Guion conjetural en la páctica.
Enviado por karlo • 29 de Mayo de 2018 • 1.758 Palabras (8 Páginas) • 492 Visitas
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adopción a los reyes de Corinto. Al crecer, Edipo consultó, a su vez, el oráculo de Delfos,
quien le reveló su cruel destino. Creyendo que sus padres eran los reyes de Corinto, huyó
camino a Tebas, en donde, paradojalmente, daría cumplimiento a la maldición: mata a
Laio, se casa con Yocasta, su verdadera madre, con la cual engendra una amplia progenie.
Al final, se entera de la verdad y, desesperado, se arranca los ojos.
Dentro del mismo ciclo, tenemos la tragedia Antígona del mismo Sófocles. A continuación, podrás leer un fragmento de esta tragedia:
Escena primera
Antígona: ¡Oh Ismene, mi propia hermana, de mi misma sangre!, ¿acaso sabes cuál de las desdichas que nos vienen de Edipo va a dejar de cumplir Zeus en nosotros mientras aún estemos vivas? Nada doloroso ni sin desgracia, vergonzoso ni deshonroso existe que yo no haya visto entre tus males y los míos. Y ahora, ¿qué edicto es éste que dicen que acaba de publicar el general para la ciudad entera?
(…)
Ismene: ¿Qué ocurre? Es evidente que estás meditando alguna resolución.
Antígona: Pues, ¿no ha considerado Creonte a nuestros hermanos, al uno digno de enterramiento y al otro indigno? A Eteocles, según dicen, por considerarle merecedor de ser tratado con justicia y según la costumbre, lo sepultó bajo tierra a fin de que resultara honrado por los muertos de allí abajo. En cuanto al cadáver de Polinices, muerto miserablemente, dicen que, en un edicto a los ciudadanos, ha hecho publicar que nadie le dé sepultura ni le llore, y que le dejen sin lamentos, sin enterramiento, como grato tesoro para las aves rapaces que avizoran por la satisfacción de cebarse.
Dicen que con tales decretos nos obliga el buen Creonte a ti y a mí (…) Que el asunto no lo considera de poca importancia; antes bien, que está prescrito que quien haga algo de esto reciba la muerte por lapidación pública en la ciudad. Así están las cosas, y podrás mostrar pronto si eres por naturaleza bien nacida, o si, aunque de noble linaje, eres cobarde.
Ismene: ¿Qué ventaja podría sacar yo, oh desdichada, haga lo que haga, si las cosas están así?
Antígona: Piensa si quieres colaborar y trabajar conmigo.
Ismene: ¿En qué arriesgada empresa? ¿Qué estás tramando?
Antígona: Si, junto con esta mano, quieres levantar el cadáver.
Ismene: ¿Es que proyectas enterrarlo, siendo algo prohibido para la ciudad?
Antígona: Pero es mi hermano y el tuyo, aunque tú no quieras. Y, ciertamente, no voy a ser cogida en delito de traición.
Ismene: ¡Oh temeraria! ¿A pesar de que lo ha prohibido Creonte?
Antígona: No le es posible separarme de los míos.
Ismene: ¡Ay de mí! Acuérdate, hermana, cómo se nos perdió nuestro padre, odiado y deshonrado, tras herirse él mismo por obra de su mano en los dos ojos, ante las faltas en las que se vio inmerso. Y, a continuación, acuérdate de su madre y esposa –las dos apelaciones le eran debidas—que puso fin a su vida de afrentoso modo, con el nudo de unas cuerdas. En tercer lugar, de nuestros hermanos, que, habiéndose dado muerte los dos mutuamente en un solo día, cumplieron recíprocamente un destino común con sus propias manos.
Y ahora piensa con cuánto mayor infortunio pereceremos nosotras dos, solas como hemos quedado, si, forzando la ley, transgredimos el decreto o el poder del tirano. Es preciso que consideremos, primero, que somos mujeres, no hechas para luchar contra los hombres, y, después, que nos mandan los que tienen más poder, de suerte que tenemos que obedecer en esto y en cosas aún más dolorosas que éstas.
Yo por mi parte, pidiendo a los de abajo que tengan indulgencia, obedeceré porque me siento coaccionada a ello. Pues el obrar por encima de nuestras posibilidades no tiene ningún sentido.
Antígona: Ni te lo puedo ordenar ni, aunque quisieras hacerlo, colaborarías ya conmigo dándome gusto. Sé tú como te parezca. Yo le enterraré. Hermoso será morir haciéndolo. Yaceré con él al que amo y me ama, tras cometer un piadoso crimen, ya que es mayor el tiempo que debo agradar a los de abajo que a los de aquí. Allí reposaré para siempre. Tú, si te parece bien, desdeña los honores a los dioses.
Ismene: Yo no les deshonro, pero me es imposible obrar en contra de los ciudadanos.
Antígona: Tú puedes poner pretextos. Yo me iré a levantar un túmulo al hermano muy querido
(…)
Antígona: (…) Así que deja que yo y la locura, que es sólo mía, corramos este peligro. No sufriré nada tan grave que no me permita morir con honor.
Ismene: Bien, vete, si te parece, y sabe que tu conducta al irte es insensata, pero grata con razón para los seres queridos
Sófocles: Antígona. Trad. Assela Alamillo. Madrid: Gredos, 1986.
Preguntas de comprensión de lectura:
-. ¿Cuáles son las leyes que entran en pugna en este fragmento?
-. ¿Cuál crees tú es la diferencia esencial entre Antígona e Ismene?
-.¿Qué problemáticas hubiese podido enfrentar Antígona si su tragedia se hubiese enmarcado en la época contemporánea?
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