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La regulación de la sexualidad en las sociedades coloniales.

Enviado por   •  8 de Abril de 2018  •  3.479 Palabras (14 Páginas)  •  291 Visitas

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Volviendo al trabajo de Lavrin, pasamos a un repaso por numerosos casos de denuncia según las diversas faltas o pecados sexuales estipulados. No reproduciré ni explicaré el accionar de cada caso, pues no es el objetivo del ensayo, pero sí señalaré las implicancias que muchos dictámenes o bases de las acusaciones que traslucían, pues evidencia el carácter patriarcalista que buscaba acomodarse en la Colonia y los valores o virtudes ensalzadas por los occidentales que entraron en colisión con la cultura nativa americana y modificaron su sexualidad.

En primer lugar, llama la atención que durante el galanteo, era responsabilidad de la mujer el resistir a los ímpetus del hombre y no ceder a la fornicación para poder cuidar su honor y virtud moral (1991: 69); mientras que al hombre no se le recriminaba el seducir o pretender sexualmente a una mujer, pese que el pecado del sexo extramatrimonial era para todos. Por otra parte, resulta curioso constatar que la mayoría de mujeres que accedía a tener relaciones sexuales, lo hacía bajo la promesa de casamiento, propuesta por el hombre que buscaba compensar a la mujer por sus favores, de la pobreza o prostitución, la restitución de su honor o proteger el fruto de sus amoríos (1991: 72-73); de estas observaciones, se aprecia el carácter paternalista de los hombres hacia las mujeres al momento de poseerlas o desposarlas. Esta orientación queda reforzada cuando familiares de la mujer buscan al hombre culpable de la pérdida de su honor para una escarmentación física, respondiendo a una concepción donde el honor y la voluntad femeninos eran bienes frágiles (74-75), más aun cuando Lavrin comenta que muchas veces la venganza no era buscada, pues se confiaba en la protección paternalista de la Iglesia (76). Respecto al adulterio, si era cometido por el hombre, se miraba de lado a menos que lastimara el honor de su mujer, situación en la que se lo censuraba, aunque sin alguna represalia tan fuerte (80). De nuevo, la misma libertad sexual del hombre, a pesar de ser un pecado, y solamente condenada si perjudicaba a su pareja.

Por otro lado, las parejas casadas tenía el “débito” a cada uno (como se comentó anteriormente) de practicar el sexo con regularidad; sin embargo, hubo muchos casos en los que la mujer por diversos motivos se negaba y el hombre presentaba una denuncia que casi siempre caía en el favor de este, revelando un diálogo de poder a través de las relaciones sexuales donde el hombre siempre ganaba (1991: 85-86). En caso de abusos o violencia doméstica, la mujer podía abandonar el marido, pero si era acusada al respecto, muchas veces era forzada a retornar, dejando entredicho que el hombre tenía cierto derecho a ejercer una “disciplina física” a su esposa, y que la posición de esta debía ser de aceptación por su dependencia económica, física, legal, social y por su responsabilidad de cumplir el “débito” (1991: 90). Queda claro que en ese juego de diálogo de poder, la mujer era inferior.

Analizando estas observaciones extraídas de las situaciones presentadas por Lavrin, es fácil darse cuenta que las disposiciones eclesiásticas respecto a la sexualidad expresan la mentalidad patriarcal occidental, al disponer de la mujer como un ser vulnerable al perjuicio y digno de protección, mientras que el hombre no era censurado por tener conductas promiscuas (a pesar de ir en contra de la doctrina religiosa, cuyo discurso iba destinado a ambos sexos). El honor de la mujer se perdía si perdía su virginidad antes de contraer matrimonio, y (pero aun) no solo el de ella, sino el de su familia incluido; mientras que el hombre veía comprometido su honor si es que perjudicaba a la mujer en cuestión con la que tuvo la aventura. No por la acción en sí, sino por su consecuencia en ese sexo débil que debía ser protegido.

Este último punto es desarrollado por Twinam; en su investigación, ella comenta que le honor masculino era perdido o puesto en duda si es que rompía la promesa de matrimonio que le realizaba a su amante, esa “obligación de conciencia” se desarrollaba en una dimensión más ética que de exposición; es decir, su cumplimiento era más por deber moral que por salvaguardar la proyección de su imagen pública. Otra manera de comprometer el honor del hombre y empujarlo al matrimonio prometido era si es que hubo procreación durante uno de los encuentros sexuales: la autentificación de la paternidad era un asunto apremiante durante la colonia. Sin embargo, los hombres no cumplían su promesa de matrimonio para salvar su reputación, sino la de los involucrados; es decir, la de la mujer y la de los hijos, si es que se tuvo (2009: 136-144). Vemos que la configuración patriarcal de la sexualidad masculina no era la de guardarse como las mujeres, sino la de asumir sus responsabilidades en cuanto podía perjudicar a las mujeres y niños, seres frágiles e inferiores en aquel sistema de poder; y para esto, la mejor solución era el matrimonio con la agraviada, tal como dictaba la Iglesia en su reglamento sexual.

Con estos planteamientos, se puede entender que el ideal de esta cultura patriarcal era que las mujeres tuvieran una sexualidad restringida para la conservación de su virginidad, y por ende de su honor, hasta el matrimonio. Era en el matrimonio donde la sexualidad se podía practicar (aunque con reglamentos también); era este sacramento consagrado por el Concilio de Trento el remedio más eficaz para restaurar honores mancillados, tanto de mujeres como de hombres. De hecho, el matrimonio tuvo una importancia colonial crucial, pues muy aparte de los asuntos ético-morales, sirvió como formador de alianzas entre familias o negocios, o intereses de patrimonio; por ejemplo, durante los primeros años del asentamiento español, los encomenderos buscaban casarse para poder general una prole que heredara su patrimonio obtenido durante la conquista; por eso, se buscaba pactar matrimonios entre otras familias para acrecentar ese legado, y normalmente se realizaba con adolescentes, pues el objetivo era más que nada asegurar una descendencia y formar un poder señorial (Lockhart 1982). Como se aprecia, esto reforzaba lo estipulado por la Iglesia acerca del fin último de la vida conyugal: la reproducción. Era un sistema que se reforzaba a sí mismo.

Entonces, tenemos a las dos ideales coloniales: la preservación de la virginidad femenina y el matrimonio. Estos dos serán los medios por los que se expresarán los mecanismos reguladores sexuales y patriarcales durante la Colonia. Pero aún queda por saber cómo es que fue el choque con las relaciones de poder prehispánicas existentes a lo largo del territorio, pues la realidad de las comunidades nativas era muy distinta a la de las españolas, y en conjunto todos formaban parte de la Colonia.

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