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La derrota de los pedantes

Enviado por   •  20 de Abril de 2018  •  3.406 Palabras (14 Páginas)  •  361 Visitas

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El aspecto físico del pedante es repugnante, inmundo, desagradable y bajo. Se le muestra como un anciano sucio con estado físico lamentable. La descripción física que se hace del pedante es uno de los recursos paródicos más claros, puesto que estamos en un momento histórico en el que la ropa marcaba diferencias sociales y era una muestra de nuestra personalidad. En la ilustración el dominio de la razón, el orden y las reglas se manifestaban de también de forma externa, mediante la vestimenta y el aseo personal. Ésta es la descripción que hace del pedante Moratín: “el poeta, sin curarse de limpiar el cisco y telarañas que tenía en el rostro, manos y vestido (…) era el hombre la más triste visión que imaginarse puede: reviejuelo, arrugadito, moreno, remellado, tuerto de un ojo, romo, calvo, algo tiñoso, chiquirritillo y contrahecho (…) lo desfiguraban en parte las barbas, el sudor negro, el polvo”. El orden en el vestuario mostraba el orden intelectual; por tanto, una falta de acicalamiento e higiene era reflejo de una falta de moralidad, de respeto y de entendimiento.

Otro recurso paródico lo constituye el vocabulario rebuscado y complejo del pedante. Si leemos con detalle sus parlamentos, veremos que casi todas las explicaciones de palabras que aparecen a pie de página corresponden a vocablos emitidos por el pedante. Se emplean numerosos cultismos procedentes del latín; algunos ejemplos son: “rubicundo” (rubicundus), “numen” (numen), “alípede” (alĭpes, -ĕdis), “ínclito” (inclĭtu), “calígine” (calīgo, -ĭnis,), “próceres” ( procer, -ĕris.), “opúsculo” (opuscŭlum) y “ebúrnea” (eburneus)[1]. Como puede verse, sus formas son prácticamente idénticas al latín. En su discurso abundan más cultismos que palabras patrimoniales. Mercurio y las personas que habitan el Parnaso son contraria a esta forma de hablar tan culta y cargante: “pero os advierto en caridad que tratéis de no hablarle en culto, ni le juguéis del vocablo, ni le digáis quisicosas ni garambainas, porque os mandara a tirar de un balcón (…) vuelvo a avisaros que si no dejáis esas gallardías de estilo, lo habréis de pasar muy mal, señor repentista”. Además de cultismos, se utilizan frases completas en latín sin motivo, lo que acrecienta la caracterización ridícula del personaje; por ejemplo: “-Sileo libenter-dijo el poeta-(…) pauperem pati”. Se llegan incluso a mezclar en una oración ambos idiomas (el castellano y el latín): “vaya con mil demonios, transeat, todo puede tolerarse”.

Sus parlamentos están repletos de exclamaciones que proporcionan solemnidad a situaciones que no la tienen; por ejemplo: “¡Qué variedad!”. Asimismo, encontramos un exceso de interrogaciones retóricas, que emplea el pedante no con un fin público o de mejora social, sino con la única pretensión de alabarse y destacar sobre el resto, que considera inferior:

¿Quién dirá que un hombre como yo, de tan exquisito mérito, de tan gigantes prendas, se ve menospreciado, burlado, desamparado, hambriento, oscurecido entre el vulgo, profanum vulgus, sin que un Maecenas atavis, magnánimo y liberal, le haga surgir del abismo de miserias en que desgraciadamente yace?

Además de la interrogación retórica, podemos ver en este ejemplo una oración demasiado larga y compleja, que resulta irritante y difícil de procesar. Abunda el tono lírico y melodramático (por ejemplo, “crudo amor que, como llevo dicho, vulneró mi corazón, he llorado desvíos, he manifestado inquietudes”) en un momento innecesario, en el que únicamente tiene que explicar el motivo de la pelea ocurrida poco tiempo antes.

Se llega incluso a recitar poemas que no guardan ninguna relación con tema tratado y que sólo consiguen enfurecer a los dioses (“Basta, basta -dijo Mercurio-, no me recitéis más versos, que esos pocos me han parecido detestables”). El rechazo de sus versos se debe a su oscuridad y su excesiva complejidad; sirva como ejemplo la respuesta del poeta sevillano Francisco de Rioja a su fragmento lírico: “Apolo nuestro amo no os llama aquí para que le declaméis versos tenebrosos”. Aquí se está poniendo de manifiesto la idea de la manipulación del lenguaje para ocultar la verdad. La argumentación del pedante se basa en el criterio de autoridad y no en la razón ni en la lógica. Frente a esto tenemos la retórica natural, que emplea el lenguaje para alcanzar la verdad. De hecho, la pedantería no es sólo un vicio del lenguaje sino que es también un vicio ético, ya que afecta a su moral. La claridad de estilo se asocia con la claridad moral. Como su estilo es turbio, oscuro y confuso, podemos deducir que se trata de un personaje de dudosa moralidad. Este recurso paródico lo emplea F. de Moratín frecuentemente en sus obras; sirva de ejemplo la caracterización lingüística de Hermógenes en la Comedia nueva o el Café: se trata de un personaje con una forma de hablar pedante que ha embaucado, valiéndose del retorcimiento del lenguaje y de expresiones inentendibles, a Don Eleuterio, Doña Agustina y Doña Mariquita. En cambio, Don Pedro, con una retórica natural y sencilla, no engaña a los personajes sino que los ayuda durante todo la obra (advierte a Don Eleuterio del fracaso de su obra y, cuando ya ha fracasado, le ayuda a solucionar su ruina económica, causada por el pedante).

La conducta del pedante está también exagerada para mostrarle como un personaje ridículo. El “poeta” es presuntuoso y soberbio: “Yo, que he comentado los Comentarios de Góngora”. Para mostrar su insolencia y falta de respeto se utiliza el modo imperativo en el diálogo con el dios Apolo. El pedante se atreve a mandar a un dios: “diréis que nosotros, los que tales obritas hicimos y haremos, no somos poetillas”. Se considera por encima de los demás, como si estuviera en una clase superior. Además, critica los oficios y el trabajo manual, considerando que son “indignas ocupaciones reservadas al ignorante vulgo”. Para comprender correctamente las implicaciones de estas palabras, tenemos que situarlas en el proceso de dignificación del trabajo que ocurre en el siglo XVIII. Se empieza a sentir admiración por la clase trabajadora. Así pues, el pedante, con sus palabras, muestra una mentalidad retrógrada y anticuada, contraria al progreso y la igualdad. El comportamiento del pedante produce en el resto desprecio y burla; sirva de ejemplo la reacción de Apolo y las Musas tras el inoportuno discurso en verso del pedante: “reventaba Apolo entre la indignación y la risa. Las Musas se tendían por los suelos, dando exorbitantes carcajadas”. Además, se caricaturiza al personaje mediante la comunicación no verbal, exagerando su kinésica y paralenguaje. Como ejemplos de exageración en los gestos y maneras

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