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Ensayo que como parte del curso de Literatura Latinoamericana

Enviado por   •  22 de Marzo de 2018  •  2.641 Palabras (11 Páginas)  •  684 Visitas

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Es una constante en Arguedas denunciar con cierta rabia la cobardía generalizada en los indios de sus historias. En Agua, por ejemplo, describe furiosamente esta actitud deleznable de los comuneros cuando huyen aterrados luego de ser amenazados por El principal. En Warmacuyay, el kutu simboliza no solo la cobardía sino el complejo de inferioridad que permite el abuso de los patrones: “-¡Mentira, Kutu, mentira! ¡Tienes miedo, como mujer!”. “¡Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles (…) pero era cobarde. ¡Indio perdido!”[6]. Ni la condición física del Kutu ni su fortaleza frente a lo desconocido cuentan cuando debiera hacer prevalecer su condición humana frente al patrón, al “misti”, al blanco.

Es revelador el hecho de que el autor recurra a la expresión “mujer” cuando señala la ausencia de temple en el carácter de sus personajes. Implícitamente, describe así la vulnerabilidad de ésta en su contexto, la imposibilidad de que ellas puedan defenderse de sus patrones y, más bien las muestre determinadas a entregarse a las urgencias de quienes tienen el poder. Se manifiesta en el cuento una marcada desigualdad de género que la encasilla en un rol meramente pasivo, vinculando así la opresión del indígena con el de la mujer.

Las relaciones de género en la sociedad gamonal revelan un orden jerárquico que subordina a la hembra, en razón de su condición sexual, al confinamiento doméstico o a la satisfacción carnal de sus patrones, negándole toda participación trascendental en el espacio social y público.

Warma Kuyay permite la posibilidad de reflexionar en términos simbólicos culturales sobre las relaciones entre los varones y mujeres: “Don Froylán la ha abusado, niño Ernesto”, “(…) Ahora le voy a hablar a Justina para que te quiera. Te vas a dormir otro día con ella ¿quieres, niño? (...)”[7]. El asumir como natural las horrendas situaciones que vive la mujer es una dimensión ideológica de las sociedades de clases, ya que establece que las relaciones de género están determinadas por el sexo y lo étnico por la raza. Si bien la primera división del trabajo y la primera clasificación social se dio a nivel de géneros sexuales, habría que precisar que la dominación colonial ha pervertido las relaciones entre los géneros y entre las etnias, negando a las mujeres y a los grupos étnicos su condición de sujetos.[8]

Por otro lado, Ernesto, el protagonista y alter ego de Arguedas, se encuentra atrapado entre dos mundos: se sabe superior al Kutu (“… su nariz aplastada, sus ojos casi oblicuos, sus labios delgados, ennegrecidos por la coca. ¡A ese le quiere!)[9] y, por extensión, aunque sin manifestarlo explícitamente, a la raza indígena. Se identifica, sin embargo, con su sufrimiento, se indigna frente al abuso del que son víctimas y, sobre todo se enamora de una de ellas. No obstante, tampoco pertenece al estrato que le correspondería por ser blanco: duerme con los indios y sueña como éstos. Además, odia a Froilán, el dueño de la hacienda, por lo que hizo con Justina, la india de la cual estaba enamorado. Y es precisamente en ella en quien han convergido los ideales de dos culturas representadas por quienes la pretendían.

Jaime Higgins[10] argumenta que en el Perú cualquier discusión de la heterogeneidad tiene necesariamente que abordar la cuestión del racismo, el cual ha sido quizás el mayor problema para la integración social, además de haber impedido la generación de la idea de nación. Ernesto, en Warma kuyay, es un personaje que, sin ambages, desprecia al indio: por su apariencia física, por su carácter débil, por su pusilanimidad. Es explícito el carácter segregador y racista del protagonista, aunque su complejidad (y ahí se manifiesta la categoría de la heterogeneidad) radica en que convive y se identifica con ellos.

El hecho de que José María Arguedas recurra a un narrador participante es un indicador de lo comprometido que se encuentra frente a la realidad que ha vivido en su infancia y que ha decidido novelar. De ese modo, permite que el lector se identifique con el punto de vista de un niño que vive las urgencias del despertar sexual y que, además, se siente parte de una cultura a la cual no pertenece.

La heterogeneidad, entonces, aparece, tal como señala Santiago López Maguiña, “como la manifestación simultánea de al menos dos puntos de vista contradictorios y contrarios. Son puntos que nunca llegan a amalgamarse”[11] y que en Warma kuyay no se resuelven en ningún ámbito. No existe en este texto, entonces, un discurso mestizo pues los puntos de vista que se encuentran en él suelen rechazarse.

Por otro lado, con la utilización de términos y nombres quechuas, con el calco de la sintaxis de ese idioma en los diálogos, lo mismo que con la constante y delicada descripción de la geografía así como con la utilización de referentes andinos en sus recursos literarios, José María Arguedas logra una nueva propuesta narrativa cuyo discurso difiere de las corrientes que predominaban en la década del treinta, que fue cuando creó Warma kuyay. No sólo eso: puede afirmarse, incluso, que se propone de ese modo una integración entre oralidad y escritura. Considérese que Cornejo Polar sostiene que la escritura “ingresa en los andes no tanto como un sistema de comunicación escrito, sino (…en un) horizonte de… (…) orden y de (…) autoridad, (…) como si su único significado (…) fuera el poder”. [12] Arguedas recurre al idioma que aprendió entre los indios para, a través de la escritura, manifestar la profundidad del paisaje andino, el significado de cada componente de la naturaleza (“ [… el Chawala] daba miedo por las noches; los indios nunca lo miraban a esas horas y en las noches siempre conversaban dando las espaldas al cerro.”), el significado y la belleza de los cantos quechuas (“Flor de mayo primavera, por qué no te libertaste de esa tu falsa prisionera.”) y, sobre todo, los presupuestos ideológicos de los habitantes (“Déjate, niño. Yo, pues, soy ‘endio’, no puedo con el patrón.).

Si bien, en un inicio, la escritura (y, por ende, el libro) se presentó como un medio de dominio que instauró un nuevo orden cultural en esta región, hoy, una vez asimilada por los habitantes de estas tierras (quienes luego de tantos entrecruzamientos aún mantienen marcados conflictos de identidad), la escritura viene tomando (¿a partir de Alegría, de Arguedas?) un sentido de reivindicación y de liberación. En la cultura andina, entonces, la presencia de la escritura introduce la heterogeneidad en los discursos, pero se trata de un conflicto “entre los modos de producción del sentido y aprehensión del mundo, intraducibles entre sí, extraños y ajenos. La escritura

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