Taller de COMUNICACIÓN ORAL y ESCRITA
Enviado por klimbo3445 • 22 de Abril de 2018 • 10.937 Palabras (44 Páginas) • 475 Visitas
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Las razones del espanto imponen que los empleados de una biblioteca odien los libros.
Frasquelli suele echar a los lectores cuando están ingresando a la primera de las puertas de acceso a la biblioteca. Pero Frasquelli los mira con odio, apretando los puños, y vuelve a gritar: fuera, está cerrado, hoy no vino nadie. Y los empuja. Muchos se van, no vuelven. Pero hay quienes ponen el pecho a la violencia, se atreven a traspasar esa puerta y las otras, con el viejo gritándoles en la nuca.
SIETE
Walter es petiso, feo, bigotudo. Es el único empleado en la oficina que usa corbata, saco, camisa de seda. Siempre quiso ser policía pero fracasó en las tres o cuatro oportunidades en las que intentó ingresar en esa institución.
Frasquelli le asigna el trabajo duro en la biblioteca: impedir que los lectores más audaces, más fuertes, atraviesen la última puerta. Son siete las puertas que deben sobrepasar para llegar a la sala de lectura. Walter los confunde indicándole un falso camino, o los invita a ingresar por una puerta pequeña que desemboca en plena calle, peligrosísima, poblada de lectores perdidos, que se empujan unos a los otros.
Pero los que logran sobreponerse al disgusto y a los peligros, y regresan a la puerta principal se encuentran con la furia de Frasquelli, y la apatía de Walter.
Deja un falso teléfono, sin línea, se acerca al lector. No insista, dice, conteniendo la voz, hoy estamos cerrados.
OCHO
Que el lector de esta novela sepa que otros muy pocos lectores vencen el cerco, entran en la sala de lectura.
Se topan con el semblante opaco de Mónica o con la hilaridad idiota de Eugenia. O con Basilio Bartel sentado en la silla de madera. O con el jefe leyendo con los ojos cerrados, roncando sin que nadie se dé cuenta.
Algunos lectores ingresan sudorosos, las ropas descocidas. Mónica odia encontrarse con ellos. Se refugia en su escritorio, escucha una emisora para adolescentes donde se difunden esos mensajes de amor, esperanza y canciones al tono. Pero ella pasó los cuarenta, nunca tuvo novio, o si tuvo, esa experiencia nunca dejó huella en su espíritu.
NUEVE
La mujer y el hijo de Basilio suelen dormir poco. A las siete en punto ella se levanta. Se ducha, prepara el mate y toma uno. Despierta al chico, toma otro mate. Le calienta la leche, toma el último mate y a las ocho en punto, salen.
La mujer deja a su hijo en la guardería. La espera el trabajo que la mantendría ocupada el resto del día.
Horas después Basilio se despierta, de mal humor. Se viste con el mismo jeans y la misma camisa del día anterior. Las medias las conserva, nunca acostumbró a dormir descalzo.
Renueva el mate que había empezado, temprano, su mujer. Después, sale a l tarde, a la calle, a toparse de jeta con el maldito día.
DIEZ
Se conocieron y empezaron esa relación hace casi una década, Basilio y su mujer, pero vivían juntos desde que ella quedó embarazada.
Ella se instaló en el departamento que Bartel alquila desde que se mudó a la ciudad.
En la biblioteca, en una tarde de octubre, se vieron por primera vez. A ella y a otras dos bibliotecarias les habían contratado para llevar adelante la información. La idea que tenían las autoridades era la de reemplazar las viejas máquinas de escribir por viejas computadoras, para informatizar el proceso de catalogación y clasificación. Ese proyecto, apenas, duró veinte días. Luego de ponerlo en marcha, dando curso a toda clase de campañas de publicidad, descubrieron, a la hora de preparar las liquidaciones, que el dinero destinado tan sólo alcanzaría para pagar los sueldos del veinticinco por ciento del personal, además, se sumó un malentendido con las empresas que se habían comprometido a donar las máquinas. En lugar de cuatro máquinas, se ofrecieron dos o una y era difícil ponerlas a funcionar.
ONCE
Terminaron siendo trece días, si descontamos los fines de semana y un feriado, Basilio y la bibliotecaria entablaron un diálogo que continúa todavía. Ella contaba acerca de su vida en la periferia de la ciudad, de sus padres y hermanos. Él se refería a su vida en la ciudad, a lo que estaba leyendo, a lo que tenía ganas de leer.
Cuando el trabajo acabó, Basilio sintió que algo había terminado para siempre y se le secó el paladar, se le gastaron las palabras. Se despidieron con un beso rápido en la mejilla.
Varias semanas después estuvieron listos los cheques y volvieron a verse. Basilio no había observado, en las trece tardes anteriores, que el cuerpo de la chica despertaba en él un deseo creciente de apropiación.
Basilio y la bibliotecaria, revolcándose en una cama ancha, dejando que lenguas, salivas, manos, vientres y sexos se entrelacen, en una comunicación de deseos y sentimientos.
DOCE
Una mañana ella llamó por teléfono a la casa de Bartel, y le contó que había ido a ver un trabajo y que le quedaba tiempo libre que podía compartir con él.
Venite, contestó Basilio y le dictó la dirección.
Tomaron mate, hablaron de libros, amigos, trabajos, hasta que el diálogo se agotó.
Cuando la conversación cayó en un pozo de silencio, él dijo vení, Sentate acá. Y ella fue. Se sentó. Abrazáme. Y ella lo abrazó, sus cuerpos duros, en tensión. Y ella ofreció los labios, cerrados.
Fueron desnudándose casi sin darse cuenta, y al verse completamente desnudos se metieron bajo las sábanas y probaron un acercamiento de los sexos hasta que pudieron quedarse quietos.
Luego, se vistieron, sin mirarse, y salieron a la calle apretados de la mano, sin saber qué pasaría después.
TRECE
Nadie sabe cuál es el objetivo del jefe al llegar cada día una hora antes del horario fijado.
Está claro que no lo hace para adelantar trabajo. Sus actividades son pocas, es cierto. Cuando los demás llegan lo encuentran paseándos4e por la sala, la pipa humeando, los ojos casi cerrados, la cabeza gacha, las manos en la espalda.
La primera
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