La Comunicación y las Ciencias Sociales en América Latina: introducción
Enviado por klimbo3445 • 27 de Septiembre de 2018 • 2.738 Palabras (11 Páginas) • 419 Visitas
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En medio de ello, los estudios de Comunicación, desde los estudios semióticos y análisis del discurso, van dando cuenta de las diferencias entre hablar de información (bien público, lo que se transmite) y de comunicación (práctica sine qua non de la existencia de las sociedades); están ahora las investigaciones que dan cuenta de que la comunicación no puede ser pensada como un proceso lineal de emisor-mensaje-receptor y comienzan a trabajar sobre la relación entre todos los factores que intervienen en el proceso comunicacional, otorgando especial importancia al empoderamiento de los receptores/públicos/audiencias; a los modos en que la comunicación y los consumos son siempre una instancia de producción desde las propias lógicas y resignificaciones de los sujetos sociales.
Es en la década de 1980 que el campo de la Comunicación se constituye como tal: lo hace en medio de un mundo revuelto donde, al igual que el muro de Berlín, el orden social conocido hasta entonces estalla en fragmentos, y lo mismo sucede con las verdades absolutas, con la política, con la historia: al punto que se anuncia su muerte en pos del auge de los microrelatos, de las resistencias con minúscula a un mundo que, paradójicamente, comienza a ser racionalizado en las lógicas de un mercado de carácter neoliberal que comienza por excluir todo aquello que no se le adapte.
En este contexto, decíamos, es que se institucionaliza el campo de la comunicación: con ello hacemos referencia a que se crean escuelas, Facultades, líneas de investigación, etc. Para este momento, ya deben saber, hay una obra que sintetiza buena parte de los debates dentro del campo y nos invita a cambiar lugar de las preguntas, es la célebre "De los medios a las mediaciones” de Jesús Martín Barbero (1989) que condensa buena parte de los debates y las posiciones epistemológicas del campo de la comunicación y de la cultura.
Hasta aquí, la comunicación se había interrogado fundamentalmente por los medios, la información y los discursos: ésos eran nuestros objetos de investigación en un tiempo donde el lugar de la comunicación se debatía esencialmente entre los trabajos referidos a los informacionalismos y a los ideologicismos; pero insistimos, la pregunta central siempre estaba vinculada a los medios.
Esta historia nos muestra que los medios lejos de ser un espejo de la sociedad a la que pertenecen son actores sociales que inciden, disputan y negocian fuertemente por la instauración de unos sentidos o visiones de mundo. De allí que no pueden ser pensados como una cuestión de meras tecnicidades, ni mucho menos pueden ser sus discursos abordados desde una impoluta tradición semiótica desconoce la dimensión material y política de la comunicación.
Cambiar el lugar de las preguntas nos señala que debemos seguir mirando los medios de comunicación, pero especialmente en relación a los modos en que dialogan e interactúan con los procesos políticos, las industrias culturales y con las culturas masivas y populares. Para ello resulta clave comprender que la comunicación es siempre una práctica de poder desde donde se libran las batallas por los sentidos sociales, esos que estructuran los modos de pensar y de sentir. De allí que debamos aún enfrentar una serie de prejuicios, que según Jesús Martín Barbero (2015), impiden la producción de conocimiento crítico.
Entre estos principales prejuicios el autor señala primero aquel que tiene que ver con la creencia en que se pueden comprender los procesos comunicacionales abordando sólo a los medios, cuando éstos sólo pueden ser entendidos en relación a su participación y a las transformaciones en el espacio público; y uno segundo prejuicio que cuestiona la creencia de explicar los miedos contemporáneos en función del aumento de la violencia, criminalidad e inseguridad en las calles. Respecto de este último Martín Barbero indica que los miedos hoy se vinculan tanto más a la expresión de una angustia cultural que proviene de varios factores. De entre ellos, destaca la pérdida del arraigo colectivo en medio de un salvaje urbanismo que comercialmente avanza sobre las memorias colectivas, las historias y sitios familiares, de un lado; y del otro al modo en que la ciudad normaliza las diferencias, las conductas y los edificios erosionando las identidades colectivas, obturándolas, fragmentándolas y arrojándolas al vacío: de allí las angustias y los miedos... y el miedo al otro: a ese que se convierte en amenaza cuando no se logra descifrar. A partir de aquí, nos señala dos pistas para la elaboración de preguntas que se vinculan a pensar la ciudad como el espacio público que posibilita los intercambios culturales fuertes, espacio donde chocan las diferentes culturas, clases, géneros, etnias, edades, religiones; y la política como territorio de mediación estructural tanto de cómo es que comprendemos la ciudad y cómo es posible construirla.
En este punto, y entendiendo que la comunicación es una producción de sentidos y que la cultura es el espacio de disputa por tales visiones del mundo es que no resulta posible separarlas, y se instaura una línea de investigación que dará lugar a múltiples intervenciones de la comunicación en el mundo de los debates sociales, las ciencias y las políticas. Los estudios de la comunicación y la cultura engendran unos nuevos objetos en el campo que van a ser trabajados de manera interdisciplinaria, y ente estos objetos encontramos a las prácticas juveniles.
Es a partir sobre todo en las décadas de los ochenta y los noventa (entre el fin de las dictaduras en el Cono Sur y la instauración de matrices políticas neoliberales) que las prácticas juveniles son abordadas desde las Ciencias Sociales y la Comunicación, especialmente construidas desde lo que conocemos como perspectiva del deterioro, tras los genocidos simbólicos y materiales de las dictaduras, el hundimiento económico, política y cultural que dejó como herencia el Estado gestionador del terror, en medio de unas democracias incipientes. Tales enfoques narran a unos jóvenes apáticos, incapaces, perdidos, consumistas; y -aún sin quererlo- al construir conocimiento fragmentado (sin integrarlo con la historia social) sobre sus prácticas, contribuyen a unos discursos hegemónicos sobre la juventud que los desconoce como actores sociales y políticos, obtura su capacidad de agencia y los invisibilizan y/o estigmatizan.
El barro y la esperanza
Estas perspectivas del deterioro para pensar a las juventudes se inscribe en una matriz de pensamiento liberal que cuenta con determinadas implicancias sociopolíticas respecto de las prácticas que allí se abordan. Sin embargo, rompiendo los límites de la matriz
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