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Filosofía de la existencia

Enviado por   •  24 de Diciembre de 2018  •  2.132 Palabras (9 Páginas)  •  299 Visitas

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Lo complejo y lo grandioso a la vez, de la existencia humana, es que al mismo tiempo que el hombre lucha por conquistar su libertad, debe hacerlo ejerciéndola. De esta manera, es importante aclarar que la libertad no es el libre albedrío. En sentido estricto el libre albedrío no existe, pues cualquier elección que hace el hombre siempre es motivada. En sentido profundo, el hombre que realiza su vocación personal, no realiza una simple elección, más allá solo comprende que es libre en el proceso de su “realizando”. La libertad como ya hemos dicho no es simple poder elector, sino sobre todo es poder creador. La vida de un hombre encuentra en la libre aceptación de su vocación el sentido que la convierte en fuente de alegría y profunda exaltación de la propia existencia.

El hombre que realiza su vocación acepta la responsabilidad de hacer de su existencia algo grande, digno y verdadero. Y aún más se siente responsable y corresponsable de las libertades de los otros y hasta del universo entero.

Toda elección existencial concluye en un compromiso y este sólo adquiere esa dimensión cuando el hombre esta en relación con otro hombre. Cuando elegimos, ese mismo acto nos compromete con nosotros y con los demás. El compromiso hace posible la vida personal e interpersonal, pues en un sentido ontológico sólo se compromete aquel que ha reconocido su “yo y su situación”, y que en ese proceso ha reconocido en los “otros y su situación” su alter ego.

El hombre comprometido acepta todos los riegos de su elección, y es que cada elección encierra un riesgo. De hecho, la existencia del hombre es un continuo riesgo, no hay nada seguro en su devenir, excepto su finitud, su muerte. Es así como su existencia cobra autenticidad en la misma proporción que la asume como un riesgo continuo. “¡Cuán aburrida y desprovista de intensidad trágica sería la existencia humana a la que le fuera concedido conocer por adelantado su desenlace definitivo!” (Lepp., 1962, pag. 159). Aquí es importante reconocer la diferencia entre la conciencia de finitud y el saber el cómo de tal evento. De esta forma cobra más realce el comprender que la felicidad del hombre esta en el proceso de vivir la vida y no en las metas.

Esta situación de “vivencia en la incertidumbre” obliga al ser humano a vivir enraizando su espíritu en la humildad, y la esperanza. Gabriel Marcel ha profundizado en este renglón y su filosofía es una filosofía de la esperanza para el hombre angustiado de nuestro tiempo. Ve en la desesperación la soledad del hombre de hoy, pero al mismo tiempo, concibe la apertura del ser al “nosotros” como el factor que conforma al hombre en lo que es, y lo devuelve a sí mismo en su serena y tranquila esencia difícil de conquistar, inquietante en su realización, pero que lo aleja de la angustia existencial. Esta semblanza de Marcel, nos lleva a distinguir a la vida del hombre como una intensa y constante tensión entre la angustia y la esperanza. Por ello, el ser humano necesita de una fuerza que lo impulse a tomar su camino, que le otorgue a su interior el valor que le permita mantener su espíritu en todo lo alto, con el afán de no decaer ante las dificultades, la incertidumbre, las contradicciones. Tal fuerza solamente puede ser la pasión. Es en el corazón del hombre donde se encuentran las verdaderas raíces de su acción. Pascal lo intuyó y nos legó una gran sabiduría al afirmar, por medio de lo que él llamó “espíritu de finura”: “Hay que conocer las razones del corazón”. También nos lo hizo saber A. De Saint-Exupéry en boca del “zorro”, que le regala al “Principito” su secreto diciéndole: “Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. No es que nuestra dimensión racional sea ciega, más bien es parcial, a diferencia del corazón que es holístico. Las existencias auténticas sólo pueden serlo en la medida que “se dejan llevar” por el “flujo de la pasión” que se instala en lo más profundo del corazón de los hombres y que lo mantiene en el andar del camino aún no andado.

La realización del ser humano tiene una multidimensionalidad que curiosamente se concreta en forma única e irrepetible en la personalización del mismo hombre. Es un ser que piensa, que siente, que ama, pero, además está consciente de que piensa, de que siente, de que ama. Esta cualidad de ser consciente lleva al hombre sus cuestionamientos más profundos sobre su ser, la vida y su existencia. Es requisito indispensable del existente auténtico. Pero paradójicamente, es en la conciencia de su finitud (única certeza que posee) donde descubre la necesidad de vivir plenamente. La muerte representa para el hombre el último acto de vida, del cual no puede evadirse. A la vez, significa la razón por la cual debe hacer de su existencia una plenitud total, que solamente se logra en la autenticidad de la vida personal.

Heidegger afirma que el hombre es un “ser para morir”, y convierte esta reflexión en la línea básica de su analítica existencial. Nos dice que la existencia auténtica asume la angustia ante la muerte, mientras que la inauténtica trata de eludirla e ignorarla. No obstante, en la perspectiva del filósofo alemán se puede “leer” que la muerte es para el ser el fin, es decir, el “no ser”. Esta apreciación desvirtúa en buena medida la cualidad de trascendencia del hombre, pues cualquier vida, acción o existencia, sólo sería medianamente trascendente al estar condenado a una finitud irremediable y estéril.

En contrasentido Ignace Lepp nos ofrece el sentido más amplio de la conciencia de la muerte, y nos afirma que nuestra vida en el tiempo no es una preparación para la muerte, sino un principio de la vida eterna. En esta percepción, la vida es una oportunidad integral para la trascendencia total. La plenitud de nuestra existencia esta en proporción de su autenticidad. Más que prepararnos para la muerte, hay que prepararnos para la vida.

La conciencia de la muerte debe servirle al hombre como el umbral transitorio que nos predisponga al disfrute y desarrollo pleno de nuestra existencia más personal, más auténtica. La conciencia más amplia de nuestra vida para la trascendencia más plena hacia la eternidad.

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