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GUION TEATRAL DE LA OBRA TUTUPAKA

Enviado por   •  7 de Marzo de 2018  •  14.623 Palabras (59 Páginas)  •  882 Visitas

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- Narrador: Advertido de esta manera, el hombre hizo un ademán de recoger los tallos caídos en el campo. Un encargado había llegado a espiarlo. Pasado un buen rato, cuando el joven había recogido parte de la espigas desparramadas, el encargado se marchó en busca de Satán y le dijo:

- Espía: Ese peón está trabajando.

- Narrador: El joven regresó a la mansión y cuando lo vio le preguntó:

- Diablo: ¿Has terminado tu trabajo?

- Mancebo: Lo he acabado, señor. Aquí te devuelvo los utensilios agrícolas que me diste.

- Narrador: Y sin decir más, ingreso a su habitación para echarse en su cama. El dueño de esa casa ordenó que le llevaran los alimentos. Él los recibió como para comerlos, pero todo se lo dio al perro Ninassu. No probó absolutamente nada. Esa noche, el demonio se acerco a su puerta y le ordenó:

- Diablo: Mañana irás a trillar con las bestias.

- Mancebo: Está bien.

- Narrador: A medianoche, cuando todos se habían acostado, la muchacha visitó al huésped llevándole sus alimentos. Después de haberle servido, la joven le pregunto:

- Muchacha: ¿Qué te ha ordenado mi padre que hagas mañana?

- Mancebo: Me ha dicho que vaya a trillar con las bestias.

- Muchacha: Te será imposible arrear las bestias. Te matarían, pues son muy salvajes. Tienes que pedir que lo haga mi anillito. Primero abrirás la puerta del corral de las mulas y en esa misma puerta has de decir: “¡Ay, anillo, anillito! Ahora deseo que estas bestias aparezcan en la era”. Cuando estén allí los animales, levantarás unas cuantas gavillas. Esparcirás en círculo esa porción de siega en medio de la era y pedirás: “¡Anillo, anillito! Quisiera ahora que la mies sea esparcida uniformemente y quede lista para ser trillada por los animales”. Luego hablarás: “¡Ay, anillo, anillito! Ahora quisiera el grano de trigo se amontone como para ver aventado”. Y cuando el grano de trigo este junto, dirás: “¡Anillo, anillito! Enseguida quisiera que estos animales vuelvan a su corral”.

- Muchacha: No debes comer ni un bocado ni probar la comida de mi padre. Mientras permanezcas en esta casa solamente yo deberé servirte. Si acaso comieras el alimento de mis progenitores, mi padre te dominaría.

- Mancebo: ¿No sería posible si yo te visitara en tu dormitorio?

- Muchacha: No. Mis hermanas se darían cuenta y se lo contarían a mis padres. Nuestros padres no quieren que nos casarnos. Quieren conservarnos solteras toda la vida. Los padres de este pueblo proceden así con sus hijos. Por eso yo deseo casarme contigo. Ya llega el momento de irnos a tu pueblo y bien puedes ver cómo te cuido y te ayudo.

- Mancebo: Estoy de acuerdo en todo contigo. No es posible que tú, que tanto me cuidas y me atiendes, no seas mi esposa.

- Narrador: Solamente de esto hablaron hasta el amanecer, hasta el primer canto del gallo. Esa mañana, la muchacha le sirvió al joven un desayuno extraordinario. Cada mañana lo atendía con el mismo esmero y nunca se olvidaba de su fiambre diario. Le hacía comer abundantemente los mejores platos y le brindaba al mancebo amorosos cuidados.

- Diablo: Llévenle el desayuno a ese hombre. Debe salir a trillar. ¡Dense prisa!

- Criados: Dice el amo que debes salir ahora para la trilla.

- Narrador: Prontamente se levanto el joven de la cama. Al mismo tiempo se levantó también Satanás y, tomando una horqueta, se la entregó al joven y, en lugar de una escoba, le dio varios alambres de largas púas, provistos de un grueso mango.

- Mancebo: Yo no puedo trabajar con esta escoba que tiene alambres de púas. Dame una escoba corriente de paja. Y Satán tuvo que darle una horqueta normal y una escoba corriente.

Escena VII

(Caballeriza)

- Narrador: Cargado con estos utensilios, el joven se fue a la caballeriza, abrió la puerta y repitió el hechizo:

- Mancebo: ¡Ay, anillo, anillito! Quiero que estas mulas aparezcan al instante encima de la era.

- Narrador: Apenas pronunció el conjuro, las mulas comenzaron a marchar en fila, de una en una, por sí solas. Como un cordón que se desenrolla, trotaron directamente hacia la era. A buena distancia, el mozo iba detrás de los animales. Rápidamente habían llegado las mulas; enseguida llegó también el círculo y colocó en el suelo el anillito.

- Mancebo: ¡Ay, sortija, anillo precioso! Quisiera ver en este momento que todo el trigo amontonado de esta era se esperanza uniformemente para ser pisado y trillado por las mulas.

- Narrador: Después, se arrodilló con el rostro en la tierra y sus oídos escucharon que la paja de la mies derramada silbaba, gritaba. Cuando, al cabo de un momento, el joven se puso de pie, pudo ver el trigo totalmente extendido. Colocó entonces la horqueta como para levantar las gavillas. Puso la escoba en actitud de barrer y después de hacer girar un latiguillo en el aire, lo colocó en el centro de la era. Luego, pronunció la fórmula del hechizo:

- Mancebo: ¡Ay, sortija, sortija linda! Deseo que en este instante la mies sea pisada y triturada completamente por las mulas.

- Narrador: Enseguida se echó en la tierra, detrás de un montón de paja, mientras ingresaban las mulas a pisar el trigo. Lo mismo que en las eras donde pisan muchos animales el trigo, así se escuchaba el crujir de las espigas bajo los cascos de las mulas. Transcurría la trilla como si en tanto bullicio unos seres invisibles estuvieran incitando a las bestias a trotar sobre la paja. Solamente los oídos del percibían esto. Luego, todo enmudeció. Después de que el silencio se hizo patente por un largo tiempo, el hombre levantó la cabeza, detrás de las pajas de su escondite, y vio que el cereal estaba completamente desmenuzado y que las acémilas, agrupadas, permanecían quietas por el cansancio al borde de la era. Entonces le habló nuevamente al amuleto:

- Mancebo: ¡Oh, sortija, sortijita linda! Cómo quisiera que en este momento esta mies pisada se reúna en un solo montón, lista para ser aventada.

- Narrador: Y se tiró a la tierra. Sus oídos atentos escucharon el juntarse y amontonarse de la mies barrida. Cuando levanto la vista apareció la mies amontonada ante sus ojos. Era un cerro hermoso y colosal, semejante a

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