tanto imploraba podía realizarse con un acto violento pero, a fin de cuentas, insignificante. Entonces, cuando concisamente se nos muestran las reacciones del pueblo corrupto contra el que Travis ha atentado, comprendemos cuál es su gran triunfo: invertir los valores de una sociedad que acaba aplaudiendo como un héroe al que habría encerrado como un criminal, una sociedad que eleva al que ha decidido acabar con ella, una sociedad absurda que, de pronto, acoge al marginado y, sin saberlo, celebra la llegada de esa lluvia que limpie las calles.
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