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Ensayo como una novela.

Enviado por   •  28 de Junio de 2018  •  3.215 Palabras (13 Páginas)  •  469 Visitas

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Otro obstáculo es cuando se mira la cantidad de hojas que contiene el libro, de esta manera Pennac menciona una experiencia común en la que,

El libraco cuenta exactamente con cuatrocientas cuarenta y seis. Da lo mismo decir quinientas. ¡Quinientas páginas! Si al menos hubiese diálogos. Pero qué. Páginas atiborradas de líneas comprimidas entre márgenes diminutos, párrafos negros apilados unos sobre otros, y, aquí y allá, la caridad de un diálogo –un guión, como oasis, que indica que un personaje le habla a otro personaje. Pero él no responde. ¡Sigue un bloque de doce páginas! ¡Doce páginas de tinta negra!...

Pennac con esta narración nos dibuja un libro aburrido, tedioso, éste imaginado como un bloque de letras a descifrar, como una carga. Pero ¿quién nos ha hecho verlo así? Quizá la escuela, quizá los profesores, ya que ha sido una tarea extraclase que no fue enriquecida con comentarios de gusto o disgusto, tampoco fue alimentada con discusiones, debates, mucho menos en un ambiente de placer. De igual forma porque quizá el proceso de aprendizaje de la lectura y la escritura se dio en un ambiente de imposición de sílabas al ton ni son, sílabas que no respetaron las hipótesis que el alumno ya se había hecho conforme iba descubriendo el mundo de las palabras. De esta forma, cómo no ver el libro como algo no grato. Pero, esto no significa que no se pueda transformar el sentimiento. Es aquí donde el profesor tiene que reconciliar lo que disgusta con la parte íntima del lector, el que escucha y el libro y, así dar paso a lo que Pennac posteriormente nos repite: “En lenguaje figurado un libro gordo es un ladrillo. Suelte esas amarras, el ladrillo se vuelve una nube”.

Convertirlo en una nube no únicamente por hacerlo ligero sino porque posee capacidad de apoyar a la vida al regar el agua en los pastizales ya secos, como una nube que al soltar la carga que trae consigo, refresca el ambiente caluroso, nos cobija bajo su sombra de un intenso rayo de sol. Un libro también puede ser nube al apoyarnos con algún problema de autoestima que se tenga, una esperanza al cual recurrir cuando se desconoce de algún tema y como el que mitiga la sed que se tiene de querer leer más y más.

Pero la escuela se empeña en solicitar informes para evaluar bimestres, trabajos y mostrarlos como productos finales, así, el autor menciona que “el alumno en el tráfico de informes de lectura, nosotros frente al fantasma de la repetición, el profesor de francés en su materia escarnecida… y ¡que viva el libro!”

Entonces, el enamoramiento no llegará solo, no llegará si vertimos la lista de libros que habrá que leer hacia el fin de curso, si se manda a llamar a los padres porque el alumno no lee, ya que al hacer esto, sólo se conseguirá que el alumno se dirija a las distintas páginas de internet donde puede encontrar síntesis que otros han hecho y han subido a los distintos blogs, comenzando el tráfico de información en donde existe plagio al no citar a los autores de esos resúmenes. Y quizá nosotros como docentes nos sintamos felices al recibir trabajos que no son de nuestro grupo.

Al contrario, mostremos que Kafka tuvo un padre como algunos de los nuestros, que los maltrataba tanto que en sus cartas mostraba su realidad. Busquemos que el alumno también se identifique con los diferentes actores del libro, que no sea únicamente protagonista de un informe, sino que se involucre con los personajes del texto y que de esta forma de una crítica posible, que lo relacione con su realidad, que mencione porqué está de acuerdo o en desacuerdo de lo que el autor le va platicando en la intimidad tan mencionada.

Hagamos un diálogo como el que Pennac describe constantemente y dejemos a un lado la falsa emoción de recibir plagios. Conozcamos la escritura del alumno para poder saber distinguir quién es el autor de los trabajos que entrega.

Formemos el inventario en grupo. Leamos fragmentos de libros en el grupo y que los alumnos ya incitados por la lectura, realicen sus reportes con un tipo autocontrol, ayudemos a que lo que no se formó en nosotros, sea un hábito para ellos y para nosotros y no caigamos en lo que Daniel nos menciona en su capítulo 29:

“Es un breviario, lo que recitan sus alumnos: ¡Hay que leer, hay que leer! La interminable letanía de la palabra educativa: Hay que leer… ¡cuando cada una de sus frases prueba que ellos no leen nunca!”

¿Quiénes son ellos? Pues nosotros los docentes, muchos aconsejamos a los alumnos que lean, pero ¿qué van a leer si ni nosotros leemos y tampoco les proporcionamos materiales para que lean? Cómo mencionar nuevamente la frase imperativa cuando la calidad moral de nosotros está por los suelos al tampoco ser lectores, mucho menos escritores de los distintos reportes que se les piden. Leamos porque quizá alguno de nuestros alumnos ya ha leído mucho más que nosotros.

Entonces, qué quiere decir Pennac cuando dice que,

La lectura, ¿acto de comunicación? ¡Otra buena broma de los comentadores! Lo que leemos lo callamos. El placer del libro leído casi siempre lo guardamos en el secreto de nuestros celos. (…) A veces es la humildad la que explica nuestro silencio. No la gloriosa humildad de los analistas profesionales, sino la conciencia íntima, solitaria, casi dolorosa, de que esta lectura, aquél autor, acaban, como se dice, de “cambiarme la vida.

Muchas lecturas a las que tenemos acceso nos hacen incluso debido a la forma en la que penetran nuestros sentidos, cambiarnos la vida y si no, por lo menos nos muestran una realidad en la que el libro es como un espejo que nos permite mirar lo que a simple vista no observamos cotidianamente. Un ejemplo de ello es en forma personal “Carta a una profesora” escrita por los alumnos de Barbiana, cuando termino de leer e incluso desde el proceso de inmersión a esa lectura, voy sintiendo en cada reclamo de cada estudiante, un reclamo hacia mí, cada acusación que realizaban me llegaba a mí como profesora y me preguntaba constantemente: ¿estaré haciendo lo mismo? entonces en ese momento existía un diálogo interior y a la vez un diálogo con el autor, de esa forma la lectura era un acto de comunicación ya que estaba tocando fibras sensibles de mi actuar profesional. En ese momento estaba cambiando mi vida. Al reaccionar, no podía plasmar todo ese diálogo en el escrito que se me pedía y únicamente planteaba algunas cuestiones generales del texto leído. Pero también en ese momento hacía efectivo mi derecho a quedarme callada después de haber leído el escrito. Un derecho que todo lector tiene, muchas veces por celos de la comunión que hubo entre

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