La guerra: el sumum de la antiética
Enviado por Eric • 13 de Diciembre de 2018 • 11.081 Palabras (45 Páginas) • 314 Visitas
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En el año 2001, el mundo fue conmocionado por los criminales actos terroristas del 11 de septiembre en la ciudad de Nueva York, los que han determinado una nueva fase nebulosa, peligrosa e inestable para toda la humanidad, donde se han tergiversado, distorsionado y confundido conceptos tan trascendentes como los del derecho de defensa de las naciones, la justicia básica, la seguridad nacional, la prevención y castigo de las acciones terroristas y muchos otros con meras acciones de revancha y de espurios mecanismos políticos, económicos, étnicos y religiosos que pueden conducir a futuras acciones bélicas totalmente desproporcionadas e injustificables, en relación con los ataques terroristas que supuestamente las originaron. Se cumplirían entonces nefastos slogans, como combatir la violencia con la violencia, el terrorismo con el terrorismo, con un inevitable saldo futuro de miles y millones de víctimas inocentes, como ya ha ocurrido en Afganistán. Pero, además, con la injusta y sectaria apreciación de falsas premisas históricas en cuanto a las causas reales del terrorismo y de la violencia.
Esta nueva situación que afronta el mundo reduce las opciones del género humano a solamente dos conductas inmediatas: o adopta los principios de la ética humana para lograr su salvación, o continúa esgrimiendo, como hasta ahora, la ética irracional que lo llevará irremisiblemente a un suicidio colectivo.
La guerra: la gran epidemia traumática de la humanidad
En el estudio realizado por William Eckhardt4 sobre las guerras ocurridas desde el año 1500 en 142 países, solo 32 de ellos no habían padecido conflagraciones en su territorio, debido, fundamentalmente, a que estas eran naciones relativamente nuevas, muy pequeñas o reducidas en población. El resto de ellos, desde 1500 hasta el 1990, sufrieron 589 guerras que les ocasionaron 141 901 000 muertes.
A partir del siglo xvii, se incrementaron las guerras y las muertes causadas por ellas, debido al aumento sistemático del perfeccionamiento y del poder destructivo del armamento. En el siglo xx se llegó a la cima de esta nefasta carrera, al producirse durante el mismo cuatro veces más muertes por los conflictos bélicos que en los cuatrocientos años precedentes.
Desde el punto de vista geográfico, Europa ocupó el primer lugar en el número de guerras y de muertes durante la primera mitad del siglo xx. Pero, a partir de la Segunda Guerra Mundial, fue desplazada de dicho lugar por el Lejano Oriente, donde se produjeron más de la mitad de las conflagraciones armadas ocurridas en ese período. Ya en los últimos treinta años, las guerras se desplazaron por completo a los territorios de los países del Tercer Mundo.
La distribución de las muertes provocadas por la guerra entre militares y civiles fue cambiando también. En los siglos precedentes, la mayoría de ellas estaba integrada por militares, pero ya en el siglo xx eso se invirtió, y en la década del ochenta las muertes civiles alcanzaron el 74% de su total, y llegaron diez años más tarde a casi el 90%.5
Otro dato interesante se refiere al porcentaje de los países ganadores en una guerra de los que habían iniciado las hostilidades, que fue del 50% en los siglos anteriores al xx, pero en la década del ochenta de este último, solo el 18% de las naciones que iniciaron una guerra salieron vencedoras de ella.6
Los hechos anteriores hacen relacionar no solo el mayor poder destructivo y la precisión de los armamentos en la actualidad, sino lo injusto e inmoral de la extensión del escenario de la guerra a las grandes áreas urbanas, con el inevitable resultado de la producción de un gran número de víctimas entre la población civil indefensa. Y, a la vez, la significativa reducción del porcentaje de los países vencedores de una guerra en la cual iniciaron las hostilidades puede dar lugar a interesantes conjeturas acerca de la razón histórica o no de los países agresores en un conflicto armado, así como de la respuesta defensiva de los agredidos en el resultado de aquellas.
Cuando se analizan las conflagraciones armadas de mayor envergadura ocurridas en el siglo xx, como fueron la Primera Guerra Mundial, entre los años 1914 y 1918, y la Segunda, de 1939 a 1945, se comprueban hechos evidentes que transgredieron principios éticos elementales, como fueron los siguientes:
a) La primera de ellas se desencadena mediante una causa falsa, por el famoso atentado en Sarajevo contra el archiduque Francisco Ferdinando de Austria-Hungría, pretexto de las verdaderas causas político-económicas entre la Triple Entente Franco-Ruso-Británica y la Alianza Germano-Austro-Húngara; y la segunda, por las flagrantes contradicciones económico-ideológicas entre el Eje nazi-fascista-imperialista integrado por Alemania, Italia y Japón por un lado, y el resto de Europa por el otro, a cuyas fuerzas se unen los Estados Unidos después de la agresión japonesa a su base naval de Pearl Harbor.
b) Durante la Primera Guerra Mundial se producen los alevosos ataques con armas químicas por parte de Alemania inicialmente y por los aliados después, con lo que se violan las resoluciones del Tratado de La Haya de 1899 y 1907 que prohibían el uso de dichas armas.
c) Durante la Segunda Guerra Mundial la bestialidad nazi desarrolló un monstruoso programa de exterminio humano en sus campos de concentración, donde fueron asesinados más de seis millones de judíos y otros millones más de sus prisioneros de guerra, hechos sin precedentes en la historia de la humanidad, que transgredieron cuanto principio ético y humanitario se conoce sobre la tierra. Al final de esta conflagración, ya rendidas Alemania e Italia y Japón extenuado y sin posibilidades de continuar la guerra, los Estados Unidos perpetraron contra esta última nación los injustificables genocidios de Hiroshima y Nagasaki, realizados con fines de chantaje político contra la Unión Soviética. Ese horrendo crimen, en solo cuestión de minutos, cobró la vida de cerca de doscientos mil japoneses, y dejó un espantoso legado de enfermedades neoplásicas y de deformaciones hereditarias a sus sobrevivientes y descendientes que todavía las padecen.
Una muestra evidente de la absoluta carencia de formación ética de la humanidad en relación con la guerra, ha sido el irresponsable olvido y desconocimiento de sus trágicas consecuencias, ya que la Primera Guerra Mundial costó cerca de 10 millones de vidas, y la Segunda sobrepasó los 45 millones de muertos,7 a lo que se le debe añadir el inconcebible monto de pérdidas materiales y culturales concomitantes y la irreversible degradación que ocasionaron al entorno de los diferentes escenarios donde se desarrollaron.
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