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Tratado Sobre Sentimientos Humanos

Enviado por   •  23 de Abril de 2018  •  17.161 Palabras (69 Páginas)  •  378 Visitas

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es una melancolía.

Esto, sin embargo, no se sostiene universalmente o con respecto a todas las pasiones. Hay pasiones que excitan a las expresiones de simpatía (empatía) sin fortaleza, pero antes de que estén familiarizados con lo que dio ocasión a ellos, tienden más bien a provocar disgusto de nosotros contra ellas. El comportamiento furioso de un hombre enojado es más probable que nos exaspere contra el mismo que contra sus enemigos. Como estamos familiarizados con su provocación, no podemos traer a su caso a nosotros mismos, ni concebir cualquier cosa como las pasiones que suscita. Pero vemos claramente cuál es la situación de aquellos con quienes él está enojado, y a la violencia que puede estar expuesto a partir de enfurecer tanto a un adversario. Estamos dispuestos, por lo tanto, a simpatizar con su miedo o resentimiento, y de inmediato dispuestos a tomar partido contra el hombre que parece estar en tanto peligro.

Si las apariencias de pena y alegría nos inspiran con algún grado las emociones, es porque nos sugieren la idea general de alguna buena o mala fortuna que ha caído sobre la persona en quien observamos: y en estas pasiones esto es suficiente para tener algo de influencia sobre nosotros. Los efectos de la pena y la alegría terminan en la persona que siente esas emociones, las exprese o no, como las de resentimiento, nos sugieren la idea de cualquier otra persona para quien se trate, y cuyos intereses son opuestos a los suyos. La idea general de buena o mala fortuna, por lo tanto, crea cierta preocupación por la persona que se ha metido con él, pero la idea general de la provocación no despierta ninguna simpatía por la ira del hombre que la ha recibido. La naturaleza, al parecer, nos enseña a ser más reacios a entrar en esta pasión, y, seguir informados de su causa, que más bien dispuestos a participar en su contra.

Incluso nuestra simpatía (empatía) con el dolor o la alegría ajena, antes de ser informados de la causa de cualquiera de ellas, siempre es muy imperfecta. Lamentaciones generales, que expresan nada más que la angustia de la víctima, crea una curiosidad por investigar su situación, junto con una disposición a simpatizar (empatizar) con ella, que cualquier simpatía (empatía) real que es muy sensible. La primera pregunta que nos hacemos es: ¿Qué te ha sucedido? ’Hasta que sea respondida. Estaremos incómodos, tanto por la vaga idea de su desgracia, y más aún de torturarnos a nosotros mismos con las conjeturas acerca de lo que es, sin embargo, nuestra simpatía (empatía) no es muy considerable.

La simpatía (empatía), por lo tanto, no se presenta tanto desde el punto de vista de la pasión, a partir de la situación que lo provoca. A veces sentimos por el otro, una pasión de la que él mismo parece ser completamente incapaz, porque cuando nos ponemos en su caso, la pasión surge en nuestro pecho de la imaginación, aunque no de su realidad. Nos ruboriza la desvergüenza y la rudeza del otro, aunque él mismo no parece tener conciencia de lo impropio de su comportamiento, porque no podemos evitar la sensación de confusión que con la que deberíamos estar cubiertos, si nos hubiéramos comportado de una manera tan absurda.

Como todas las calamidades a las que la condición de la mortalidad expone a la humanidad, la pérdida de la razón aparece en los que tienen una mínima chispa de humanidad, con mucho, la más terrible, y antes de que vean a la última etapa de la miseria humana con más profunda conmiseración que cualquier otro, pero el pobre infeliz, que está en ella, se ríe y quizás canta, y es totalmente inconsciente de su propia miseria. La angustia que siente la humanidad, por lo tanto, a la vista de tal objeto, no puede ser el reflejo de cualquier sentimiento de la víctima. La compasión del espectador debe surgir por completo de la consideración de lo que él mismo se sentiría si se le reduce a la situación de ser infeliz, y, por lo que tal vez es imposible, sea capaz de mirar al mismo tiempo con la razón y el juicio actual.

¿Cuáles son los dolores de una madre cuando escucha los gemidos de su hijo que, durante la agonía de la enfermedad no puede expresar lo que siente? A su idea de lo que sufre, se une su impotencia real, su propia conciencia de su impotencia, y sus propios terrores de las consecuencias desconocidas de su enfermedad y de todas estas formas, por su propio dolor, la más completa imagen de la miseria y la angustia. El bebé, sin embargo, sólo siente la inquietud del instante presente, que nunca puede ser grande. Con respecto a que la sutura es perfectamente segura y en su desconocimiento y falta de previsión posee un antídoto contra el miedo y la ansiedad, los torturadores más grandes del corazón humano, de la cual la razón y la filosofía en un intento vano de defenderse cuando sea un hombre.

Nos solidarizamos, incluso con los muertos y desestimando lo que es realmente importante en su situación, que terrible futuro les espera, que son afectados principalmente por esas circunstancias que golpean nuestros sentidos, pero no puede tener ninguna influencia sobre su felicidad. Es miserable, pensamos, ser privado de la luz del sol, para ser excluidos de la conversación, que se establezca en la tumba fría presa de la corrupción y los reptiles de la tierra, que no hay peor pensamiento en este mundo, sino ser borrado en poco de tiempo de los afectos y casi desde la memoria de sus más queridos amigos y parientes. Seguramente, nos imaginamos que nunca podremos sentir mucho por los que han sufrido tan terrible calamidad. El homenaje de nuestros compañeros ya parece el doble, debido a que ahora cuando están en peligro de ser olvidados por todos y por los vanos honores a su memoria, nos esforzamos, por nuestra propia miseria, de forma artificial para mantener vivo nuestro melancólico recuerdo de su desgracia. Que nuestra solidaridad puede darse este lujo no es un consuelo que parece ser una adición a su calamidad, y pensar que todo lo que podemos hacer es inútil y que lo que alivia toda angustia a la otra parte, el arrepentimiento, el amor y los lamentos de sus amigos, no puede dar ningún consuelo para ellos, sólo sirve para exasperar nuestro sentimiento de su miseria. La felicidad de la muerte, sin embargo, con toda seguridad no es afectada por ninguna de estas circunstancias, ni es la idea de estas cosas que nunca pueden perturbar la seguridad profunda de su reposo. La idea de que la melancolía triste y sin fin, que la fantasía, naturalmente, se atribuye a su condición, se presenta por completo de nuestra unión con el cambio que se ha producido sobre ello, nuestra propia conciencia de ese cambio, desde ponernos en su situación y de nuestro alojamiento, si se me permite decirlo, nuestras propias almas vivientes

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