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1984 GEORGE ORWELL.

Enviado por   •  3 de Abril de 2018  •  9.326 Palabras (38 Páginas)  •  862 Visitas

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-“Naranjas y limones, dicen las campanas de San Clemente, me debes tres peniques, dicen las campanas de San Martin”.

A Winston le entro curiosidad de saber dónde estaba la iglesia San Martin, a lo que el dueño de la tienda le comento que estaba todavía de pie, en la plaza de la Victoria junto del museo de pinturas, Winston conocía bien el lugar.

Al salir ya era tarde, decía que apenas tenía el tiempo suficiente de llegar a su departamento antes que apagaran las luces, pensó que si la policía le preguntaba que hacia tan tarde por la ciudad diría que estaba buscando navajas de afeitar, también quería rentar la habitación para poder pasar de vez en cuando un rato de libertad y poder escribir sin temor a ser descubierto ya que ahí no había ninguna tele pantalla, pero el pensamiento que más le invadía en la mente era la canción que le había enseñado la canción y algo le decía que debía saber la letra completa, ya que tenía la sensación de estar oyendo campanas, las campanas de un Londres desaparecido, sin embargo, no recordaba haber odio tocar campanas en su vida.

Poco después de haber salido de la tienda y emprender su camino le pareció ver una figura con un mono azul que avanzaba hacia él, creía que lo estaba espiando ya que no se podían haber encontrado de repente.

Winston intentaba escribir algo más en su diario, que además de ser dirigido al futuro también era para O’Brien quien creía que formaba parte de la sociedad que estaba en contra del partido, entre sus sueños consiguió evocar la imagen de O’Brien a quien le había dicho: -Nos encontraremos en el sitio donde no hay oscuridad- entre sueño.

Existían tres lemas del partido que martilleaban en el cerebro de Winston, los cuales decían:

- LA GUERRA ES LA PAZ

- LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD

- LA IGNORANCIA ES LA FUERZA

Habían pasado cuatro días desde que había visto que la muchacha lo había seguido cuando vio pasar algo al otro lado del pasillo, era ella la muchacha morena pero esta vez llevaba un cabestrillo, de repente tuvo un traspié y él se acercó ayudarle a levantarse en ese momento ella le dio un papel doblado el cual guardo en su bolsillo que desdoblo cuando estaba en el urinario pero, no lo leyó allí ya que era el sitio en el que más alertas estaban las telepantallas.

En cuanto creyó que era el momento adecuado de leer el papelito vio que decía: -“Te quiero”. El mensaje lo desconcertó mucho, por lo cual le fue muy difícil trabajar. A pesar de todo el desconcierto que le reaccionaba el porque la muchacha le había entregado el papelito no dudo en rechazarla.

Intentaba encontrar la manera de poder comunicarse con ella, sin embargo al parecer todas sus ideas eran en vano ya que no podía ir por ella al trabajo, no era adecuado mandar una carta porque la leían antes de entregarlas, en cuanto a un mensaje (donde elegía una tarjeta ya impresa.y borraba las que no.necesitaba) desconocía el nombre y la dirección de la muchacha. Finalmente decidió que a la hora de la comida la buscaría y se sentaría junto a ella, con el ruido de todos los trabajadores sería algo más fácil. Al día siguiente ella apareció cuando Winston había terminado, al parecer la habían cambiado.de turno, al día.siguiente se apareció como de costumbre pero otras dos chicas estaban sentadas con ella, así fueron varios días en los que no la veía o no podían hablar, Un día.cuando el llegó ella ya estaba en una mesa muy alejada de la pared, cuando iba camino hacia ella alguien le nombró: -¡Smith!, Winston aparento no haber odio nada cuando la voz grito aún más fuerte: -¡Smith! a lo cual le fue imposible evadir de nuevo la voz y volteó era un joven llamada Wilsher quien invitaba a Winston a sentarse con el.

Al día siguiente de nuevo llegó temprano y allí estaba ella en la misma mesa y sola, al comenzar acercarce un hombre también iba hacia esa mesa, por lo cual las esperanzas re Winston se vinieron abajo ya que no tenía caso sentarse con ella cuando alguien más estuviera, un ruido invadió sus pensamientos, y es que el hombre se había caído, así que Winston se acercó a la mesa y comenzó a comer sin mirarla. En voz muy navaja Winston comenzó hablar, no se miraban y entre cucharada y cucharada cruzaban algunas palabras, quedaron de verse en.la.plaza de la Victoria, a pesar que había muchas telepantallas sabían que también había mucha gente así que no sería tan fácil que se dieran a notar. Winston llegó antes de la hora acordada, con la preocupación de que si la muchacha se había arrepentido volteó hacia la Iglesia de San Martín y ella estaba allí, leyendo un cartel. Él evitaba las aglomeraciones ya que no le gustaba pero esta ves era la excepción, comenzó a meterse entre toda la gente hasta estar lo más cerca posible de la muchacha, comenzaron a platicar con una cara completamente inexpresiba, tono de voz bajo, ella le pregunto si podía salía con ella, Winston aceptó y de inmediatamente la muchacha dijo: Irás a la estación de Paddington... un viaje de media hora en tren; torcer luego a la izquierda al salir de la estación; después de dos kilómetros por carretera y, al llegar a un portillo al que le faltaba una barra, entrar por él y seguir por aquel sendero cruzando hasta una extensión de césped; de allí partía una vereda entre arbustos; por fin, un árbol derribado y cubierto de musgo. Era como si tuviese un mapa dentro de la cabeza. —¿Te acordarás? —murmuró al terminar sus indicaciones. —Sí. —Tuerces a la izquierda, luego a la derecha y otra vez a la izquierda. Y al portillo le falta una barra. —Sí. ¿A qué hora? —Hacia las quince. A lo mejor tienes que esperar. Yo llegaré por otro camino.

Winston emprendió su viaje y tuvo suerte de n lo encontrar patrullas, al llegar al lugar y ver tantas flores se arrodilló y comenzó a coretar algunas, junto un ramo y al olerlas escucho unos pasos tras de el, decidió que era mejor seguir cortando y no voltear con culpa que estaba haciendo algo malo, aunque también podía ser la muchacha, corto dos flores más cuando una mano tocaba su espalda, era la muchacha y al verlo le indicó que siguiera callado. Era evidente que había estado allí antes, pues sus movimientos eran los de una persona que tiene la costumbre de ir siempre por el mismo sitio. Winston la siguió sin soltar su ramo de flores. Llegaron al árbol derribado del que la joven había hablado. Esta saltó por encima del tronco y, separando las grandes matas que lo rodeaban, pasó a un pequeño claro. Winston, al seguirla, vio que el pequeño espacio

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