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De la fundación de nuestros juicios sobre nuestros propios sentimientos y Conducta y del sentido del deber

Enviado por   •  20 de Diciembre de 2018  •  1.320 Palabras (6 Páginas)  •  401 Visitas

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disgustado. Nos volvemos ansiosos por saber hasta qué punto nuestra apariencia merece

ya sea su culpa o aprobación. Examinamos a nuestras personas miembro por miembro, y

poniéndonos delante de un espejo, o por algún expediente,

nos esforzamos, en la medida de lo posible, por vernos a distancia y

ojos de otras personas. Si, después de este examen, estamos satisfechos con nuestro

apariencia, podemos apoyar más fácilmente los juicios más desventajosos

de otros. Si, por el contrario, somos sensibles a que somos los objetos naturales

de disgusto, cada aspecto de su desaprobación nos mortifica más allá de todo

medida. Un hombre que es tolerablemente guapo, le permitirá reírse de cualquier

poca irregularidad en su persona; pero todos esos chistes son comúnmente no soportables

a alguien que está realmente deformado. Es evidente, sin embargo, que estamos ansiosos

acerca de nuestra propia belleza y deformidad, sólo por su efecto sobre

otros. Si no tuviéramos ninguna relación con la sociedad, deberíamos estar

indiferente sobre cualquiera.

De la misma manera nuestras primeras críticas morales se ejercen sobre la

personajes y conducta de otras personas; y todos estamos muy avanzados para

observar cómo cada uno de estos nos afecta. Pero pronto aprendemos, que otras personas son

igualmente franco con respecto al nuestro. Nos preocupamos por saber hasta qué punto

merecen su censura o aplauso, y si a ellos debemos necesariamente

aparecen aquellas criaturas agradables o desagradables que nos representan. Nosotros

comenzar, por esta razón, a examinar nuestras propias pasiones y conducta ya

considerar cómo deben aparecer a ellos, considerando cómo

nos parecen si en su situación. Suponemos que somos los espectadores de nuestra

propia conducta, y tratar de imaginar qué efecto sería, en esta luz,

producir sobre nosotros. Este es el único espejo por el que podemos

medida, con los ojos de otras personas, escudriñar la propiedad de nuestro propio

conducta. Si en este punto de vista nos agrada, estamos tolerablemente satisfechos. Podemos ser

más indiferentes ante los aplausos y, en alguna medida, desprecian la

censura del mundo. asegurar que, por malinterpretado o mal interpretado,

somos los objetos naturales y apropiados de la aprobación. Por el contrario, si

dudamos de ello, estamos a menudo, por eso mismo, más ansiosos de

obtener su aprobación, y, siempre que no hayamos ya, como se dice, sacudido

las manos con infamia, estamos completamente distraídos ante los pensamientos

censura, que entonces nos golpea con doble severidad.

Cuando trato de examinar mi propia conducta, cuando trato de pasar

sentencia sobre ella, ya sea para aprobarla o condenarla, es evidente que, en

En tales casos, me divido, por decirlo así, en dos personas; y que yo, el

examinador y juez, representan un carácter distinto del otro I, el

persona cuya conducta es examinada y juzgada. El primero es el

espectador, cuyos sentimientos con respecto a mi propia conducta me

entrar en, poniéndome en su situación, y considerando cómo sería

me parece, cuando se ve desde ese punto de vista particular. El segundo es el

agente, la persona a quien me llamo debidamente, y de cuya conducta, bajo

el carácter de un espectador, yo estaba tratando de formar alguna opinión. los

primero es el juez; el segundo la persona juzgada de. Pero que el juez debe,

en todos los aspectos, ser lo mismo con la persona juzgada de, es tan imposible, como

que la causa debe, en todos los aspectos, ser la misma con el efecto.

Ser amable y ser meritorio; es decir, merecer el amor y

merecen la recompensa, son los grandes caracteres de la virtud; y ser odioso y

punible, del vicio. Pero todos estos personajes tienen una referencia inmediata a

los sentimientos de los demás. La virtud no se dice que sea amable, o para ser meritorio,

porque es el objeto de su propio amor, o de su propia gratitud; sino porque

excita esos sentimientos en otros hombres. La conciencia de que es el objeto

de tales respetos favorables, es la fuente de esa tranquilidad interior y auto-satisfacción

con la que se asiste naturalmente, como la sospecha de lo contrario

da ocasión a los tormentos del vicio. Qué felicidad tan grande

amado, y saber que merecemos ser amados? Qué tan grande miseria

ser odiado, y saber que merecemos ser odiados?

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