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Novela, Capítulo I “La niña que perdí en el circo” de Raquel Saguier

Enviado por   •  12 de Octubre de 2018  •  3.349 Palabras (14 Páginas)  •  3.962 Visitas

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Se ven en los recuerdos que tiene de la niña. Juega con las tristezas le da mil formas, así acorta las horas.

13- ¿Cómo eran los ojos de la niña? ¿Qué decía la gente de ellos?

Sus ojos eran enormes. La gente siempre decía que era como si estuviera viendo mucho más cosas que el resto.

14- ¿Cómo era su madre?

Una mujer joven, de ojos verdes.

15- ¿Por qué envidiaba el sueño de sus hermanas?

Estoy ahí, escuchándolas dormir y envidiando sus sueños. Casi me parece mentira que ellas puedan dormir tanto yo espío la llegada detrás de un par de ojos que esperan despiertos alertas, vigilando el reloj de la mesita, comiéndose la oscuridad.

16- ¿Por qué se le agrandaron los ojos?

Se le agrandaron tanto los ojos por comer noche.

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19- ¿Por qué ella ansiaba quedarse en la niñez?

Porque en su niñez era feliz.

20- ¿Por qué el hoy no olvida el ayer? ¿Cuándo es más fuerte el recuerdo?

Porque aún se queda con los recuerdos de su niñez. Especialmente cuando llueve.

21- ¿Qué pasó con su niñez? ¿Por qué?

Se apagó súbitamente. Porque alguien la empujo, se le resbaló sin quererlo y cayó al suelo haciéndose añicos.

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Figuras Literarias.

Metáfora:

- Mi memoria se ha puesto flaca.

- Ni el verde tan lindo de la madre.

Comparación:

- Me enseño a pelar el asado de tira como si fuera una banana.

- Tan relajante como un baño de agua tibia.

Personificación:

- Entonces cuando me duele la lluvia.

- Aún me dañan los relojes.

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Extrae del texto

1- Párrafo donde se relate etapas vividas durante la niñez:

No tuve más ganas de jugar con ella al descanso ni a la tiquichuela ni al un-dos-tresmiro.

2- Etapas de la vida adulta:

A mí se me han aburrido ligeramente los pasos de caminar, se me gastaron las suelas, pero aún estoy viva y al parecer, sigo entera.

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Conclusión

La realización de este trabajo resulto divertida y no tan complicada, ya que gracias a mis conocimientos básicos de análisis de obras literarias fue más sencilla la realización de dicho trabajo.

Gracias a este trabajo he afianzado mas mis conocimientos acerca de el análisis de obras literarias, también he aprendido más acerca de nuestra compatriota Raquel Saguier, su historia y muchas de sus obras.

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Primer capítulo: La niña y yo somos distintas. Ella permanece tal cual la dejé hace tiempo, obstinadamente niña, rubia, quieta y como fragmentada a veces. En cambio a mí se me han aburrido ligeramente los pasos de caminar, se me gastaron las suelas, pero aún estoy viva y al parecer, sigo entera. Somos distintas la niña y yo y sin embargo, tan parecidas. Hay mucho de su forma de mirar en mis ojos y traje conmigo algunas de sus tristezas. Eran tristezas que le quedaban enormes de grande, que le colgaban como si fueran prestadas, por eso las traje.

Ahora sé que son tristezas tercas, en vano traté de cambiarlas por dicha más tarde; no me aceptaron la oferta. Prefirieron quedarse como estuvieron siempre, sin exigirme otra cosa que algún lugar donde encerrarse. Les di el último cuarto del fondo y de vez en cuando aprovechan la mínima rendija que les dejo abierta para salir, se me escapan en largas filas, y es entonces cuando me duele la lluvia, o el crepúsculo destruyendo a una tarde o el domingo en las calles del centro.

Por suerte tuve tiempo de traerme también su alegría, su espíritu travieso, su risa fácil, por cualquier tontería. Me hace un bien enorme escucharla reír a esa niña, me siento sana otra vez, me limpia.

Fue precisamente la niña quien me enseñó a reír con los ojos, sin que la boca participara del juego y gracias a ella aprendí que pasando por las sucesivas etapas del ahogo, las toses y el asma, uno se puede llegar a morir de risa.

Traje muchas de sus travesuras en mis rodillas, y en más piernas su torpeza con los árboles, y hasta se vino escondida entre rulitos, una horrible cicatriz de viruela. Cuando la descubrí en mi frente, era ya muy tarde para sacarla y allí me quedó y envejeció conmigo.

Conservo uno de sus juguetes, el que más quería. Aquella mutilada muñeca negra que rescaté del lejano basurero una tardecita, después de asegurarme que no había husmeando ningún espía. Le faltan dos o tres dedos, es cierto, y tiene la nariz pelada a causa de un tonto accidente de trenes, que eran dos sillas de mimbre siamesas por la espalda. A pesar de todo, yo la sigo viendo entera y eso me basta.

Mucho antes que Sor Margarita, ella fue mi primera maestra y yo apenas una alumna desatenta. Desde la falda del abuelo me enseñó a pelar el asado de tira como, si fuera una banana y a soplar y soplar la sopa que a menudo llegaba hirviendo, y a revolver rincones ocultos para descubrir secretos. Y una cosa importante: que no existe mejor terapia contra los nervios, que el comerse las uñas cuando se plantea la crisis. Comprobé cuán cierto era, tan relajante como un baño de agua tibia.

En parte la niña fue cruel conmigo. Me obligó a traer en los oídos el reloj que golpeó su madurez prematura noche tras noche, en que la ausencia del padre y el desvelado insomnio de la madre se medían con la repetición de las horas, y éstas tardaban casi tanto en pasar como tardaba la angustia y se estiraba la espera. Aún

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