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Yo, aunque era un niño, noté que «aquella palabra» se refería a mi hermanico, y dije para mí: «¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!».

Enviado por   •  15 de Junio de 2018  •  3.360 Palabras (14 Páginas)  •  454 Visitas

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Jamás conocí un hombre tan avariento y mezquino, moría de hambre y no me daba lo necesario para comer.

Si con mi ingenio y habilidad no me hubiera sabido remediar, muchas veces me habría muerto de hambre; pero a pesar de su saber y astucia yo le engañaba de tal forma que casi siempre me llevaba lo mejor. Para esto le hacía burlas endiabladas, en mi favor y en contra.

Él traía el pan y todas las otras cosas en una talega que cerraba con una argolla de hierro y un candado con llave y al meter y sacar todas las cosas lo hacía con gran vigilancia y lo contaba todo tanto que no había hombre en todo el mundo capaz de quitarle una migaja. Yo tomaba la miseria que él me daba, la cual en menos de dos bocados era despachada.

Después que cerraba el candado y pensando que yo estaba haciendo otras cosas, yo descosía una costura de la talega y por allí sangraba(robaba) la avarienta talega, sacando buenos pedazos de pan, torreznos y longaniza y después lo cocía para que no se diera cuenta del robo.

Yo le sisaba(11) y hurtaba todas las medias blancas(monedas de la época ) que podía y cuando le mandaban rezar y le daban una blanca, como él no veía la recogía y me la llevaba a la boca donde tenía una media blanca preparada y rápidamente la cambiaba. Se quejaba el ciego, porque al tocar la moneda conocía y sentía que no era blanca y decía:

- ¿Qué diablos, desde que estás conmigo sólo me dan medias blancas y antes muchas veces me pagaban con una blanca o un maravedí? En ti debe estar esta desdicha.

Entonces él acortaba el rezo y no acababa la oración, porque me tenía mandado que en cuanto se fuera el que la mandaba rezar, le tirase de la capucha de la capa. Yo así lo hacía. Luego él volvía a dar voces, diciendo:

- ¿Mandan rezar tal y tal oración?

Colocaba junto a él 1 jarro de vino cuando comíamos y yo rápidamente lo tomaba y le daba un par de besos callados(tragos) y lo dejaba en su sitio. Pero duró poco porque se percató la falta y por reservar su vino a salvo nunca soltaba el jarro, siempre lo tenía por el asa sujeto. Pero yo metía una paja larga de centeno en la boca del jarro, chupando el vino y lo dejaba a buenas noches(vacio). Pero creo que se dio cuenta y desde ahí colocaba su jarro entre las piernas y lo tapaba con la mano y bebía seguro. Yo, como estaba hecho al vino, moría por él y viendo que aquel remedio de la paja ya no me valía, hice un agujero en el suelo del jarro y taparlo con cera y a la hora de la comida, fingiendo tener frío, me colocaba entre las piernas del ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos y al calor de ella se derretía la cera y comenzaba el jarro a destilarme vino en la boca, la cual yo ponía no perdiéndose ni una sola gota. Cuando el ciego iba a beber, no hallaba nada: se espantaba y maldecía no sabiendo qué podía ser.

- No diréis que lo bebo yo-le decía-, pues no lo soltáis de la mano.

Tantas vueltas y tientos dio al jarro que halló el agujero. Pero disimuló como si no se percatara y al día siguiente, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara hacia el cielo, un poco cerrados los ojos para saborear mejor el licor, sintió el ciego que era hora de vengarse y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, lo dejó caer sobre mi boca, ayudándose de todo su poder, de manera que yo que estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, me había caído encima. Con el golpe perdí el sentido y el jarrazo tan grande, que los pedazos se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes y me quebró los dientes.

Desde aquella hora quise mal al mal ciego y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que había disfrutado del cruel castigo. Me lavó con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho y sonriéndose decía:

- ¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da salud.

Ya que estuve medio bueno de mis negros cardenales, decidí dejar al ciego; pero preferí hacerlo cuando más me interesara. Y no podía perdonarle el jarrazo por el mal trato que desde entonces me daba que sin causa ni razón me hería, dándome coscorrones y tirones del pelo. Y si alguno le preguntaba por qué me trataba tan mal, le contaba lo del jarro, diciendo:

- ¿Pensaréis que este mi mozo es algún inocente? No creo que el demonio inventara otra hazaña peor.

Santiguándose los que lo oían, decían:

- ¡Mira, quien pensara de un muchacho tan pequeño tal ruindad!

Y reían mucho lo que contaba y le decían:

- Castigadlo, castigadlo, que Dios os lo premiará.

Y él con aquello nunca otra cosa hacía. Y en esto yo siempre le llevaba por los peores caminos y a propósito, por hacerle mal y daño: si había piedras, por ellas, si lodo, por lo más alto; que me alegraba a mí quebrarme un ojo por quebrarle dos al que ninguno tenía. Con esto con la garrota me pegaba en el cogote, el cual siempre traía lleno de chichones y aunque yo juraba no hacerlo con malicia, sino por no hallar mejor camino, el ciego no me creía: tal era el sentido y el grandísimo entendimiento(inteligencia) del traidor.

Cuando salimos de Salamanca nos dirigimos a tierra de Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque no muy limosnera. Se arrimaba a este refrán: «Más da el duro que el desnudo»(17).

Donde hallaba buena acogida y ganancia, nos deteníamos. Donde no, al tercer día nos íbamos.

Sucedió que llegando a un lugar que llaman Almorox, estaban recogiendo uvas y un vendimiador le dio un racimo en limosna y como suelen ir los cestos maltratados y también porque las uvas en aquel tiempo están muy maduras, al echarlas a la talega se deshacían. Decidió hacer un banquete, por no poderlas llevar, más que por contentarme que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Nos sentamos en una valla y dijo:

- Ahora quiero yo usar contigo de una liberalidad y es que ambos comamos este racimo de uvas y que tengas de él tanta parte como yo. Lo repartiremos de esta manera: tú picaras 1 vez y yo otra. Pero me prometes no tomar cada vez más de una uva, yo haré lo mismo hasta que lo acabemos y de esta manera no habrá engaño.

Hecho así el acuerdo, comenzamos tomando las uvas de una en una, mas el traidor cambió de propósito y comenzó a tomar las uvas de 2 en 2, considerando que yo debería hacer lo mismo. Pero yo no me contenté con hacer

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